“Queremos que os quedéis”
David Cameron ha modulado su estrategia. Frente a la machacona propaganda de Londres sobre lo que Escocia perdería si sus ciudadanos votaran por la secesión del Reino Unido en el referéndum del próximo 18 de septiembre, ha empezado a hablar de los costes que tal escisión tendría para el resto o el conjunto de los británicos. Y frente al discurso amenazante ha lanzado un “queremos que os quedéis” (aunque posteriormente llegara el aviso del gobernador del Banco de Inglaterra de que una Escocia independiente no podría quedarse en o con la libra esterlina).
“Nos veríamos profundamente disminuidos sin Escocia”, ha afirmado el premier británico en un emotivo discurso desde Londres. Ha comprendido que asegurarse el “no” a la independencia de los escoceses requiere también dosis de sentimiento, y no solo agitar el espectro del miedo. “Escocia, por favor quédate con nosotros” ha sido el mensaje del cantante David Bowie.
Recientemente en Madrid, en la Conferencia Anual Francisco Fernández Ordoñez, Miquel Roca, uno los padres de la Constitución española, nacionalista mas no independentista, contó la siguiente anécdota. Un hombre llega a su casa y su mujer le dice: “Quiero el divorcio”. El hombre se enfurece y le espeta: “Desgraciada, pero cómo vas a vivir sola, sin medios, sin seguridad, etc.”. La mujer se echa a llorar, y el hombre no entiende nada y le dice: “Pero por qué lloras ahora, si eres tú la que quiere el divorcio”. “Es que lo que pretendía era que me dijeses que me querías”, contesta ella entre sollozos.
Bueno, algo, mucho de eso hay en nuestra situación. Cameron lo ha entendido respecto a Escocia. Los gobernantes españoles –y en general muchos ciudadanos- no lo han comprendido ni nunca han llegado a calibrar bien el grado de irritación que hay en la sociedad catalana desde la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut de junio de 2010 y lo que la precedió. Como tampoco parecen enterarse de que se ha puesto en marcha una dinámica social que en estos momentos supera a Artur Mas o a Esquerra Republicana. ¿El genio ha salido de la lámpara? ¿Quién y cómo invertir volver a meterlo?
En un tema con una profunda carga sentimental –aunque cuidado con los sentimientos y las emociones en política- la respuesta ha de ser política, pero también emocional. Y, de momento, no hay ni lo uno ni lo otro.
Incluso sin consulta o referéndum, la respuesta emocional pasa también por lo que ha hecho Cameron: reconocer el coste de una independencia no ya para Escocia, sino para el resto o el conjunto del Reino Unido. Y no estaría de más empezar a hablar en serio del coste que tendría una independencia catalana no solo para Cataluña sino para España. Y para Europa.
Para Europa sería un fracaso, como también para España. Entre otras cosas, España además de perder mercado, perdería peso en la UE y en el mundo, y un elemento decisivo de su modernización interna. Conllevaría una pérdida de pluralismo cultural y el riesgo de recaída en un casticismo trasnochado. La descatalanización de España, entendiendo por ello una pérdida de la cultura del pacto, de una parte importante de su acervo cultural, y con un menor sentido europeo, sería un desastre. Nos veríamos profundamente disminuidos, como dice Cameron.
Estamos en un juego de suma negativa en la que los dos actores, el conjunto de España y Cataluña, perderían. Hay que transformarlo en suma positiva, en la que todos ganen. Y para lograrlo es necesario diálogo, mucho diálogo, para cambiar cosas, bastantes cosas, pues la elección, tome la forma que tome, no puede ser entre el statu quo y la independencia. El Congreso de los Diputados, a instancias de UPyD, ha mandado este jueves un primer y claro -85% de los votos- “no” a los planes de Artur Mas. Parece más fácil ponerse de acuerdo sobre lo que se rechaza que sobre lo que se puede ofrecer. Hay que evitar un choque de trenes. Diálogo por ambas partes. Con razón y sentimiento. Sin paternalismos. Aunque sabiendo lo que nos jugamos todos.