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De boxes y belenes

Médicos y sanitarios protestan durante una concentración de los médicos y pediatras de Atención Primaria, frente a la Consejería de Sanidad de Madrid.

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La situación que sufre el sistema sanitario en la Comunidad de Madrid, el sistema presidido por Isabel Díaz Ayuso, es de terror. Mientras ella andaba el otro día por la Plaza Mayor inaugurando un parque temático católico y dando el sermón con voz meliflua, las urgencias del Hospital La Paz se iban congestionando de personas enfermas, que duplicaban la capacidad de asistencia en los boxes y que para tener una cama habrían rezado por un milagro. Hasta que unas horas después la saturación llegó a tal límite que los sanitarios decidieron plantarse en los juzgados de la Plaza de Castilla para poner una denuncia que dejara constancia de la imposibilidad de trabajar en tales condiciones. Médicas, enfermeros, auxiliares se vieron en la tesitura de tener que cubrirse las espaldas por si se les muere alguien a quien no les ha dado la vida para poder atender. Iban llorando. Se abrazaban.

Pienso en las horas de estudio de esas profesionales, ahora desesperadas; pienso en la ilusión de esos jóvenes que se planteaban la asistencia sanitaria como una vocación, que ahora sienten frustrada; pienso en esos trabajadores que vieron el hospital como una oportunidad de crecimiento profesional y personal, y ahora lloran camino de un Juzgado, y pienso que esa Ayuso mintiendo sobre la sanidad habrá de ser juzgada. No solo por la historia, que también: habría de ser juzgada en un banquillo en la Plaza de Castilla. Por las órdenes que dio en lo más duro de la pandemia (tenía el “mando único”, ha reconocido ahora) de abandonar en las residencias a las personas mayores contagiadas, ya tendría que haber estado ahí. De pie ante un estrado. Escoltada por un par de maromos de Jusapol. Así la veo. Conducida a lo largo de aquellos duros pasillos por policías de esos que te sujetan del antebrazo y te empujan un poco, policías como esos 500 más que hace unos meses contrató, para que cierto aire chulesco quede patente en Madrid, la misma presidenta que chulea a las personas enfermas y al personal sanitario.

“La sanidad de Madrid está altamente valorada por los pacientes por su calidad, por su humanidad y por su universalidad”, sigue atreviéndose a decir Ayuso, la persona bajo cuyo mando único se dejó morir a más de 7.000 ancianos enfermos en la pandemia, la persona bajo cuya responsabilidad están hoy los enfermos hacinados en los pasillos de las urgencias, la persona que tiene el objetivo de privatizar la sanidad pública para beneficiar a los mercaderes de la salud, la persona que abre centros de atención primaria sin médicos, la persona que recorta profesionales sanitarios de todos los niveles, la persona que permite que no haya pediatras en los pueblos, la persona que no cumple con su obligación de reunirse y escuchar a los médicos de familia, la persona que debiera estar dejándose la piel por los madrileños que languidecen en interminables y acaso letales listas de espera, mientras ella anda dando sermones presuntamente navideños. La persona que siembra el terror sanitario en la Comunidad que preside. Qué vergüenza sus votantes cómplices.

“Vamos a seguir recortando impuestos, fomentando una política de libertad en el plano económico”, ha soltado también Ayuso, cabecilla actual del desmantelamiento de la sanidad pública planeado por los sucesivos gobiernos del PP, brazo ejecutor de protocolos de terror en las residencias y en los boxes. Su libertad es la de gobernar para los ricos y las empresas que se lucran con la salud mientras los madrileños en parada cardiorrespiratoria mueren sin asistencia médica. Menos impuestos, menos servicios públicos. No hay banquillo en el que quepa tanta culpa, pero en alguno debemos sentarla para juzgar, antes de que lo haga la historia, tanto daño. Si la justicia fuera justa, prosperarían en los juzgados las denuncias que esta semana han puesto los sanitarios del hospital La Paz. Ya sabemos que es mucho pedir a una justicia injusta. Veremos si esa justicia es cómplice también de la situación sanitaria que sufre la Comunidad de Madrid, en la que se desangran los enfermos y se desmorona uno de los pilares fundamentales del estado de bienestar. Cómplice de la culpable principal: Isabel Díaz Ayuso. La presidenta que, en un Estado aconfesional, ha invertido lo que no invierte en pediatras en convertir la madrileña Plaza Mayor en una atracción de cartón piedra, un gigantesco belén cuyo propósito, ha sermoneado, es “recuperar la cultura religiosa”. De terror.

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