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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Los republicanos asaltan el centro en Estados Unidos

Los senadores republicanos Rand Paul y Mitch McConnell y la esposa de este, en la celebración de la victoria en Louisville.

Vicente Palacio

De nada le sirvió al primer presidente afroamericano de la historia de EEUU sacar a sus ciudadanos de la mayor crisis financiera y económica desde 1929 con una política de gigantescos estímulos monetarios y fiscales. Nadie le ha dado las gracias. A pesar de que al otro premio Nobel, el economista Paul Krugman, le sepa a poco, seis años después de su llegada a la Casa Blanca, la locomotora tira bastante bien: crecimiento del 3,5% en el tercer trimestre de este año, desempleo por debajo del 6%, gasolina barata, América sobre ruedas. ¿Pero qué más quiere la gente?

En las elecciones mid-term del martes los republicanos han arrasado en la Cámara de Representantes, y en los puestos en disputa del Senado y de las Gobernaciones de los Estados. El legado de un presidente que ahora es visto como indeciso y blando con los enemigos (el Estado Islámico, Rusia), incompetente (la epidemia del ébola), u omnipresente. No importan los hechos, sino las percepciones: el ciudadano de a pie siente que la mejora de la economía apenas le ha llegado al bolsillo.

Estamos ante la ley del péndulo norteamericano, la de una maquinaria política que tan pronto te lleva en volandas como te tumba de un golpe seco. Esta vez, mucha gente de las minorías que lo encumbraron un día –negros, latinos, mujeres, jóvenes– se quedaron en casa, y otros pocos hasta se cambiaron de bando. Por contraste, 100 mujeres ocuparán escaños en el Congreso, una cifra histórica.

Los candidatos demócratas en los Estados plantearon mal la campaña, abjuraron de su líder –señalado como ¡izquierdista! por su reforma de la sanidad, el descafeinado Obamacare -; pero no supieron ofrecer nada mejor a cambio. Obama, por su parte, no ha podido o no ha sabido transmitir bien los éxitos de su presidencia, seguramente él porque murió de éxito nada más tomar el poder, tan altas eran las expectativas.

En el GOP (Grand Old Party), el partido de Lincoln, quintaesencia de la América profunda, están de suerte: este presidente es ya no un pato cojo, sino más bien un pato sin piernas: Cámara de Representantes, Senado y gobernadores caen de su lado. Massachusetts y gran parte de Nueva Inglaterra tendrán gobernadores republicanos; en el Senado, duelen especialmente por su simbolismo Virginia Occidental, Iowa, o Carolina del Norte.

Esta vez los del GOP han dado con la tecla exacta: la del tamaño del Gobierno, que el ciudadano sitúa ahora en un punto equidistante entre los dos extremos: el todo de los Demócratas, y la nada de los Tea Party. Así pues, los republicanos aprendieron la lección y esta vez han asaltado el centro con éxito. Parece que no cometerán los mismos errores que en el pasado reciente, cuando tras su irrupción en 2010, las hordas histéricas del Tea Party, con sus brujas y creacionistas (negadores de la evolución humana), se dedicaron a obstruir las leyes y los presupuestos en el Congreso, para disgusto de los norteamericanos, que en las presidenciales de 2012 les penalizaron muy duramente.

Pero el afianzamiento de esta tendencia depende de cómo los republicanos gestionen su éxito. Parece que podrían adoptar una actitud más conciliadora en estos dos años restantes y no entrar en una dinámica que sería muy perniciosa para el país. Ello ocurre en medio de un gran debate de intelectuales y políticos acerca del hecho de que el complejo sistema político de contrapesos de EEUU –pensado para que el gobierno gobierne lo menos posible- resulta muy disfuncional, sometiendo a la vida pública a continuas tensiones, gastos de financiación de campañas, y frecuentes parones, por ejemplo, del actual Congreso republicano apenas ha salido una sola ley en esta legislatura.

¿Qué le queda ya por hacer a Obama en la Presidencia? No mucho. Lo primero tal vez es lograr que los republicanos hagan el menor destrozo posible de sus dos estrellas declinantes: la reforma sanitaria y la ley migratoria, la cual estaba a punto de empezar a sacar del limbo de la vergüenza a once millones de indocumentados. Los conservadores podrían optar por trocearla en cachitos de pequeñas leyes, aunque solo sea para desfigurar el mérito del presidente: la política es cruel. Pero al menos se avanzaría algo.

Otra cosa que Obama puede hacer es abordar el tema del salario mínimo (la renta media lleva cuatro décadas cayendo en EEUU desde mediados de la década de los setenta), y continuar el diálogo con las grandes corporaciones. Y una tercera de gran alcance: profundizar en la reforma energética que tan buenos resultados está dando, y que pronto puede propiciar un vuelco geopolítico. Desde el aumento de la producción de petróleo a hitos históricos en el país -con el abaratamiento de la gasolina- hasta la extracción de gas mediante el incipiente sistema de fracking.

De momento, Obama se ha apresurado a citar ceremoniosamente en el Despacho Oval a los dos líderes republicanos del Congreso y Senado, John Boehner y Mitch McConnell, a ver qué puede hacerse. En el exterior, esperan en vilo las políticas hacia Cuba, Irán, Oriente Medio, o los tratados comerciales con Europa y con Asia-Pacífico.

¿Y qué pasa con Hillary Clinton, la eterna candidata, aún no oficial pero oficiosa, a la Casa Blanca en 2016? Llevaba un tiempo camuflándose un poco a la izquierda para significarse. ¿Cómo le afectará la oleada republicana? ¿La llevará a ella también a pelear el centro político? Lo veremos pronto, porque el próximo verano ya estaremos en campaña de nuevo. Para cuando se produzca el relevo presidencial, Hillary habrá esperado pacientemente durante ocho largos años esa anomalía que fue Barack Obama. A lo lejos, en el otro bando, se perfilan varios, como el congresista de Wisconsin Paul Ryan o el senador de Florida Marco Rubio; gente de orden, conservadores de toda la vida. Pase lo que pase, seguro que en Europa recordaremos mucho tiempo al bueno de Barack.

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