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El populismo afectivo

Miguel Roig

Mauricio Macri mantuvo en Madrid un diálogo público con Mario Vargas Llosa en Casa de América. Todo transcurrió dentro de los márgenes previsibles: Macri haciendo un elogio sin rubor de su gestión al amparo del escritor y este, construyendo un relato paternal o más aún, actuando como un demiurgo capaz de organizar el mundo y presentando a Macri como la prueba irrefutable de su sistema narrativo.

Al final de la charla, a modo de epílogo, la nota inesperada la dio el presidente argentino cuando miró a Vargas Llosa y le dijo: «Al fin y al cabo, Mario, como nosotros dos sabemos, lo único que de verdad importa es el amor».

El primer mandatario en recurrir al plano afectivo como correlato de su gestión fue Nicolas Sarkozy cuando inició su relación con la modelo y cantante Carla Bruni y logró que el foco público se desplazara del Elíseo a Disneyland. Cuando regresó a la residencia presidencial ya no había un mandatario: los franceses veían allí a una pareja. Los políticos exhiben su intimidad para no tener que ser juzgados por sus actuaciones, observa el filósofo Michaël Foessel. Mauricio Macri ha hecho de su intimidad, al igual que el expresidente Sarkozy, un punto clave de su relato pero ha ido mucho más allá cuando incorpora a la felicidad como idea fuerza de su gestión. Claro que, atendiendo a su presupuesto ideológico, la dicha es producto de un esfuerzo, de un emprendimiento que, de llevarse a cabo de manera eficaz, lleva a un estado de satisfacción. La felicidad, nos viene a decir Macri con sus gestos, es un producto cuyo consumo se paga con buenas acciones, con el buen hacer de cada uno. Si lo haces bien, te toca, nos dice. Con Sarkozy, la felicidad se miraba; con Macri, se toca. Ese es el hallazgo de la oficina de comunicación del presidente argentino.

Cuando los actuales reyes españoles anunciaron su compromiso matrimonial bajo el reinado de Juan Carlos I, el entonces príncipe Felipe junto a su prometida, la periodista Letizia Ortiz, además de abundar en el compromiso de la pareja con España y la institución, antepuso un hecho al que le dio la mayor importancia: el amor. A todos dejó claro aquel día de la presentación de su novia al afirmar “lo enamorado que estoy de Letizia”. Es de esperar, al menos en la convención, que la primera razón del vínculo en una pareja sea el amor. Dando esto por descontado, lo usual es que en una escena como la mencionada el peso del discurso esté colocado en el significado institucional y no en el emocional. Esa relación, entre un aspirante a la corona y una plebeya, se enmarcó como el triunfo de los afectos y de ese modo se alentó una narración en la que el amor se constituía como capital simbólico. El ingreso en la Casa Real de un miembro ajeno a la realeza abría una ventana cuyo aire podía traer, incluso, un referéndum sobre la monarquía. Quienes esto aventuraban pensaban que esa corriente de aire provenía de la Puerta del Sol desde donde se expandía el 15-M que luego devino en Podemos. Los relatos oficiales, al contrario que los literarios no se escriben ni para avanzar ni para construir sentido; se producen para conservar y para dotar de opacidad al sentido real. Con lo cual, con la investidura de Felipe VI se terminó el amor y la ventana se clausuró.

Tal como sostiene Pascal Bruckner, al amor le pega una palabra por dudosa que sea: la palabra «mercado», y a la pareja real, en términos de mercado, se le terminó el amor. No así al matrimonio Macri que insiste con la oferta y, apoderándose de una de las consignas del 15M, arenga a los argentinos que «sí, se puede». Lo cual significa, que «tú puedes» ya que el mensaje se estructura sobre el supuesto poder movilizador del propio individuo y no del conjunto: nunca olvidan la máxima de Margaret Thatcher, «la sociedad no existe; existen los individuos».

Uno puede ser feliz solo. Si no fuera perverso, podría tomarse por inocente el comentario de Macri a Vargas Llosa.

El amor como capital simbólico de la pareja real como el de Sarkosy se esfumó; no podría tener otro destino que ese, el de todos los relatos que alienta el marketing político. Y para este, en particular, es conveniente consultar a Sthendal: «creemos amar a alguien toda la vida durante una noche».

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