Sí, Rufián, estamos organizadas
No es un guiño. No es una palabra. No es Rufián ni éste ni aquel. Es una actitud. Es una constante. Es algo que hincha, que carga, que indigna. Toda mujer que ocupa una posición en el espacio público lo ha sufrido una y otra vez. Esa sensación clara y evidente de que el hombre que tienes enfrente te está vejando por la sencilla razón de que es un tío y puede. Y da igual de que partido o de que ideología sea cada una de las partes. Da igual porque el significado es el mismo: un hombre avasallando a una mujer.
Siento tener que confesar que después de oír las versiones a posteriori me sigo creyendo la de la mujer. La sororidad no lleva una marca partidaria. Es muy probable que yo misma haya sentido ganas de darle un aullido a Beatriz Escudero alguna vez. Puede incluso que no la soporte. Da exactamente igual. Puedo empatizar en este caso totalmente con ella y, vista su reacción espontánea, puedo sentir el tipo de indignación que ella sintió porque es un sentimiento que he tenido muchas veces. De la respuesta ya hablamos luego.
Por supuesto que Rufián también es muy capaz de llamarle palmero a un diputado. No lo dudo. Pero que la invectiva pudiera dirigirse a un hombre no resta efecto al hecho cierto de que se lo dijo a una mujer. El otro día tuve una refriega similar en un plató cuando un contertulio se despachó diciendo que “en el Ministerio de Justicia manda Garzón”. Cuando le recriminé su postura machista al ningunear y tratar de marioneta a la ministra de Justicia me contestó diciendo, cómo no, que también puede ser títere un hombre y luego me mandó a la mierda. Misma situación, intervinientes de signo político cruzado. Lo mismo me da que me da lo mismo. De la respuesta ya hablamos luego.
He visto en directo llamar gorda a Colau para rebatir sus argumentos sobre la pobreza y, claro, también se lo podían haber dicho a un hombre pero se lo dijeron a ella. Cada día observo cómo me dicen fea o gorda o inútil cuando disienten con mis opiniones y son palabras que, evidentemente, podían dirigirse a un hombre pero me las dicen a mí. Me han mandado, a mí y a otras periodistas, tomarme una pastillita cuando les he parecido demasiado vehemente -claro, también podrían recetar a los hombres pero no lo he oído jamás- o bien bajar la voz cuando los detractores de mis posiciones consideran que lo que no les gusta resuena demasiado. Supongo que todo esto podría sucederles a los hombres pero, de facto, no les sucede.
Pablo Iglesias le guiñó el ojo a Pilar Gómez en La Sexta después de una refriega dialéctica y también se lo podía haber guiñado a Ferreras pero no fue así. Supongo que se puede descalificar también a un hombre diciéndole que sus libros se los escribe su mujer o que sus artículos se los dicta no sé qué abogada pero eso no sucede nunca. Es a mí a quién me faltan así.
Así que sí, me creo a la diputada pepera que no me gusta y considero que su indignación fue espontánea y me da exactamente igual si babeaba con Cascos o no, porque estoy segura de que a un hombre Rufián lo hubiera chuleado también, es algo que no se si alguna vez podrá mejorar, pero de otra forma. El guiño que él niega es la gota que rebosa el vaso y por eso intenta hacerlo pasar por otra cosa. Nadie que sea objetivo puede considerar su versión al constatar que, preguntado por la cuestión a la salida por mujeres periodistas, no tuvo otra ocurrencia que espetarles: “me gusta ver que están organizadas y seguro que irán a la mani del 8 de marzo”. Sí, Rufián, estamos organizadas. Las mujeres periodistas, de izquierdas y de no izquierdas, fuimos una parte importante en el éxito de la pasada manifestación del 8 de marzo y pensamos seguir siéndolo en sucesivas convocatorias. Las mujeres periodistas estamos muy hartas del trato que muchos hombres osan tener con nosotras cuando estamos ejerciendo nuestro trabajo. Seguro, seguro que también serían capaces de hacerle lo mismo a hombres, no dudamos de la falta de educación de algunos, pero sabemos fehacientemente que a quien nos lo hacen es a nosotras. Y nos hemos organizado, claro que sí.
El machismo es transversal porque es estructural y una estructura no se construye a lo largo de los siglos sólo sobre una ideología. El machismo vertebra y permea toda la sociedad y eso incluye hombres, mujeres, fachas, centristas, izquierdistas, patrioteros e independentistas. Esa es la desgracia de las mujeres, que para liberarnos de todo ello tenemos que luchar contra atavismos fuertemente engarzados en demasiadas personas y demasiadas instituciones. Lo haremos.
Me dirán que esto del machismo es una palabra arrojadiza que sirve para todo. No es así, desde luego, pero si son incapaces de comprenderlo, si no tienen la sensibilidad para poder percibirlo y evitarlo, les voy a dar un consejo: traten con respeto a las mujeres. Siempre. En todo lugar. Y, sobre todo, cuando están ocupando sus responsabilidades públicas. Más aún si representan a otros ciudadanos. Guárdense los adjetivos, las bromitas, los guiños y las descalificaciones. No dudamos de que son todos unos hombrecitos ni de que se atreverían a usarlas también con un hombre. ¡No lo duden, ante la duda háganlo con un hombre! Dense entre ustedes sus masajes de testosterona, quítense el mérito para dárselo a sus amantes, novias o amigas, señalen con pena los defectos físicos de sus colegas tíos y apénense por el poco sexo que deben tener con esa pinta y esas ideas. ¡Adelante, no se corten! Y de paso si ven a alguna mujer hacer lo propio no duden en comunicárnoslo por correo certificado. Me temo que no van a gastar mucho en sellos.
Sólo me queda ese ¡imbécil! sonoro y solitario retumbando por ahí. Ese que yo he pensado mil veces pero que se ha quedado vibrando dentro de mi cerebro sin que jamás haya visto la luz. Hay que encontrar la forma de recobrar la dignidad que te han quitado sin caer en más indignidad. Así que dejemos al tertuliano que nos manda a la mierda y no entremos en esa dinámica porque no nos hace falta. Contención y lucha, señora Escudero. Estoy segura de que si en marzo se viene con nosotras a la mani encontrará una forma hermosa de sacarse esa rabia de dentro. Es una fuerza catártica la que despedimos. Y es que estamos organizadas. Claro que sí.