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La política y las distintas maneras de sufrir

Concentración contra los atentados en Catalunya con el rey Felipe VI, Mariano Rajoy, Carles Puigdemont, Ada Colau y otros representantes de la política nacional en primera fila.

Imma Aguilar Nàcher

Han pasado ya varios días desde que los españoles quedamos atenazados ante el espanto y el desconcierto de la tragedia inexplicable, de la maldad sin límites, de los indiscriminados efectos de la locura. Todavía no estamos en tiempos de explicaciones, de racionalidad fría, porque el duelo tiene su tiempo, la emocionalidad se impone y porque nada racional puede sobreponerse a los sentimientos que ahora vivimos en colectivo.

Asistimos a tiempos de incertidumbre y el humor social es un imprescindible factor a valorar para la gestión política de lo público. No hay mejor situación para darle valor a la emoción pública que la que estamos viviendo estos días. Si bien puede ser demasiado pronto para hacerlo, tratemos de sacar conclusiones que la política debería tomar en cuenta por encima de los intereses partidistas coyunturales. Ninguna situación electoral como la que ahora vivimos en España y en Catalunya puede imponerse a la gestión del humor social, como saben todos los que han perdido elecciones precisamente por haberse equivocado en esto.

—Sufrir confundiendo emociones

Por fin ya no se discute de que en la política la gestión de las emociones forma parte de la gestión de lo colectivo. Se trata de sacar lo íntimo a la exhibición pública para compartir el dolor, en este caso. Expresar las emociones nos permite transcurrir por el dolor de manera más consoladora. ¿Cómo es de sobrecogedora esa imagen de una cámara fija en Las Ramblas en la que se puede ver una secuencia de paseantes en gravedad que, serios y decididos, a la llamada desconocida del sentimiento compartido, aplauden con fervor no sé sabe muy bien a qué pero no parece importar, mientras siguen su camino?

En estos días es difícil distinguir sentimientos: el miedo, la tristeza, la indignación, el odio. De hecho, todos se mezclan. Todos se niegan y todos se sienten. Nadie es ajeno a la invasión de todos ellos en torrente desbordado. Se niega el miedo: “No tenemos miedo”, pero sí lo tenemos. Claro que tenemos miedo. El miedo paraliza o nos hace huir pero, como nos sentimos desafiados y queremos actuar de frente, lo negamos. No odiamos, pero queremos un culpable para que la justicia caiga con su peso. Estamos indignados y buscamos a quien responsabilizar. Y por encima de todo, la tristeza, el sentimiento menos creativo, el que deprime y nos hace decaer.

No podemos permanecer ajenos a estas pantallas por las que avanzamos, a medida que pasan los días, como si se tratase de un juego de rol en que tenemos un papel que jugar todos y cada uno de nosotros.

—Sufrir equivocándose

Es un tiempo difícil para los matices. Todo parece blanco o negro, bueno o malo, acertado o craso error. Parece que cada cosa puede ser malinterpretada, que cada actitud está fuera de lugar. Las redes sociales nos han mostrado la peor cara de los movimientos carroñeros de las aves que, cobijadas por el grupo, acuden a los restos malolientes. Gentes que buscan su protagonismo momentáneo a costa de errores de contexto, de salidas de tono de lo políticamente correcto. Tiempo de aprovechar las brechas de lo establecido para que se asuma la desmesura, la radicalidad. Se abre la veda a la información incierta, la foto no estudiada, el comentario erróneo. Cada uno de nosotros nos creemos en la responsabilidad de intervenir.

—Sufrir acertando

Este episodio quedará en el ADN de nuestra historia, como lo hizo el 11M, y como entonces, generará un relato épico con víctimas, villanos y héroes. En un momento en que la política del enfrentamiento cotidiano y bajo, de los dimes y diretes, y de los argumentos torticeros se metía en nuestras portadas a cuenta del inminente referéndum catalán y de los papeles que nos toca jugar dependiendo del lado en que caigamos, emerge el héroe sin dudas. Los Mossos d’Esquadra, la policía autonómica de Catalunya, impecables, profesionales, han dado una lección de suficiencia y de gestión, sin falsas publicidades y dejando el conflicto político en una anécdota sin valor. Han protagonizado lo importante: salvar vidas, cuidar de nosotros e informar de forma eficaz, con humildad, con elegancia. Un héroe colectivo que contraponer a otros colectivos, en esta ocasión, más torpes, más dudosos.

—Sufrir intentando acertar

Surgen varios debates no, por recurrentes, poco apasionantes. El de la intimidad de las víctimas, el de las imágenes impúdicas, violentas o imposibles de tragar. Una vez más, los mismos argumentos de siempre. Las imágenes duras son importantes, son las que se nos clavan en la parte en la que archivamos los traumas. Sin esas imágenes, la tragedia no es tan grande. Lo que se ve se recuerda. Lo que se oculta pasa antes al olvido. Los límites, claro está, están en el respeto a las víctimas y a sus familias. Los medios han intentado hacerlo bien y, salvo alguna excepción –por torpeza o por mercantilismo– que mejor aquí no comentaremos, han mostrado la realidad con la intención de colaborar a su compresión y construir nuestra historia.

Otro colectivo que ha acertado es el de los políticos, con imágenes para el recuerdo de la cruda emoción del momento. Nadie está preparado para esto. Ni siquiera ellos. El gesto rígido y el tono blanco del rostro de la alcaldesa de Barcelona el primer día, la templanza de los dos gobiernos, los abrazos sordos y la mesura de las declaraciones; la prudencia respetuosa y los actos simbólicos cuidados y sin estridencias. También aquí hay excepciones, las justas y necesarias para valorar la grandeza de la política cuando se deja de lado precisamente la política. Unos y otros, para bien o para mal, han aprendido de otras situaciones. No olvidemos que el terrible atentado de los trenes en Madrid el 11M le costó un gobierno al Partido Popular.

En definitiva, todos sufren y en este sentimiento se produce la unidad, la que da pie a pensar que Catalunya es una realidad, que también lo es España, que lo es Europa y la civilización occidental. Ahora, cada cual hará su relato político y el que mejor lo cuente, vencerá en la política, una liza sin importancia si la comparamos con la historia.

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