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176, Modelo para armar

El Congreso de los Diputados, durante la segunda votación de investidura.

Elisa Beni

“¿A usted le parece que en realidad somos dos, el de la izquierda y el de la derecha?¿Uno útil y el otro inservible?”

Julio Cortázar. 62, Modelo para armar

Hubo un momento en el que la estructura del relato fue en sí un problema que descifrar, un camino que explorar, un reto que resolver. Ahora la novela río, o con pocas florituras estructurales, el hilo sencillo, ha barrido toda aquella inflorescencia de umbelas que llevó hasta el paroxismo la reinvención del relato novelesco. Fue entonces cuando Cortázar se descolgó con una forma de relatar nueva, un relato que cada lector arma y construye, que recorre en el orden que desea. Un relato en el que se alteran los tiempos, en el no se sabe bien quién lleva a cabo las acciones, ni con quién se relacionan los personajes y en el que no se respeta ni la línea del espacio ni la del tiempo. Un relato, que siendo un hito en la historia, es difícil no sólo de leer sino también de interpretar.

Así se siente en general el votante del solar patrio y, sobre todo, el votante de izquierdas que se encuentra en su regazo con un modelo para armar del que no sabe qué piezas coger, qué piezas desechar, ni a quién creer o en qué orden hacerlo. Algo en lo que ni siquiera reparan los que están empeñados en escribir el relato del fracaso como un relato de culpa, un relato sin responsabilidades, sin darse cuenta de que lo que el votante quiere, el español quiere, es no sólo entender, sino saber qué está pasando. Las historias en que se convierten lo que podrían ser estrategias, pero casi con seguridad son improvisaciones y torpezas, se están enmarañando hasta ese punto en el que el pueblo puede decidir cortar el hilo y desentenderse de esa cometa que ya empiezan a no reconocer como relacionada con el hilo con el que se hilan sus problemas de cada día.

Es muy probable que se haya escrito ya casi todo lo que había que escribir sobre el fracaso político que supuso la investidura fallida. Tan sólo es probable porque creo, incluso, que algunos de los protagonistas van a necesitar releerse y releernos, reescribirse incluso, para darse cuenta de lo que han hecho y de sus consecuencias. No sé si se ha explorado mucho la perspectiva de la perplejidad, el enfado, la decepción, la impotencia y hasta el profundo hastío de todos aquellos que dieron un bote de alegría en la noche electoral al comprobar que los números daban para un gobierno de izquierdas. Es muy probable que durante todos estos meses baldíos hayan estado ausentes de una dinámica partidista en la que han funcionado los estrategas, los aparatos, los sanedrines y creo que muy poco la realidad de la calle, que tan bien se plasmaba en las encuestas. Como creen que somos tontos, consideran que en unos meses nos habremos olvidado y podrán conducirnos del ronzal de nuevo allá donde consideren.

Esa misma ciudadanía que quiere saber y que pregunta a todo aquel que creen que puede saber: ¿y ahora qué? Aún piensan que tras todo esto debe haber una mente como la del autor omnisciente o el guionista de éxito que tiene todos los golpes de efecto previstos para conducirnos misteriosamente hasta un fin preconcebido. Da palo tener que decirles que estamos asistiendo a una gran performance de la improvisación y que cualquier respuesta puede valer a su pregunta dado que, ahora mismo, no hay nadie que sepa qué es lo que va a suceder ahora. Nadie. No lo saben los socialistas ni lo saben el resto de los partidos.

“Pablo se ha suicidado”, rumorean. No lo hacen sólo sus adversarios sino también sus cordiales enemigos de coalición. Es obvio que el tren que pasó es muy difícil de alcanzar ya. Desde Moncloa ya dicen que no es posible intentar de nuevo ese gobierno de coalición que es harto probable que no haya sido bienvenido nunca. Puede que Pedro no logre ser presidente sin Pablo, pero es una realidad casi incuestionable que el camino a los cielos se ha cerrado para este último. Queda por ver qué sucederá ahora en un conglomerado electoral en el que había distintas opiniones sobre la necesidad de asumir la responsabilidad de investir al gobierno y de quedarse en la oposición para apoyar desde fuera cada ley.

Hay una sensación generalizada de que el sistema está metabolizando a Podemos como la carne de medusa las piedras que los niños le tiran en la playa. Iglesias tenía que haber reparado en que se enfrentaba no a un molino sino a la máquina política que engrasó quien llevaba su nombre con ayuda de sus propios antepasados. No resulta explicable que, con su cultura política y su historia familiar, haya obviado en la ecuación la contumacia de ese aparato frente a la falta de efectividad y de realidad del suyo propio, sobre el que no tiene control. Y si el sistema está intentado expulsar a Podemos de la ecuación, ¿significa eso que nunca podrá haber un gobierno progresista o de izquierda? Eso ni siquiera puede responderlo ahora mismo un Pedro Sánchez que se autopreguntaba “¿de qué sirve una izquierda que pierde incluso cuando gana?”. ¿Qué izquierda a su izquierda está dispuesto a tolerar el PSOE? ¿Qué izquierda a la izquierda tolera el sistema?

Si no es con Podemos y con un Iglesias malherido o quizá ya muerto, ¿con quién cuenta el candidato Sánchez ser investido ahora o tras unas nuevas elecciones en las que tampoco armaría un 176? También hay quien opina que el sistema está intentado reconvertir a Ciudadanos en aquello para lo que, Banco Sabadell mediante, fue creado. Así que tras el suicidio de Pablo quizá se busque la muerte de Alberto. De momento, han comenzado a salir gentes del barco con método y con intención. Un Ciudadanos sin Alberto que pueda servir de bisagra, tal y como se engrasó.

De lo que no me cabe duda es de que los movimientos, aparentemente desacompasados, si tienen algún diseño es el de ir revirtiendo poco a poco la situación hasta aquella en la que los dos grandes partidos se sentían cómodos. Algo sobre lo que no se va a consultar a los votantes y que no sabemos si maneja bien las estimaciones, sobre todo el voto que no migraría, sino que se quedaría sumido en el desencanto del no nos representan.

También es posible que todo esto no sean sino estupideces. Ya les he dicho que creo que nadie está en situación de saber hacia dónde vamos. Sí hay muchos en condiciones de contarnos lo que quieren que creamos al respecto. Es por eso por lo que no he entrado en el relato de la culpa que no es sino una inmensa trampa. Es obvio que existen errores, irresponsabilidades y culpa en ambas partes. Ni un candidato puede esperar ser investido sin negociar, ni un partido que pretende entrar en un gobierno puede ignorar que este es un órgano colegiado y que, por tanto, no se trata de que cada ministro haga “su programa” como han pretendido vender. Creo que sólo hay un debate y es sobre la magnitud de los errores y ese, como siempre hace la historia, lo ganará el vencedor.

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