Un modelo de éxito nocivo para la salud
Asistimos estupefactos a cómo se aborda la sexta ola de la pandemia de coronavirus. Dos años después de su inicio, el virus mutado en la variante Ómicron se expande en contagios como pocos lo han hecho en la historia. Se avisó que era imprescindible que las vacunas llegasen a todos los países pero el sistema vigente no se detiene en minucias como la salud o las vidas humanas. La prioridad de la economía sobre la salud siempre estuvo presente, con matices y por barrios sin duda, y ahora se ha quedado prácticamente sola. El mundo no se puede parar por una pandemia, caiga quien caiga. Textualmente. Y abandonar a los ciudadanos a su suerte no pasa factura política en muchos países.
De hecho, es el modelo de éxito. La campaña emprendida por el PP este viernes “Más ganadería, menos comunismo” riza el rizo de la manipulación pero demuestra qué es lo que funciona en sectores de la sociedad de cerebro hueco y embestidor. Llamar comunismo a la ganadería tradicional española es un insulto grueso a la inteligencia de los ciudadanos pero también, en sus diferentes combinaciones, el eslogan “comunismo o libertad” -tan ridículo como el de hoy- que ha encumbrado a Isabel Díaz Ayuso. No sin decisivas ayudas. Imprescindibles. El triunfo del ayusismo hubiera sido imposible sin cómplices mediáticos, diestros en tapar, lavar y glorificar, tanto como en ensuciar, calumniar y destruir los obstáculos. Y no pasa factura. Cada persona debe preguntarse, si es su caso, por qué.
La mayoría de los presidentes autonómicos del PP quieren ser Ayuso, hacer lo que Ayuso hace. Lo ha dicho textualmente Fernández Mañueco, que quiere revalidar su puesto en Castilla y León. Moreno Bonilla se retrata con cervezas y con ganado. Pablo Casado y su cúpula son los que han elegido la falaz campaña de la ganadería. Y el recital de desatinos que está dando el presidente del PP parece optar a la Cátedra del movimiento. En el PSOE nominal, Lambán y García Page obran en ayusismo frecuentemente.
El problema es que jugar en la tele y las redes a ver quién gana el pulso de moda es hoy absolutamente secundario. Ruido para distraernos de problemas mucho más acuciantes. Vivimos una grave emergencia sanitaria y el sistema no quiere aplicar las soluciones más efectivas porque el modelo que funciona en popularidad es el contrario: cerrar los ojos a los problemas, con una jarra de cerveza en la mano y envuelta la cabeza en una nube tóxica de bulos. Hay incluso formas intermedias, menos drásticas, de abordar la situación pero ni eso se permiten.
El Covid mutado en Ómicron no es una gripe. Y no se puede tratar como tal cuando lo que está realmente “gripado” es el sistema sanitario. La OMS calcula que la mitad de los europeos se habrá contagiado en 8 semanas. Hablaríamos pues de más de 220 millones de personas solo en la UE. Olvidaron aquella máxima del primer año de pandemia: Nadie está a salvo si no estamos todos a salvo. En realidad, pocos gobiernos ni en España ni en Europa, están ya por la labor de hacer otra cosa que dejar pasar el temporal, con mayores o menores daños como diferencia sustancial. Y asistimos a decisiones inquietantes que embutidas en banales disputas diarias nos causan mayor inquietud.
Ya hay en España más de un millón de casos notificados en una sola semana con más de 100 muertos diarios y la absoluta seguridad de que son muchos más los infectados. El modelo de éxito dirá para sí que a quien le toca, le toca. Es cierto que Ómicron parece más leve por la vacunación masiva pero no es inocuo y los no vacunados siguen complicando el mal. Los sanitarios temen la llegada del pico de la ola porque ya están saturados y exhaustos. Ayuso, el modelo de éxito, se anticipó a quejas y les dijo que es su culpa, que no trabajan lo suficiente. Y ni ella ni ninguno de sus admiradores en otras comunidades ha pedido disculpas.
Más aún, se añaden peculiares sentencias. Contra el estado de alarma que permite confinamientos. O la que ha dictado un juez de Jaén al desestimar la demanda de los enfermeros a la Junta de Andalucía por carecer de medidas de protección en la primera ola, argumentando que los sanitarios debían “sacrificar su derecho a la vida” en beneficio del resto de los ciudadanos.
La ola está subiendo: “El 5 de noviembre había 386 personas en la UCI y hoy son 2.200. Se han multiplicado por seis en menos de dos meses”. De nuevo estamos con la atención primaria disminuida. Con médicos obligados a prestar su servicio en hasta 100 citas al día y hasta ocho pacientes a la misma hora al añadirse la gestión de las bajas. Sin atender adecuadamente otras patologías –que elevaron en gran medida la mortalidad en olas anteriores, con Madrid a la cabeza-. Ya hay presión hospitalaria, se suspenden operaciones y se ha sumado un cierto desabastecimiento de sangre para transfusiones. Los 28 días sin contagio que se precisan para donar han desequilibrado el balance entre la demanda y el stock disponible.
Ya no hace falta ni notificar los casos. En algunas comunidades, no hay seguimiento ni siquiera telefónico de quien lo ha hecho. La pandemia es ya de autogestión. Instrucciones generales indican que cada cual se autodiagnostica con un test, se automedica con paracetamol y si la cosa empeora, vaya a urgencias. Saturadas, claro está, en algunos hospitales.
Y, además, lo que nunca creímos ver a estas alturas de la civilización: en algunas comunidades se pide la baja laboral y la mandan con el alta a los 7 días, si no hay complicaciones. Dicen que es un sistema para agilizar la burocracia y que alivia a la patronal e inquieta a los sindicatos. Es evidente que mucha gente debe estar trabajando con infección de coronavirus. Total es “como una gripe”, insisten. Pero no es cierto y el Covid19 está demostrando ser un virus imprevisible.
Pedro Sánchez confirma que el Gobierno trabaja ya en considerar la Covid-19 como enfermedad endémica, “como una gripe”. Cualquiera se atreve a endurecer las restricciones. La sociedad pueril prefiere cerrar los ojos a la evidencia y a la solidaridad, los intereses del mercado pondrían el grito en el cielo y los medios de la desinformación redoblarían sus campañas. El ayusismo -por definirlo en su contenido más aproximado- ha prendido, como prendió en el Reino Unido el modelo similar de Boris Johnson con mal remedio aunque ahora se arrepientan. O el de Donald Trump, que sigue teniendo enfervorecidos adeptos. Ahora ya son numerosos los gobiernos que siguen esa estela como fórmula más práctica.
El consejero de Sanidad de Madrid fue el primero en hablar de la “gripalización” del coronavirus –llevaban meses en su intento, dijo- sí, cayera quien cayera. Y Ayuso, la primera en intentar llevar a Pedro Sánchez al Tribunal Supremo por el reparto de 9 millones de fondos Covid europeos con el que está disconforme, tras recibir más de 1.200 millones. Luego se ha sumado el PP al completo. Su modelo político funciona así: extremo interés por el dinero a repartir y máxima sobriedad en atender a los ciudadanos.
Hay gente que se juega su salud apostando por riesgos que encuentra placenteros, desde la ingesta de productos dañinos a trepar por las montañas o lanzarse en parapente. Hacerlo por admiración a estrellas del rock político que solo piensan en sus intereses resulta incomprensible. Y más si su gozo solitario se expande en dolor para muchas otras personas. Cuando se preguntan si la desinformación, los bulos, la propaganda engañosa tiene consecuencias graves, hay que unirlo con sus resultados.
Lo que está ocurriendo ahora mismo muestra un sistema desbordado con tendencia a degenerarse por la pura porquería que le añaden. Hay soluciones: volver a extremar la prevención de los contagios en el caso del Covid, dotar de medios suficientes a la sanidad pública de forma estable, dedicar a lo prioritario el dinero de nuestros impuestos, pensar primero en las personas. Malo será que se extienda ese otro modelo de éxito que es más que ultraliberalismo y fascismo incluso. Es inhumanidad, injusticia, daño, abuso implacable, mentiras despiadadas. Sin cortarse en lo más mínimo ni por una pandemia de altos contagios.
Ayuso fue pionera en fotografiarse con corderitos. En 2020. Y su prensa se lo vistió de gala. Igual funcionaba para despertarse adulto visualizar otras imágenes. Cuando cogen un lechón en brazos, imaginen que llevan en realidad a un anciano residente en un geriátrico, una médica de Atención Primaria, un enfermero de urgencias, un maestro, una profesora… a sus hijos, a sus padres o abuelos, a su pareja, a usted. Contagiados o en puertas. Cuídense en todo caso.
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