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Rajoy se hunde demasiado tarde

Mariano Rajoy en una imagen de archivo

Antonio Franco

Los sondeos son cada vez más claros: los españoles empiezan a huir de Rajoy casi en desbandada. Es tarde, pero siempre se podrá decir lo de que más vale tarde que nunca. Los españoles de todas partes, empezando por la comunidad de Madrid, huyen de Rajoy como antes lo hicieron los catalanes (tanto los que se sienten españoles como los que no), que electoralmente ya dejaron al PP convertido en una desprestigiada fuerza marginal en su territorio. Empieza a ser evidente que Rajoy se irá pronto. Tal vez hará el gesto de la dignidad, tal vez tendrán que empujarle los suyos; ya muy están asustados por la cantidad de empleos que perderán y por el poco poder real que les quedará después de haber sostenido durante tanto tiempo a un líder capaz de muchas cosas, pero no de hacer política.

El problema es la situación en que nos va a dejar Rajoy. Le gustaba apuntarse todas las cosas positivas que pasaban, cuando son pocos y discretos los logros obtenidos gracias a su inteligencia. Pese al mal olor penetrante de la corrupción durante toda su etapa --los libros de historia con toda seguridad la unirán a su apellido-- él ha sonreído mucho atribuyéndose lo que nos ha ido regalando el viento de cola, pero al final eso ha pasado de favorable a desfavorable. La buena racha económica que se acaba con él (pero no porque él se vaya) se diluye por la subida del precio del petróleo, el alza de las tasas de interés y las inestabilidades económicas que provoca Trump (que se le parece tanto en el perfil ético y en la capacidad de reflexión)por enredar las relaciones comerciales internacionales.

Pero más allá inestable estado del mundo a los españoles Rajoy les dejará en herencia dos cuestiones interiores podridas. Económicamente, la desigualdad ha crecido tanto y se desmorona tan estrepitosamente el modelo de la generalización de los salarios basura, que las dinámicas positivas del negocio turístico y de la exportación no consiguen estabilizarnos. Pero políticamente el legado es peor. La situación catalana está tan emputecida como pronosticaban los más pesimistas. Con Rajoy, a la pereza de la inacción se le ha sumado que ha sido muy poco convincente al manejar los instrumentos democráticos. Pensar que el dúo Zoido-Llarena podía entrar a caballo en cualquier cristalería si era catalana es un ejemplo de su simplería.

Al final, la ligereza de consentirse embates judiciales de legalidad dudosa y la indecisión entre ser más duro o más blando ante la sedición han culminado con su apoteósico desastre de haber empujado de hecho hacia la presidencia de la Generalitat a Quim Torra, uno de los pocos candidatos peores que Carles Puigdemont, a quien supera en radicalidad, inteligencia, populismo de cara a una guerra fría contra todo lo que pueda parecerse a un autonomismo. La CUP no podía haber encontrado un compañero de viaje más compatible con sus fines que Torra.

Rajoy no ha sabido actuar dentro de la profunda división existente en el separatismo. Ni dando aire a los realistas, a quienes tomaron nota de lo sucedido meses atrás y están dispuestos a esperar a que el independentismo sea mayoritario en Catalunya, ni enredando al puigdemonismo resentido que lo quiere todo y ahora, aunque eso comporte pasar por encima de la mayoría absoluta de la población catalana y de España. Rajoy no ha jugado ninguna baza. Quienes creemos que es tarde para creer en serio que en España hay una virginal separación de poderes nunca entenderemos que la política española haya dejado crecer la animadversión popular generalizada (por encima de un 80%) a los encarcelamientos preventivos larguísimos, evitables, políticos y no justificados ni por el sentido común ni muy posiblemente por el espíritu de las leyes. Pero tampoco conseguiremos entender que Oriol Junqueras, que encarna al independentismo realista, haya estado atrapado sin sentido entre barrotes, sin posibilidad de defender sus tesis, mientras se producía el gran debate que han acabado por decantar a su favor los esencialistas.

Rajoy puede irse, pero España y Catalunya siguen. Y lo menos que puede decirse es que después de este último capítulo de incapacidad política, de falta de imaginación, de sentido común, nos va a dejar peor que nunca. Y al igual que le pasa ahora a Quim Torra, a este gallego no le será suficiente que haga eso que en Catalunya se bromea llamándolo “un Juan Carlos”. Porque pedir perdón y ya está, en las cuestiones serias nunca es suficiente.

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