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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

PP: la desfachatez infinita

Los expresidentes del Gobierno José María Aznar y Mariajo Rajoy junto al líder del PP, Alberto Núñez Feijóo.

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Es como si la irónica Ley de Murphy –“Por mala que sea, toda situación es susceptible de empeorar”– se hubiera formulado para el Partido Popular español. Les vemos caer episodio tras episodio, año tras año, a una sima plagados de errores cada vez más descomunales y nunca son suficientes como para llenarla y desparramarse rebosado su contenido. Debe ser un pozo sin fin que cruza el planeta Tierra pudriendo sus entrañas. Porque es inaudito todo lo que puede engullir este país, sus estructuras e instituciones, su prensa, su sociedad y sobre todo los votantes del PP antes de reventar de indignación y lanzar a este partido a los confines de la historia: para ver si partiendo de cero logra tener España un partido conservador estatal decente, como ocurre en otros países.

Si cada presidente es peor que el anterior y cuentan en su galería de dirigentes desde un ministro franquista como fundador, a otro que desencadenó una guerra ilegal en Irak con graves repercusiones en la extensión del terrorismo, a otro que creó una policía política desde el propio Estado para los chanchullos particulares del partido, si todos ellos esquilmaron más y más las arcas públicas y el Estado del Bienestar de los ciudadanos ¿cabía pensar que el último, Alberto Núñez Feijóo, no estaría a la altura de toda esa calaña?

Negociar apoyos de investidura en una democracia parlamentaria basada en mayorías es lo lógico, ocultarlo y acusar a otros de romper el Estado de Derecho solo lo hace el PP. Hace falta tener una desfachatez de las que rompen el molde para pasarse varios meses atacando a Pedro Sánchez por sus negociaciones con Junts en busca de su investidura, y haber intentado hacer lo mismo a escondidas. Para sacar a miles de personas a la calle gritando contra el Gobierno “que rompe España” y estar negociando el apoyo de Puigdemont en busca de llegar a la Moncloa.

 Alardear de una dudosa decencia o asegurar mirándonos a los ojos que él no miente y no nos engañará jamás.

Cómo será lo ofertado al ex president catalán y qué pruebas debe haber para que haya saltado semejante emplasto a una semana de las elecciones gallegas. El “todo se sabrá” de Puigdemont provocó la confesión del PP, se han visto forzados a ella. Y el aviso de Junts tras el gran logro de Dolors Monserrat en el Parlamento Europeo de “conseguir” que se investigue la presunta “trama rusa” y a Puigdemont por terrorismo, cuando el más inexperto en derecho sabe –a salvo de miradas torcidas– que nada tienen que ver con el terrorismo los hechos en cuestión. 

La desfachatez de Feijóo es tan infinita como para ir a Barbate a los funerales por los dos miembros de la Guardia Civil asesinados por la mafia de la droga, al ser aplastados por una narcolancha. No tan diferente a la que él frecuentaba con su amigo Marcial Dorado. Sin duda ha sido una tragedia doblemente terrible por la desigualdad de fuerzas en Cádiz para luchar contra esa lacra. Pero es hasta obsceno en su caso utilizar con fines electorales el ejemplar trabajo de los servidores públicos que ponen en riesgo su vida por los demás, el dolor de sus familias. Galicia paró aquella trágica época en la que tantos jóvenes perdieron la vida por la droga cuando las madres se levantaron en una histórica protesta. Feijóo se comporta como si sus parcelas personales fueran divisibles e independientes y no es así.  

Son nuevas muestras de lo que son el PP y sus peculiares dirigentes. Y, sobre todo, de ese núcleo de cómplices notables que les permite operar con tan escandalosa impunidad. Otra certificación de los males que aquejan a este país que no consigue librarse de semejante estigma.

La sospecha que apuntaba el artículo del director de ElDiario.es, Ignacio Escolar, es si cabe peor que la desfachatez de Feijóo con sus negociaciones con Puigdemont. El PP habría ofrecido una opción más discreta: en los propios juzgados, gracias a su evidente influencia en esos tribunales que controlan “desde detrás”. Añadan después el tratamiento mediático del cambio de postura que ha pasado de puntillas o secundando la negación del PP tras haber abierto las puertas del campo. Ahora resulta –visto el impacto de la bomba– que 16 periodistas de medios diversos, todos, “han sacado de contexto la información facilitada por el PP”. según difunde el núcleo duro del partido. Y eso que un episodio como éste lo puede zanjar la organización PP como con Casado: expulsándolo de la presidencia.

Y ahora vayan y les voten otra vez en masa el domingo en Galicia que las encuestas hablan de la posibilidad de que no coseche este PP otra mayoría absoluta, solo eso. Es demoledor saber que millones de personas –en todo el país en realidad– forman parte de este entramado al secundarlo una y otra vez.

Porque nos sabemos de memoria la táctica habitual: negar las evidencias y querer creer lo imposible. Ya ha salido la aspirante, Diaz Ayuso, viniendo a decir: es todo mentira y además no me lo creo y tampoco se lo crea el personal. Ella, impasible y segura también, cuando ya se han publicado las actas policiales de las residencias en pandemia a pesar de que involucró a la justicia para evitar su difusión. Lo que se supo por informaciones periodísticas o por organizaciones como Médicos sin Fronteras: se dejó morir a miles de ancianos en medio de un caos notorio, sin derivar a los hospitales como marcaba el protocolo de la Comunidad de Madrid, y solo de la Comunidad de Madrid en ese extremo de crueldad. Llamadas de auxilio de las residencias no atendidas, cadáveres sin recoger durante varios días. Desesperación y muerte sin los cuidados precisos. El precio de la libertad de las cervezas. Es el recambio de Feijóo. Y ahí sigue hablando a todas horas.

Siempre recuerdo, cuando algunos políticos mienten al negar su autoría de hechos virtualmente punibles, aquella cáustica progresión delictiva que relataba el escritor británico Tomás de Quincey en el Siglo XIX: “Si un hombre se deja tentar por un asesinato, poco después piensa que el robo no tiene importancia, y del robo pasa a la bebida y a no respetar los sábados, y de esto pasa a la negligencia de los modales y al abandono de sus deberes”.

Se diría que algunas malas piezas del PP están a punto de robar caramelos a los niños en la puerta de un colegio. Con la ayuda de sus múltiples cómplices, desde luego. 

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