Qué sabrán ustedes de miseria
Ustedes hablan de parados pero no tienen ni puñetera idea de lo que es hoy un parado. Ustedes dicen “Ha bajado el paro” y sonríen un poco ante la cámara, no demasiado, como si hubiera esperanza, para no mirar las dentaduras que nosotros conservamos, y las mellas. Un parado hoy no tiene nada que ver con un parado de 1988, ni de 1996, ni de 2002, ni de ningún otro momento que hayamos vivido. Un parado de hoy es flor de pudridero cuya circunstancia resulta prácticamente imposible de comprender si no está uno en el paro. Y aun en él, muy difícil.
Un parado de hoy llega a una tierra oscura de la que no hay forma de escapar. No tarda mucho en darse cuenta de eso, de que no tiene esperanza, porque es una tierra sin salida. Perdónenme el tono, pero es que yo llegué a esta tierra en noviembre de 2008, y son ya muchos meses, más de cuatro años, los que llevo aquí. Tantos que se me han acostumbrado los ojos a las tinieblas y algo veo. Veo que no hay puertas, veo que no nos ven, veo que ni siquiera nos miran.
Los hombres y mujeres que llegan a esta tierra y que fueron el año pasado más de mil cada día, ¡cada día!, aprenderán que un subsidio se termina, que los plazos se escapan de las manos y dejan heridas húmedas, que una indemnización dura lo que el suspiro desalentado ante la libreta de la Caja. Los hombres y mujeres que llegamos a esta tierra maldita entre 2008 y 2010 ya no cobramos nada, el paro máximo en España dura dos años, 720 días. Que son tres días cuando la creación de empleo es cero, que son sólo una roca más en el despeñadero. Muchos de los que llegaron en 2011 tampoco cobran nada ya. Y algunos de los de 2012.
Somos varios millones de personas en pelotas en mitad de una isla de hielo. Digan, digan ahora sus números, hagan sus cuentas, expongan sus cifras, que si sube que si baja. Miseria. Cifras miserables de un pensamiento ciego es lo que ustedes, políticos, contables de lo laboral que aún conservan sus trabajos, son capaces de ofrecernos. Lo que tienen enfrente son varios millones de desahuciados, da igual quién conserva su piso y quién no, ya lo perderán. Lo perderán todo. Yo lo he visto, lo he vivido. Aprenderán a abandonar la carne y el pescado, aprenderán a alargar la leche y el jabón con agua, a jugar con los niños a colonos. Aprenderán a trampear la luz de la escalera en invierno, a morderse las uñas, a navegar por noches de tormenta llenas de sogas y ventanas. Aprenderán a quitarle los bichos al arroz. Y basta ya, por todas las vergüenzas que no tienen, basta ya de decir que si el empleo negro, que si las familias y los abuelos.
Deben mirarnos, es imprescindible que ustedes, los que conservan sus trabajos, los que no han tenido que inventarse jornadas laborales no retribuidas, robadas a internet para salvar las venas, es imprescindible que nos miren a la cara y admitan de una vez por todas que una parte de nosotros —porque aunque no lo quieran ver ustedes son también nosotros— está desnuda y aterida en medio de la nada, con sus hijos, con sus deudas, remando para que les presten un techo por caridad.
El año que me despidieron, a mí y a otros cientos de miles de trabajadores en España, empezó con cerca de 1.800.000 parados y terminó con más de 2 millones y medio. El año siguiente, 2009, terminó con más de cuatro millones, que eran ya 4.600.000 a finales de 2010 y cerca de cinco millones a finales de 2011. Más o menos, sí, más o menos, comprenderán que manejando estos datos y esta situación un parado más o un parado menos son un comino.
No estoy hablando de dos décadas sino de cuatro años.
Todos nosotros hemos caído a esta tierra putrefacta en solo cuatro años.
Creo que por ahora nos ha paralizado el pasmo. No sé por cuánto tiempo.