PP: reventó la cloaca
Después de haber dejado morir sin asistencia médica a 7.291 ancianos en las residencias (5.795 con Covid) y de haber firmado unos cuantos contratos de dudosa necesidad, Isabel Díaz Ayuso puede caer por comprar a dedo unas mascarillas -a 6 euros la unidad- en un contrato en el que su hermano se habría llevado una comisión cercana al 20% del 1.500.000 de euros pagado: 286.000, según Pablo Casado, ella ha terminado diciendo que fueron 55.000 euros. Y todo el tiempo ha insistido en que era una operación legal. El beneficiario del contrato es un amigo común de los Ayuso en sus veraneos en el pueblo que no se dedica al sector sanitario, sino a la ganadería y el textil. A la presidenta de Madrid la ha puesto en el punto de mira la cúpula de su propio partido, el PP de Pablo Casado, como parte de la lucha por el poder que ambos mantienen y que ahora pasa a ser cruenta. No cabe ser más trágico para la decencia de una sociedad ese cúmulo de circunstancias indeseables.
La cloaca ha reventado. Pocas veces se ve en vivo tal eclosión producida por ambiciones desmedidas y una acumulación de suciedad que ha roto las compuertas. Eso es lo sorprendente. La cloaca ha demostrado ser sólida y bien organizada a través incluso de décadas. Dispone aparentemente de personal a su servicio en la justicia, en la empresa o en los medios de comunicación, colaboradores indispensables para los grandes resultados obtenidos en su funcionamiento.
El detonante es, ya saben, un “supuesto” espionaje de la cúpula del PP –parece que habría sido desde el ayuntamiento de Almeida como se deduce de que haya despedido al servicial Carromero-. O un intento, o quién sabe qué: Casado lo niega. En realidad lo sustancial es el contrato de la mascarillas ventilado por el procedimiento de urgencia en abril de 2020. En el momento más crítico de la pandemia. Cuando contrató también a otra persona, carente de toda experiencia, para los geriátricos, cuya gestión fue un puro desastre aunque “flipaba en colores”, tras llevar en pocos días “8.700 abueletes vistos”, dijo, con la ilusión de hacerse “los reyes y los amos de la gestión sociosanitaria de Madrid comunidad autónoma”. O, trágicamente, cuando el gobierno de Ayuso firmó el protocolo de la vergüenza que condenó a miles de ancianos, sin que la justicia intervenga seriamente.
El pastel lo ha aflorado el PP. No causaron el mismo impacto ni las informaciones periodísticas llenas de detalles, ni las dudas que suscitaba el papel del hermano de Ayuso por los hospitales –que cortó en seco la presidenta de la Asamblea al expulsar a la diputada del PSOE que preguntó-, ni la comisión que pidió Unidas Podemos y fue denegada, tras pedir cuentas a Ayuso precisamente de diez contratos de la Comunidad con su hermano.
Con ser muy grave, el contrato de las mascarillas es el chocolate del loro. Incluso la veintena de contratos que la comunidad que preside su hermana contrató con empresas vinculadas a Tomás Ayuso. Muchos seguimos pasmados por los derroches del Zendal, un almacén de ladrillos que nunca ha servido para su cometido. Si ya de entrada era un dispendio invertir 51 millones de euros en su construcción, en lugar de reforzar los hospitales y la Atención Primaria, parece aberrante que ese dinero se triplicara con creces hasta los 170 millones. Ferrovial, San José y Dragados acumulan la mitad de las adjudicaciones del Zendal. Y, por cierto, se sigue contratando servicios y a dedo. Durante todo su mandato, Ayuso ha venido actuando aparentemente como la gran gestora de las empresas privadas con dinero público. Con la pandemia como gran oportunidad. Por donde miren hay algo. Los 'aviones de Ayuso' también adolecían de precios disparados, facturas opacas y comisionistas. Y hasta empresas salidas de la nada se llevaron casi todo el contrato.
La cloaca del PP incluye “presuntamente” al Madrid de Aguirre, tan bien pertrechada en su defensa jurídica que se condena a sus subalternos mientras ella se ve libre de responsabilidad. Pero pueden añadir al Ayuntamiento de Ana Botella, con la venta de pisos de protección oficial a un fondo buitre del que sale limpia ella como alcaldesa. No se han investigado adjudicaciones de hoteles de relumbre, aunque el hedor hacía pararse en la calle a mirar. Como a mí misma me pasó. Claro que no ocurre solo en Madrid, el PP es el partido de la Gurtel, con su Kitchen especializada precisamente en cloacas, Lezo y un sinfín de casos de corrupción más con decenas de cargos imputados. Es una lista interminable en toda España, que a menudo recibe un tratamiento muy benévolo en los procesos, especialmente por parte de algunos jueces. Y de la prensa. Y de sectores de la sociedad que, no sobrados de decencia, prefieren autoengañarse con el “todos los hacen”.
Difícilmente puede vivir un país con ese pozo de corrupción en sus cimientos. Pero así llevamos años, décadas. Estomaga ver cómo se está tratando el caso Ayuso/Casado. Tanto acusar de populismo a todo quisque y ahora evalúan la guerra desatada en términos de popularidad de los contendientes. Excluyendo prácticamente el contrato de las mascarillas y la comisión del hermano de la presidenta. De todos los contratos y comisiones. De toda la corrupción como es ya una norma. En este caso y terreno, gana Ayuso. En la guerra facciosa dentro del partido, de quienes se han pronunciado. Y la caverna mediática va con ella a tope. Le buscan filtros de transparencia a sus adjudicaciones. Internos, como las cafeteras para dar el café al gusto. Y hasta vuelven a vestirla de “Dolorosa”.
Periodistas y espectadores viven esta guerra en el fango como si fuera un Juego de tronos de ficción cuando afecta al bienestar y la vida de millones de personas. Ni mucho menos es más limpio el otro bando pero con Ayuso –hija de ese mismo magma- nos vendieron un producto peligroso con trágicas consecuencias. Un día habremos de hablar en serio de lo que nos ha costado esa concepción de la “libertad” de los bares y contagios que ha terminado impregnando de inhumanidad la pandemia de coronavirus. La que todavía anota 300 o 400 muertos diarios sin que nadie se inmute.
La lucha por el poder en el PP se está viviendo en términos de caudillismo trumpista y cañí. Asistimos al bochorno de acusaciones cruzadas, rebajas de cuantías, reescrituras semánticas, aplausos y abucheos en la grada. Tan creíble todo como cuanto dicen todos los protagonistas de la obra, que han mentido hasta extenuar el verbo mentir. Cuanto más explican y cambian de opinión, peor huele. A quien no tiene atrofiada la pituitaria por haberse acostumbrado a vivir en ese hedor.
De repente, Pablo Casado, que bramaba exabruptos contra la oposición, calumnias incluidas, ha vuelto “a la moderación” que muchos en su partido le recriminan. Las huestes se inclinan por Ayuso, la víctima doliente de sus compañeros. Telemadrid, la cadena autonómica que la presidenta defenestró con el silencio cómplice de asociaciones de la prensa y periodistas de renombre, anuncia –como en convocatoria- la manifestación en Génova en apoyo de Ayuso. ¿Nos faltan un par de pasos más para asaltar nuestros “capitolios”?
La cloaca ha reventado. Se juegan mucho y son tiempos de emociones fuertes para atraer la atención del auditorio. Pero los actores y directores de esta miserable obra son perfectamente capaces de recoger los detritus, volverlos a meter en el agujero a paladas con la ayuda de tertulianos e informadores de lo suyo, y salir sonrientes todos a recibir el aplauso de su público. O solo los vencedores, da igual, no se esperan grandes cambios a mejor en el argumento. Los que perdemos somos los ciudadanos. La decencia, la democracia, también.
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