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El pasado como coartada

El rey Juan Carlos, en una imagen de archivo

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Antes, cuando existía algo de pudor, la basura se intentaba esconder con nocturnidad bajo la alfombra para intentar hurtarla de la vista de los curiosos. Ahora se tira, a plena luz del día y sin el menor escrúpulo, en el pasado, que, si Greenpeace no lo impide, se convertirá muy pronto en el mayor vertedero de inmundicia del planeta. 

Ha vuelto Juan Carlos I tras casi dos años de tortuoso exilio en Emiratos. En la carta que escribió a su hijo el rey Felipe en agosto de 2020 para anunciarle su traslado al extranjero, justificó su decisión en “la repercusión pública que están generando ciertos acontecimientos pasados de mi vida privada”. O sea: decidió marcharse no por lo que había hecho, sino por la que se montó cuando lo pillaron. Alegó que se trataba de su vida privada, cuando gran parte de los presuntos delitos los cometió durante su ejercicio como monarca. Y remontó sus travesuras al pasado, que, como todos saben, es algo que está muy atrás y no merece otra cosa que el olvido.

Juan Carlos I, como decíamos, ha vuelto. No a organizar una solemne conferencia de prensa para ofrecer disculpas a los españoles por sus andanzas, que quedaron minuciosamente descritas en el escrito de la Fiscalía para vergüenza de la institución monárquica. Recordemos que, si se libró de que le procesaran, fue porque se aprovechó del blindaje de la inviolabilidad de que disfrutaba constitucionalmente como rey, porque parte de los delitos que se le imputaban habían prescrito y porque realizó unas regularizaciones fiscales acomodaticias que aún suscitan muchas dudas. Es probable que pocos aceptarían a estas horas unas excusas del exmonarca, sobre todo después de su simulacro de contrición de 2012 cuando trascendió que había ido de cacería de elefantes a Botswana mientras pedía a los ciudadanos fortaleza para afrontar la grave crisis económica. De cualquier modo, convendrán en que era mejor intentar un acto de empatía con los españoles que venir a participar en la regata de Sanxenxo. Pero qué más da, si ya todo pertenece al pasado. Nada tendría de raro que, en menos de lo que canta un gallo, se organicen homenajes al emérito y se repita en bares y tertulias que la frenética actividad diplomática de Juan Carlos I durante su reinado generó a España 62.000 millones de euros y 2,4 millones de empleos, como sostiene un estudio elaborado con “inteligencia artificial” que circula por ahí. 

Vayamos ahora al flamante presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, y a los audios publicados por El País que comprometen seriamente a la exsecretaria general de su partido María Dolores de Cospedal en una operación turbia con el excomisario Villarejo para “laminar” al extesorero popular Luis Bárcenas, que tenía información más que sensible sobre la corrupción en la formación. O a los audios que confirman las revelaciones hechas en su día por elDiario.es sobre una operación desde el Ministerio del Interior del Gobierno de Rajoy para espiar ilegalmente y enlodar a los dirigentes nacionalistas catalanes en 2012. ¿Qué tiene que decir ante tamaños escándalos el señor Feijóo? “Si se quiere traer a colación grabaciones de hace una década, cada uno está en su derecho de traerlas”. Y se queda tan pancho. Vamos, que todo es cosa del pasado y, cuando eso sucedía, él vivía en un planeta muy lejano de la galaxia Andrómeda llamado Galicia. Del mismo modo que, cuando la justicia falló sobre el caso Gürtel, su antecesor Casado alegó que él era un diputado en la remota provincia de Ávila en la época en que su partido era una insaciable Caja B.

Nadie parece sentir la menor obligación moral de hacer una reflexión, así sea por guardar las formas democráticas, sobre unos hechos de extrema gravedad que, aunque sucedieron algún tiempo atrás, están lejos de pertenecer al campo de la arqueología. La institución monárquica ha quedado tocada, por más que los cortesanos intenten endulzar los oídos del rey; la Fiscalía ha salido envuelta en una sombra de duda tras el archivo del caso del emérito, y ahí sigue enquistada en la Constitución la figura de la inviolabilidad del rey, pese a la constatación de que, tal como está redactada, ha funcionado en el caso de Juan Carlos I como un parapeto para la delincuencia. Son problemas que están ahí, por mucho que se intente eludirlos. En cuanto al PP, los audios de Cospedal podrán ser antiguos, pero su divulgación podría conducir a una reapertura de la causa y a una revisión de la exoneración que benefició en su momento a la exsecretaria general del PP y exministra de Defensa. Hablando del pasado, no olvidemos que en 2018 –en el pleistoceno, según los cálculos temporales del PP- Feijóo apostó inicialmente por Cospedal en las primarias que finalmente llevaron al poder a Casado. 

Todo lo que molesta a determinados círculos es “pasado”. Quizá el ejemplo de mayor carga simbólica de esta forma de entender la política es la Transición, que, con todo y sus virtudes, pretendió que la Guerra Civil y el sanguinario franquismo se podían encapsular eternamente en un pasado que nadie volvería jamás a cuestionar. Al paso que vamos, llegaremos al punto de que solo habrá que responder políticamente por hechos que estén sucediendo en el instante mismo en que se denuncian, porque todo cuanto suceda desde el segundo previo hacia atrás será polvo y olvido. Yo, modestamente, me quedo con lo que, en la intensa y poco conocida novela de Faulkner ‘Requiem por una monja’, dice la abogada Mannigoe a la protagonista, Temple Drake: “El pasado nunca está muerto. No es ni siquiera pasado”.

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