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Ponerle el micrófono a un fascista

El candidato de Vox a la Presidencia de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo, flanqueado por Santiago Abascal y otros dirigentes de Vox.

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No somos conscientes, pero basta con mirar hacia atrás solo tres años para ver la involución sufrida en el humor social de nuestro país. Hoy se celebran unas elecciones en las que la tercera fuerza política será un partido posfascista y es seguro que si el PP lo precisa influirá de manera determinante en la conformación de un gobierno. No tendrá consejeros porque a Vox no le interesa gastar esa bala antes de las generales, que es su verdadero objetivo, pero los tendría si quisiera. La normalización de que un partido antidemocrático de corte fascista se encarne en las instituciones tiene muchos culpables y se va conformando de manera sigilosa para que se pueda asimilar sin escándalo, con lentitud y paso firme. Con editoriales y tribunas. La democracia muere en un corrillo de periodistas a un fascista.

La presión desde la opinión pública sobre los derechos fundamentales de mujeres, personas racializadas, migrantes y personas LGTBIQ+ es constante en el día a día. Las docentes se autocensuran, conscientes de que dar una charla afectivo-sexual puede ser un riesgo para ellas si uno de los alumnos que ha captado Vox se queja a sus padres de que le están adoctrinando en igualdad. Queda menos de un mes para el 8M y lo que antes se había convertido en una celebración feminista en las escuelas ahora es una lucha constante contra el virus que los posfascistas han inoculado en la educación a través de su discurso y de la influencia que han logrado en las instituciones en comunidades como Madrid, Andalucía o Murcia. 

La sensación de hastío y desesperanza de quienes todavía sufrimos amenazas de muerte, descalificaciones, insultos y acoso por parte de la extrema derecha con el silencio cómplice de los compañeros de profesión sigue creciendo. Asumid, compañeros y compañeras, que cuando os toque una ínfima parte de lo que llevamos años sufriendo los que pusimos el cuerpo cuando aún estábamos a tiempo tal vez no moveremos un dedo por vosotros. Porque lo vais a sufrir, pese a vuestra cobardía. Ahora ya es tarde, pero hubo un tiempo en que fue posible parar esto y guardasteis silencio porque vosotros vivíais bien con la comodidad que proporcionaba que otros dieran la cara para defender lo que os permitía escribir libres. 

El candidato de Vox en Castilla y León se permite con descaro, grabándose y con alevosía,  llamarme “enemigo de España” después de que todas las querellas y demandas que han puesto para silenciarme hayan fracasado y, mientras, en la calle tengo que llamar a la policía cuando uno de sus seguidores amenaza con matarme cuando voy camino de la farmacia. Los compañeros se callan, las asociaciones de prensa se dedican a hablar de periodistas allende las fronteras para que parezca que defienden la libertad de prensa mientras ignoran quienes sufren el acoso y las amenazas en su país, no vaya a ser que haya que pedir algún favor o subvención a alguna de las instituciones que gobiernan. 

Ya es tarde. La deriva antidemocrática ya es irresoluble, como una bola de nieve que cae ladera abajo haciéndose imparable y ganando peso y velocidad hasta convertirse en una fuerza inconmensurable que arrasa todo lo que encuentra a su paso. La barbarie hace lo que sabe cuando tiene el peso suficiente, es su naturaleza, una vez que se desata no se puede culpar a la turba de actuar acorde a su definición. Sois culpables vosotros, los cobardes, los que cuando se estaba a tiempo de apoyar a los que daban la alarma decidisteis esconderos detrás del espumillón de vuestro micrófono y los teclados de vuestro portátil. La prensa que no pisa la calle y solo siente bajo los pies el calor de las moquetas acudió al índice de un medio extranjero para constatar que la democracia española había perdido calidad. Ya es tarde, pero si hubierais atendido a quienes llamábamos extrema derecha al monstruo cuando empezaba a asomar la cabeza habríamos estado a tiempo de salvarla. Esto es el resultado de una prensa ciega, que se niega a escuchar a las minorías que llevan tiempo denunciando que España dejó de ser una democracia plena en el mismo momento que se le puso un micrófono en la corbata a un fascista.

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