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Paisaje roto en el retrovisor

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“La polarización puede despedazar las reglas democráticas (…) cuando eso sucede, la democracia está en juego”

Levitsky y Ziblatt. Cómo mueren las democracias

Aunque lo percibamos dentro de un envoltorio de show televisivo, aunque suene parecido a un minuto y resultado, lo cierto es que el gran interés de los comicios norteamericanos no es saber qué estado se decanta por uno u otro candidato, ni vivir el vértigo del último segundo en el apoyo a un candidato que nos parece más próximo, sino observar por el retrovisor de las democracias europeas cómo arde y se destroza el paisaje institucional en la que otrora fuera el espejo democrático del mundo, el adalid heredero de las antorchas griegas y una avanzadilla de las revoluciones continentales. Lo tremendo es ver si Tocqueville salta por los aires mientras ponemos nuestras barbas a remojar y observamos y analizamos los tremendos errores que no vamos a ser capaces de enmendar. 

Más allá de los aranceles a nuestros productos, de la defección del pacto climático, del Usaxit norteamericano de la OTAN, del desprecio de todo lo pactado tras la II Guerra Mundial, del hecho de que nos consideren no blancos, más allá de todo eso, lo más urgente y lo más inquietante de las elecciones norteamericanas es comenzar a ver un atisbo de lo que le queda por delante al mundo occidental. Si el pueblo americano se queda atrapado en la polarización, si la no realidad logra vencer en el espectro político, si los diques de control y de protección democrática norteamericana caen o se ven socavados, ya tendremos la respuesta a la quiebra de una civilización que no va a ser capaz de resistir en Europa mejor de lo que lo haga allí. El siglo ha despertado y ese primer desperezarse, con todas sus amenazas, lo estamos viendo adormilados y con las pestañas pegadas en una transmisión televisiva. 

Grandes politólogos norteamericanos como Levisky y Ziblatt, estremecidos por el impacto del populismo trumpista en las estructuras institucionales de un país que era el abanderado de la civilización de la democracia occidental, ya preveían que tras el primer mandato de Trump cabían tres escenarios, todos sombríos, pero alguno de una nota siniestra probablemente irreparable. Esto es lo que observamos frente a las pantallas comiéndonos las uñas y descubriendo dónde está Wisconsin. ¡Ningún programa en maratón ha podido contar con Alexis de Tocqueville entre sus comentaristas para analizar si asistimos al desmoronamiento del sistema!. 

Los tres escenarios predichos eran los siguientes: a) una rápida recuperación democrática, Trump cae o no es reelegido b) Trump gana y sigue adelante con su plan para conseguir una mayoría nacionalista blanca que impere en el país o c) Trump fracasa pero la polarización continúa y se mantiene la brecha insalvable entre partidos. Ellos mismos daban por sentado que la primera opción era imposible dado que la subversión de las reglas democráticas comenzó antes de la llegada de Trump y la destrucción de los guardarraíles democráticos también. Así que aquí estamos, periodistas exhaustos y ciudadanos ajenos, comprobando si las votaciones nos ponen en el escenario que aboca a la destrucción inmediata, el b, o en el que todavía nos dejaría unos instantes de agonía con un presidente como Biden, el c. Ninguno halagüeño. 

Todo lo que ha llevado a esta situación en Estados Unidos se ha ido reproduciendo en Europa. Mientras se producía el recuento, Le Pen se frotaba los hocicos en Twitter augurando que este recuento agónico será el próximo destino de Francia. No olvidemos que en Francia no gobierna ella sólo y exclusivamente porque las fuerzas democráticas convencionales se apearon de sus peleas y convicciones para impedirle llegar al Elíseo. Macron no es un líder sino una plegaria ante la destrucción interna. Es curioso que se trate de los dos países pioneros en el despliegue constitucional y democrático, los dos que Tocqueville estudió como paradigmáticos en Inéditos sobre la Revolución y La Democracia en América.

Todas esas tendencias, todos esos guardarraíles rotos, todas esos contrapesos y esa relevancia democrática del pueblo eligiendo lo que más le conviene, con información real, se están desmoronando también en nuestro país. Esa amenaza trumpista de parar la votación cuando a él le favorece o de cuestionar el voto por correo, institucionalmente regulado, o de hacer flotar la sombra de la duda sobre el proceso, también se han asomado tímidamente a nuestra reciente democracia.  Hemos oído hablar de mociones de censura mentirosas, de gobiernos ilegítimos y aunque no se haya conseguido nunca minar la confianza afianzada de los españoles en los mecanismos democráticos y electorales, esa amenaza continúa ahí y están prestos a usarla. Si Donald Trump carga y dispara ese arma de destrucción masiva, tal letal para una democracia como la bomba de Hirosima, si aprieta ese botón rojo, entonces estemos seguros de que esa destrucción de los principios de confianza democrática llegará hasta nosotros, como una onda expansiva retardada, y terminará por enterrar nuestras libertades en sus cenizas.

Por eso, y no por la adrenalina del minuto y resultado, estamos enganchados a un proceso ajeno, extraño y regido por un reloj enloquecido, que nos tiene en vilo.

No preguntes por quién doblan las urnas, doblan por ti. 

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