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El modelo y el relato

Miguel Roig

El escritor argentino César Aira sostiene que todo escritor inventa una lengua extranjera y en eso reside su estilo. Se supone, o podemos suponer, que esto es inherente también a casi todas las actividades humanas. Desde lo personal cuando se intenta construir una vida extranjera a la compartida y observada con los progenitores o en lo colectivo, como lo es, por ejemplo, el ámbito de la política.

La irrupción de Podemos y Ciudadanos viene a dar cuenta de este intento de generar un nuevo lenguaje, un sistema de relaciones distintos y una escala de prioridades proporcionalmente inversas al modo de exponerlas por parte de los partidos tradicionales. Es más, a nadie escapa ya que Podemos ha instalado un nuevo eje, el de viejo-nuevo frente al histórico derecha-izquierda. Esto llevaría a pensar que estamos ante una nueva 'lengua', una forma distinta a la conocida. El problema es que en el caso de la política no es el relato sino el modelo lo que importa. Yendo a la ya clásica definición de Bauman, podríamos utilizar su concepción de estos tiempos a los que rotula como líquidos, para adjudicarle a esas formaciones, tanto Podemos como Ciudadanos, ese valor ideológico que incluso avala el criterio de Laclau, al pensar en sus nombres como significados flotantes: ¿podemos? Pues, claro, que podemos pero ¿qué es lo que podemos? Ciudadanos: desde 1789 todos lo somos, jóvenes y viejos, adherentes a la izquierda o a la derecha. Por esta razón, posiblemente, Albert Rivera se esfuerce en explicar los componentes liberales y socialdemócratas que convergen, según él, en su partido y Pablo Iglesias no ahorre esfuerzos en detallar el rápido viaje de Podemos desde el tropicalismo bolivariano al socialismo escandinavo.

Josep Ramoneda llama a estas plataformas partidos-acontecimiento. Formaciones que surgen ante el vacío que dejan los grandes partidos y que ocupan el espacio cedido atendiendo a demandas de distintos sectores en busca de la hegemonía. La esquizofrenia de Rivera es el mejor ejemplo. Se recoge la indignación o se rescata de la indiferencia al ciudadano con un relato de denuncia pero no con un modelo o un programa que enuncia un cambio real, una ‘lengua’ extranjera de una economía financiera que tiene cautiva a la única herramienta posible para transformar el estado de las cosas: la política.

Luis de Guindos acaba de declarar su alarma ante la aparición de nuevas formaciones que irrumpen con fuerza en el escenario político y que pueden dividir en exceso el Parlamento al punto de tornar ingobernable el país. Según De Guindos estos partidos emergentes prometen soluciones inviables y que de alcanzar el poder no podrían aplicar de ningún modo. De Guindos sabe de que habla: él aplica un programa económico que difiere de manera radical al expuesto a los ciudadanos en el programa electoral de su partido. De Guindos se suma al juego confrontando relatos, no ideas ni modelos.

La pasada semana estuvo en España Naomi Klein para presentar su nuevo libro, Esto lo cambia todo: el capitalismo contra el clima, en el que plantea un capitalismo sostenible, regulado y enfocado hacia el bienestar general. La teoría de Klein se basa en detener el crecimiento a cualquier precio a partir de una gran transición alentada con los partidos de izquierda, las fuerzas progresistas y las organizaciones civiles. Ante la pregunta de cómo era posible alentar un movimiento global de resistencia y cambio, cuando el último proyecto socialdemócrata de envergadura en Europa fue la tercera vía de Tony Blair, una variante del thatcherismo o la gran coalición alemana, en la que el SPD avala la economía financiera y, concretamente, en el área energética, ha vuelto a poner al carbón como piedra angular del sistema, Klein reconoció que solo Bolivia, Ecuador y en menor grado Venezuela alientan una izquierda post extractivista de los combustibles fósiles y que, paradojalmente, en tanto Alemania quiere privatizar las empresas eléctricas griegas, muchas pequeñas ciudades germanas han tomado el control de sus centrales. Como se puede deducir no existe un programa de cambio que pueda transformar la realidad en el corto plazo. Existen relatos que pueden cambiar el mapa electoral pero no modelos diferentes.

Tal vez Podemos aún esté a tiempo de convertirse en algo distinto frente a los estamentos que ha rotulado como 'casta'. Lo primero que debería abandonar es la idea de temporalidad que le ha dado a su proyecto, el ahora o nunca en vistas a las generales y la espacialidad, la ocupación hegemónica de todo el campo político posible a costa de una deriva ideológica. Los círculos, al fin de cuentas, son cerrados y las intersecciones que generan, mínimas. ¿Acaso no lo ha demostrado Andalucía? No es impensable que corrientes como Izquierda Socialista o Izquierda Unida al sumar su potencial por ínfimo que pueda parecer, converjan en un espacio mayor para construir un modelo cuyo relato no sea escrito por un think tank o por spin doctors sino por su propia dinámica social. Es lo que hizo Syriza, construir de esta manera algo que era impensable; otro modelo, una ‘lengua’ extranjera. Puede que por eso en Alemania les llamen bárbaros.

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