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¿Quién te ríe las gracias?

El cómico Rober Bodegas

Felipe G. Gil

  • El humorista Rober Bodegas se ha visto obligado a pedir disculpas por un monólogo en el que bromea sobre los estereotipos de la etnia gitana. Muchos humoristas se han posicionado a su favor y se vuelve reaviva de nuevo el debate sobre los límites del humor

Ignatius Farray defendía este lunes a Rober Bodegas con un argumento que otro usuario se ha encargado de documentar con pantallazos: “Gitanos que se sienten reducidos a un estereotipo por los chistes de Rober Bodegas y para demostrar lo equivocados que son esos clichés le amenazan de muerte”. Nacho Carretero (autor de Fariña) decía vehemente: “Pedirle a Rober Bodegas ni un paso atrás es fácil si no eres tú el que recibe las amenazas de muerte. Él es la víctima. Otra más de la Ofendidos Firm. Estamos contigo @roberbodegas. Avanti y a seguir ofendiendo”.

Por otro lado, Edu Galán afirmaba en la tele: “Los que más me molestan son estos hipócritas que agarran la cartera al ver pasar un gitano y señalan a Bodegas como racista” y Soto Ivars declaraba que “Perseguir a un cómico que no te hace gracia es integrismo puro” y que esto no va sobre los límites del humor: “Sobresale esto en una sociedad donde se premian ciertos tipos de intransigencia”.

No solo hombres han defendido a Bodegas. La humorista Raquel Sastre exclamaba “Contar chistes en un escenario es ficción. Insultar al humorista y amenazarlo de muerte es realidad. Los de los límites del humor dais mucho miedo”. También contó que 'un aliado feminista' que la acusaba de machista avisó en redes que ésta actuaría en su ciudad, por si alguien quería ir a tirarle cosas.

David Bravo, abogado experto en derecho informático y conocido por el uso de la ironía en sus charlas públicas, defiende que “en el humor negro, la gracia no es el chiste sino la propia transgresión”.  El tema es complejo, le sobra la brocha gorda y los debates acalorados con insultos que suele haber en Twitter. 

Según esta versión de los hechos, el humor debe ser asumido como un pacto carnavalesco en el que nuestra lupa moral debe ser más laxa ante lo que se diga en ese contexto porque el objetivo es que la risa nos permita descubrir cuáles son los límites de lo que consideramos tabú, para así ir más allá de éstos y crecer como sociedad. En este supuesto, querer moderar o limitar la escritura de textos humorísticos es retrógrado y lo liberador es dejar que el humor sirva de ariete para mostrarnos las costuras de lo que consideramos o no aceptable. Hace un tiempo yo no me encontraba lejos de esta postura y sigo teniendo amigos que la defienden. Ahora es diferente para mí. Os cuento porqué. 

Desde hace aproximadamente dos años formo parte de un grupo de whatsapp de antiguos alumnos del colegio al que asistí. El grupo se creó con el objetivo de hacer una quedada. Las vidas adultas, las agendas y la descoordinación terminaron por anular la cita. El grupo se mantuvo. Durante un tiempo la conversación giraba en torno a nuestras vidas. Los que habíamos tenido hijas, las que se habían casado, los que se habían ido a vivir fuera, etc. Un día dicha conversación empezó a ser acaparada por dos o tres tíos que diariamente nos avasallaban con memes y vídeos de todo tipo con las últimas bromas que les llegaban de otros grupos. Y entre todo ese humor, había un patrón: machismo.

El tipo de chistes que llegaban era del estilo: ¿Cuál es el astro de la mujer: El astropajo. ¿Qué hace el hombre cuando la mujer le reclama más libertad? Le agranda la cocina. ¿Cuál es la última botella que abre una mujer en una fiesta? La del Fairy. Todos los días. Varias veces al día. Tras un tiempo aguantando en el grupo, llegó un 8 de Marzo y escribí: “A ver si hoy que es el día de la Mujer no enviamos ningún chiste machista”. Lo que ocurrió a continuación no te sorprenderá: automáticamente me convertí en el aguafiestas del grupo.

Varias personas se mostraron muy airadas: “¿Nos estás llamando machistas por unas simples bromas?”. Ese era el argumento principal. El humor era el blindaje perfecto contra cualquier crítica. Algunas de las personas del grupo que recordaba con mucho cariño y con las que guardaba una mínima relación cordial me escribieron en privado: “Déjalo estar”, “no tiene importancia”, “lo hacen sin maldad”, “son solo chistes”. Lo más frustrante para mí era que nadie sabía en ese grupo que me encanta el humor, que soy un admirador confeso de muchísimas personas dedicadas a la comedia de este y otros países y que en privado utilizo constantemente el humor como herramienta para salir de atolladeros o entrar en ellos. Eso daba igual, yo era el aguafiestas.

A pesar de que en el incidente los conceptos “límites del humor” y “libertad de expresión” no fueron mencionados, me resultaba inevitable no hacer un paralelismo. ¿Estaba yo aludiendo a una moral externa al grupo para imponer normas de comportamiento que no eran las que este había decidido como propias? ¿O estaba tratando de cuestionar una inercia grupal dominante que naturalizaba el machismo basándome en lo que estaba ocurriendo en la sociedad? En el fragor de mis dilemas y del agobio que me estaba provocando que todos mis antiguos compañeros del colegio me tildaran de moralista aguafiestas, una de las chicas me escribió en privado. Solo me puso: “Gracias”. Y después salió del grupo sin decir nada.

Nunca tendré la oportunidad de saber quién se reía o quién sufría con los chistes del grupo de whatsapp. De lo que estoy más seguro es de que en 2018 decir que la libertad de una mujer consiste en ampliarle el tamaño de la cocina o dar a entender que los gitanos no saben escribir bien, que no viven acorde a nuestras normas sociales, que roban coches, que venden droga en los polígonos... no es transgresor. No discuto si es gracioso o no porque todo chiste tiene su público. Simplemente creo que alimenta unos estereotipos y no los cuestiona.

Rebeca Santiago Heredia, profesora, colaboradora de Píkara que se define en su perfil de Twitter como femitana (feminista y gitana), decía ayer en Twitter: “Los gitanos y gitanas nos reímos mucho, siempre estamos de guasa. Se puede hacer chistes de gitanos sin fomentar el estereotipo negativo. Este es un chiste de gitanos que cuenta una amiga paya y no pasa nada:

- Ay padre ya me ha picao un mosquito!

- Hijico pues mátalo que no te pique más!

- No papa que ya lleva mi sangre“

Pensar que quien se ofende con un chiste es un 'aguafiestas non-stop y ofendidito 24/365' que solo quiere cercenar los límites del humor es tan absurdo como creer que criticar el contenido del monólogo de Bodegas es justificar cualquier tipo de amenaza que haya podido recibir. Y por hubiera alguna duda en esto, no hay más que ver como la mayoría de medios de comunicación se ha volcado con Bodegas al considerarlo como agredido y aún así la Red Antidiscriminatoria Gitana declara con rotundidad: “Si ha abierto amenazas, las condenamos y rogamos que se haga denuncia de las mismas en los juzgados pertinentes”.

El hecho de que Bodegas se haya disculpado no puede convertirlo en un mártir de la libertad de expresión. No es justo equiparar la censura con las discusiones en las que se dirime la construcción del sentido común. Nadie ha censurado a Bodegas. Como decía el escritor mexicano Juan Pablo Villalobos de forma socarrona: “Que la gente te diga que no le gusta lo que dices, que eres idiota, que se burlen de ti o que viralicen tu estupidez... se llama feedback”. La censura es un mecanismo correctivo violento. Esto, en todo caso, es una discusión sobre si sus chistes resultaron o no transgresores. Y el humor no va a verse cercado por incidentes como este. El humor es como Internet: ilimitado por definición. En él caben desde Arévalo hasta Hannah Gadsby.

Este lunes se enzarzaban en una agría discusión la Revista Mongolia y Manu Sánchez a cuenta de su columna sonora titulada “Por cojones” en la que Sánchez alentaba poéticamente a hacer un humor de abajo a arriba, contra el opresor. Desde Mongolia se le afeaba 'no ser de los de abajo' por haber criticado junto a Carlos Herrera una portada de la revista que hacía sátira de la Semana Santa. Quizás ellos no lleguen a ponerse de acuerdo quién está arriba o abajo. Los que desgraciadamente suelen tenerlo claro son los colectivos LGTBIQ+, las comunidades racializadas, las mujeres feministas o las personas gitanas. Saben bien en qué posición suelen tener con respecto al humor que se hace en grupos de whatsapp, bares y monólogos. Por eso, si eres de los que no tiene claro dónde te encuentras en todo este debate pero estás decidido a hacer un chiste y necesitas saber si la estás cagando, sigue el consejo de Jordi Costa en esta entrevista y pregúntate: ¿quién te ríe las gracias?

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