El PP se está cargando su futuro
La corrupción tiene al PP, y no sólo a Mariano Rajoy, contra las cuerdas. Durante cuatro semanas, día tras día, sin respiro, su situación no ha hecho más que agravarse. Y los que saben dicen que el chaparrón de golpes no ha acabado. Pero lo más probable es que el combate no vaya a terminar en este asalto, por mucho que se prolongue y por duro que sea. La derecha política tiene aún recursos para resistir. A la desesperada. Minuto a minuto. Pero va a quedar tan tocada que se va a quedar sin futuro. Por muy mal que esté y vaya a estar el PSOE, en política los vacíos siempre se llenan. Y tarde o temprano eso ocurrirá también en España.
El PP y el Gobierno han organizado su defensa sobre la marcha, a medida que los acontecimientos los han ido golpeando. Todo lo que habían montado con antelación para apagar los fuegos posibles ha sido arrasado por hechos incontrovertibles y tremendos. La profundidad y extensión del escándalo de Ignacio González y los suyos, que ahora amenaza con involucrar a Ruiz-Gallardón, ha conmovido a la mayoría de los ciudadanos, también a muchos de derechas, que creían que ya lo habían visto todo.
Pero asimismo ha sacado a la luz la manipulación de la Fiscalía por parte del Gobierno, que se sabía que existía, pero que nunca había aparecido tan claramente. A los ojos de la gente que es sensible a estas cosas, incluidos unos cuantos magistrados, la imagen de la independencia del poder judicial está en cuestión, en el imaginario popular cualquier juez puede ser sospechoso de no actuar imparcialmente, haya o no motivos para ello, y no pocos magistrados lo reconocen.
Por si faltara algo, al secretario de Estado de Interior no se le ocurrió otra cosa que reunirse con el hermano de González unas horas antes de su detención. Esa torpeza infinita, en la línea del “Luis sé fuerte” de Rajoy a Bárcenas, no sólo confirma intolerables connivencias con los acusados, sino, sobre todo, que el Gobierno está siendo superado por los acontecimientos, que no sabe cómo navegar en medio del temporal. Porque de lo contrario, alguien habría impedido que José Antonio Nieto recibiera en su despacho a Pablo González. ¿O no?
En todo este folletín hay un elemento del que se habla poco. ¿Dónde están las fuentes de la información que llega a los periódicos? Sólo pueden estar en los órganos de la Guardia Civil y de la Policía que investigan los escándalos y en los de la judicatura que los procesan. Sean funcionarios aislados o grupos de ellos los que filtran los documentos y las grabaciones, sólo cabe concluir que son personas que han decidido actuar por su cuenta, aun saltándose las normas que les obligan al silencio. ¿Por qué? Algún día se sabrá. Pero ya mismo es evidente que el Gobierno no controla todo el aparato del Estado. Y eso es tan preocupante como los desmanes antes apuntados.
El modelo de democracia autoritaria que ha querido implantar el PP hace agua por muchas partes. La corrupción lo ha reventado. Porque Mariano Rajoy y los suyos están demasiado implicados en ella como para tomar las medidas sanitarias tajantes que hubieran hecho falta para cortarla de raíz, cayera quien cayera. Los apaños duran lo que duran. Y el aguante de mucha gente, funcionarios de toda suerte, se puede acabar cuando comprueban que el poder que les exige disciplina y silencio empieza a resquebrajarse o cuando muestra graves signos de debilidad que pueden agravarse en el futuro. Llega un momento en que algunas de esas personas ya no están dispuestas a entregarle su suerte y sus carreras.
La defensa que el Gobierno y el Partido Popular han articulado para desactivar lo que les está cayendo encima es muy pobre y no está mostrando la fuerza que los afiliados y los más convencidos votantes del PP podrían esperar. La negación de la evidencia en la que han coincidido el fiscal general del Estado, el fiscal jefe Anticorrupción y el secretario de Estado de Interior ha sonado demasiado a mentira como para valer para algo y seguramente no son sino el primer paso de sus ceses futuros, que se producirán antes o después. Porque personajes así no pueden seguir mucho en sus cargos. Son demasiado vulnerables como para que al Gobierno le interese mantenerlos. Cuando menos en condiciones normales.
Rajoy tiene aún otros recursos. El de la buena colocación de su Gobierno en el convulso panorama europeo se cita con frecuencia. Y no hay que despreciarlo. Pero, aparte de que tiene muy poco impacto en la opinión pública española, muy centrada en la agitada peripecia nacional, ¿cuánto va a durar esa imagen si la crisis que la corrupción ha provocado sigue o se agrava?
Otra buena baza para quienes dicen que las cosas no están tan mal para el PP es la prevista aprobación del presupuesto. Gracias al apoyo del PNV a los que la debilidad de Rajoy ha permitido que los nacionalistas obtengan cosas con las que hace dos meses no soñaban, y veremos qué reacciones provocan más adelante, y al voto de un diputado canario próximo al PSOE que también ha sacado tajada por lo mismo. No es poca cosa que no te tumben el presupuesto y te obliguen a convocar elecciones justo en este momento. ¿Pero puede ese éxito revertir una situación tan adversa para el PP y más cuando en el debate de las cuentas del Estado Rajoy puede llevarse más de una desagradable sorpresa?
Con todo, el instrumento de defensa más sólido de su defensa es la inexistencia de una alternativa de gobierno. Que en el horizonte de los meses próximos, y no tan próximos, no va a verse muy alterada. Porque el PSOE que salga de su congreso no va a optar por propiciarla, gane quien gane. Bastante tendrá con evitar que las heridas internas no acaben con el partido. Y sin el PSOE no hay alternativa que valga.
Pero el deterioro inmenso que está sufriendo el PP obliga a pensar también en otra dirección. La de qué puede pasar si el gran partido de la derecha no se recupera del trauma que está sufriendo y baja en los sondeos más de lo que lo ha hecho en el último del CIS, lo cual es muy probable. En esas condiciones se pueden iniciar dos dinámicas distintas. Una dentro del propio PP, la de la necesidad de renovar lo antes posible la dirección del partido, la de jubilar a Rajoy. La otra, la del previsible crecimiento de las expectativas de Ciudadanos como alternativa al PP dentro del electorado de centro-derecha.
Tal y como están hoy las cosas, la primera perspectiva es demasiado difícil y traumática, porque Rajoy manda mucho, como para pensar que sea viable a corto y medio plazo y, sobre todo, para que produzcan resultados favorables mínimamente consistentes antes de las próximas elecciones. Por eso casi puede desecharse por ahora. La segunda es mucho más viable. De alguna manera está en el ambiente. Se dirá que también lo estaba hace un par de años, pero que Albert Rivera y los suyos no estuvieron a la altura de la oportunidad que se les había abierto. Pero hoy el deterioro del PP es mucho más profundo y puede que ahora acierte.
Si Ciudadanos ocupa una parte significativa del espacio político que hoy ocupa el PP estaremos ante un nuevo panorama. En el que Rajoy será historia y en el que todos los partidos se vean obligados a entonar un nuevo discurso. Incluido Unidos Podemos, que cada día es más la única instancia política que expresa la indignación popular.