“No me despertéis hasta el 24 de julio”
La noche del domingo nos metimos debajo de la cama en cuanto vimos los primeros resultados. El lunes por la mañana, a poco que nos atrevimos a asomar para ver si ya había pasado el chaparrón, nos cayó encima el adelanto electoral del 23 de julio. Así que de un salto nos metimos en la cama, nos tapamos de cuerpo entero con la sábana, y rogamos: “No me despertéis hasta el 24 de julio”.
Si en nuestros tiempos la política es, como repiten los enterados, “un estado de ánimo”, y se juega más en el campo de las emociones que en el de la razón, asumamos que el estado de ánimo de muchos votantes de izquierda es un cóctel de ansiedad, depresión y estrés postraumático, aliñado con un cansancio profundo, de muchos años y varias capas: el cansancio político que arrastramos desde la crisis de 2008 y sus sucesivos sobresaltos, cae sobre el cansancio laboral y el cansancio multitarea y multipantalla y el cansancio informativo y el cansancio pandémico y el familiar y el vital y poned los apellidos que queráis a vuestro cansancio. Que además vayamos a las urnas en vacaciones o en sus vísperas, tampoco nos ayuda mucho a los cansados de estar cansados, que en realidad desearíamos, como escribió Lorca, “dormir un rato, un minuto, un siglo”. O más prosaico: “No me despertéis hasta el 24 de julio”.
Así que, cuando horas después de un terremoto como el del domingo te dicen que en seis semanas arranca otra campaña electoral y en cincuenta días nos jugamos todo en las urnas, la tentación es hacer como la protagonista de Mi año de descanso y relajación, la extraordinaria y chunguísima novela de Ottessa Moshfegh que justo leía estos días: tragarse el botiquín entero y un montón de películas malas, y echarse a dormir un año entero, hasta que todo haya pasado. “Confiaba en que todo iba a salir bien mientras pudiese dormir todo el día”, dice la somnolienta protagonista, que hoy diría más bien: “No me despertéis hasta el 24 de julio”.
Si así están los votantes, no digo nada del estado de ánimo de todos esos militantes que tras la debacle tienen que levantar otra campaña sin haberse recuperado del shock, con sus pegadas de carteles y mítines y coches con megafonía y apoderados en los colegios. O los cuadros de los partidos, cargos electos y cesantes, candidatos pasados y venideros, que se han desfondado en la campaña del 28M y, sin haber repuesto fuerzas, ahora tienen que correr más deprisa. También ellos tendrán la tentación de suplicar: “No me despertéis hasta el 24 de julio”.
Tranquilos, que nos vamos a levantar, claro que sí. Pero entended lo que va a costar movilizarnos cuando no hemos tenido ni un par de horas para cumplir el duelo: seguimos en su primera fase, la negación, no hemos asimilado lo sucedido. Tampoco vamos a tener tiempo para aprender de los errores que nos llevaron al desastre del 28M, y peor aún: sin tiempo para aprender de los aciertos, de todos aquellos territorios donde la izquierda no perdió poder e incluso mejoró resultados, y que deberíamos estudiar: Asturias, Navarra, Euskadi, Zamora, Trebujena y tantos pueblos del sur donde la izquierda (especialmente Izquierda Unida) no ha sucumbido a la ola reaccionaria. Tampoco tiempo para debatir, valorar, discutir la acción del gobierno de coalición para ver si ha merecido la pena, la necesaria rendición de cuentas que ya no se producirá porque ahora el único proyecto de toda la izquierda es que no gobiernen la derecha y la ultraderecha. Lo dicho: “No me despertéis hasta el 24 de julio”.
No nos vamos a quedar en la cama, no estoy animando a nadie a que lo haga, ni quiero contribuir a la desolación ambiental. Porque nos jugamos mucho y no tenemos tiempo: que el pueblo, como escribió Brecht en Los días de la Comuna, “el pueblo nunca tiene más de una hora, y desdichado de él si en esa hora no está completamente equipado, listo para librar batalla”. Pero si quieren que nos levantemos, es importante conocer el tamaño y profundidad del agujero, hasta dónde hemos caído. Y es importante tenerlo en cuenta en las próximas semanas, cuando los partidos de izquierda tendrán que tomar decisiones, dar pasos, llegar a acuerdos, presentar programas y proponer algo más que miedo. Aviso: que lo hagan con cuidado, con inteligencia y generosidad, porque nuestro nivel de aguante está en mínimos, y no necesitamos mucho para meternos en la cama.
Prometo que mañana me levanto y escribo un artículo con otro tono, que sí. Pero hoy dejadme en la cama un minuto más, solo un minuto.
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