Si todo es transfobia, nada lo es
Si hace tres años estaba hasta el coño de lo trans, como dejé por escrito en un ensayo —hoy traducido al alemán: “Ich bin nicht nur richtig wütend, nein: Ich habe die Schnauze voll von trans”—, no podéis imaginaros cuán grande es hoy mi hartazgo. Los debates no han mejorado, sino avanzado en su estancamiento; las posiciones de cada bando no son hoy más complejas ni están mejor definidas, sino quizá un poco superiormente gritonas. Encuentro todavía motivos para que se me hinche una vena y esta semana los he hallado por partida doble: por un lado, con la polémica alrededor de la denuncia de una mujer trans a una cajera de un Lidl de Málaga y el hashtag #EsUnPutoHombre difundido desde círculos transexcluyentes; por el otro, con la reacción a una entrevista de la atleta olímpica Ana Peleteiro. Vayamos por partes y al revés.
La respuesta que generó la polémica era una reacción a una pregunta sobre la prohibición por parte de la Federación Internacional de Atletismo a mujeres trans de participar en las competiciones femeninas. Peleteiro respondió aclarando su apoyo a las personas trans, pero comentando que el tema de la competición deportiva era delicado; “si has madurado como hombre, aunque bajes tus niveles de testosterona, tu densidad ósea y desarrollo muscular es diferente al de otras mujeres. […] Se deben abrir las puertas a las personas trans, pero en el deporte no profesional”.
Es verdad que se trata de un problema un poco ficcional: no existen mujeres trans que copen los rankings del deporte profesional, sobre todo porque sus desempeños han tendido más bien a ser relativamente mediocres. Pero la discusión pública, en lugar de dirigirse a Peleteiro desde la conversación, ha tendido más bien a señalar sus palabras como la señal de una transfobia incipiente. Las palabras de la atleta invitan a un debate sobre distintos niveles hormonales y desarrollos corporales: es completamente cierto, por ejemplo, que una mujer trans que haya pasado por bloqueadores hormonales —mi caso— no va a tener la misma densidad ósea ni desarrollo muscular que una mujer trans que haya experimentado una pubertad masculina, y es necesario tener esas distintas evoluciones en cuenta, también desde los criterios deportivos; es por eso por lo que la decisión de la Federación Internacional de Atletismo es problemática, por no particularizar. Y las declaraciones finales de Peleteiro nos pueden chirriar, desde luego, y a mí me chirrían, pero su formulación tan absoluta me hace pensar en una divergencia entre el matiz de una explicación extensa y lo que queda recogido después en una entrevista. La clave está en no presuponer de los demás malicia, sino curiosidad: en intentar no ver enemigos por todas partes. En lugar de caricaturizarnos, entablar seriamente el debate sobre la presencia de las personas trans en el deporte; debate que, a mí, personalmente, tampoco me solivianta demasiado, porque dedicamos un tiempo desproporcionado a discutir sobre lo que sucede en un campo absolutamente marginal para el grueso de la población, más aún para la población trans.
Me hartó que, en respuesta, hubiera “aliados” de lo trans capaces de reprocharme mi posicionamiento, criticando que yo hablara de la voluntad de tener debates complejos y argumentados. Porque me parece que siempre, de forma constante y absolutamente insoportable, estamos las personas trans y luego aquellos a quienes lo trans sirve —por buenas intenciones que tengan— para colgarse una medalla o chapita de superioridad moral, de pureza ideológica, de proteccionismo como si lo trans fuera suyo o de su propiedad, distinguiendo entre buenas trans —las de su cuerda— y malas trans —las que dudan o introducen matices—, como si ellos otorgaran los carnets o como si la actitud más razonada por su parte no fuera, quizá, la de intentar dejar de ser los más puros, morales y prístinos en los debates sobre unas vidas que ni siquiera son las suyas. Me cansa, no lo soporto, no lo trago. Y es que las actitudes más enfurecidas y menos comprensivas ante los deslices o incongruencias de los demás se encuentran muchas veces en personas que ni siquiera se ven afectadas por esos deslices, como si se disputaran entre todos ellos el trofeo —como se disputan algunos hombres de izquierdas en el caso del feminismo— al aliado del mes, del año o del siglo.
El incidente de la cajera del LIDL es el caso inverso. También hay una presuposición de maldad de la que se puede dudar: se acusa a la cajera de haber llamado caballero a una mujer trans incluso cuando esta la corregía, ¿pero no es más fácil explicar esa palabra a través del desconocimiento —quizá a duras penas sabía o había tratado con personas trans— que a través de la malicia? Es perfectamente comprensible el sentimiento de la mujer trans, lo violentada que debió sentirse, ¿pero justifica esa apelación, que nada vincula a una mala intención, llegar al extremo de una denuncia? Todos estos debates podrían haber podido darse. Pero quedaron imposibilitados cuando, con impresionante mala leche, con bilis y veneno, sin un ápice de humanidad, una parte de quienes apoyaban a la cajera optaron por defenderla viralizando un hashtag tan dañino, tan ofensivo y tan absolutamente vulgar como #EsUnPutoHombre, emprendiendo una cruzada de humillación contra la mujer trans en cuestión.
Hay que parar. En algún momento habrá que decir basta a la actitud de ver en el otro un constante enemigo, una amenaza. Si todo es transfobia, nada lo es. Pero si quienes responden a las acusaciones de transfobia lo hacen de formas tan beligerantes, embarrándolo todo por el camino, convirtiendo las redes en una guerra abierta de vituperios y barbaridades, lo que tendremos delante será un ciclo sin fin del cual escapar resultará cada vez más difícil. No, no #EsUnPutoHombre, y tampoco merece un trato vejatorio. No, Peleteiro no es una tránsfoba, y no hay necesidad de generarse enemigos donde no los hay. Y no estoy igualando ambas situaciones ni estableciendo entre la violencia de la primera y el error de la segunda una equidistancia: estoy planteando los requisitos para que tengamos un lugar de discusión mínimamente decente. Sería, creo, un buen primer paso.
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