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Una sensación de angustia

José María Calleja

Entre el primero de octubre, la jornada de huelga y la posible declaración unilateral de independencia, todo en una semana, no hay ningún dato de la realidad que nos haga confiar, incluso a los más optimistas, en la posibilidad de una salida negociada a la situación de conflicto abierto en canal en Catalunya.

Hay dos espirales en juego, la de acción-reacción, que ocupa con sobreabundancia el terreno mediático y la agenda, y la espiral del silencio, esa que deja fuera de la plaza pública y de los medios a los catalanes que han desconectado de la primera.

En conversaciones sostenidas estos días con colegas periodistas, con profesores de universidad, se comparte un sentimiento común de angustia, de desazón, de incertidumbre. Creo que es la sensación generalizada.

Hemos concluido casi todos que hasta aquí ha habido un fracaso de la política, entendida esta como la forma de solución de conflictos, de ejercicio para evitar que estallen, para impedir que sus consecuencias sean irreversibles. Pero no parece que en esta semana, que anunciamos también casi todos, antes de que llegara, como determinante para tratar de buscar una solución, nadie haya sido capaz de enhebrar siquiera un principio de arreglo.

La espiral acción-reacción sigue haciendo acopio de ingredientes y en un pedaleo volcánico hace muy difícil pensar en que se pueda abrir la necesaria negociación entre el Gobierno y el Govern. No se si hablan entre ellos, o por personas interpuestas de su confianza, o ni siquiera eso. Deberían hacerlo.

El destrozo es de tal calibre que salta al fútbol y hace que deportistas famosos y adinerados -algunos remisos a opinar de nada- hagan declaraciones, que los periódicos deportivos abran sus ediciones casi como si fueran de información general.

Hay una fractura innegable de la convivencia en Catalunya. Un descoyunte que atraviesa familias, amigos y vecinos. No es de ahora, se empezó a fraguar hace unos años y ahora ha reventado. Recomponer la convivencia debería ser una tarea primordial, pero aunque de casi nada se puede decir que es irreversible, es como si la pasta de dientes hubiera salido del tubo y fuera extraordinariamente difícil volver a meterla.

No veo ni a Rajoy ni a Puigdemont con una siquiera leve disposición para sentarse a hablar. Parece que hace falta más madera, más seguir cavando la sima, más acción reacción, más crispación que abunde en la espiral del miedo.

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