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El tapón de corcho y la naturaleza

El Parque Natural de los Alcornocales, entre Cádiz y Málaga.

José Luis Gallego

La pista de montaña que conduce desde Alcalá de los Gazules hasta Ubrique atraviesa uno de los espacios naturales más impresionantes del sur de Europa: el Parque Natural de los Alcornocales. Situado entre la Sierra de Cádiz y la malagueña Sierra de Grazalema, este espacio protegido tiene una extensión de más de 160.000 hectáreas de superficie forestal y acoge el mayor bosque de alcornoques de todo el planeta.

Mientras empiezo a escribir este apunte, bajo la sombra esmeralda de un inmenso alcornoque del camino, intento ordenar las emociones que estoy sintiendo al recorrer los senderos que se adentran en esta selva ibérica. Como el que sube al Alto del Picacho, vadeando arroyos y rodeando charcas llenas de vida, escuchando el reclamo de las grandes rapaces veleras o leyendo las huellas de ciervos y corzos en los márgenes del camino.

Les puedo asegurar que esta inmensa arboleda, en la que se esconden joyas de la fauna ibérica tan escasas como el meloncillo, la única mangosta europea, es uno de los mejores destinos para cualquier amante de la naturaleza. Y todo este patrimonio natural se sostiene gracias a una industria autóctona y milenaria vinculada directamente con la conservación de la naturaleza: la industria del corcho.

El aprovechamiento del corcho, la corteza que recubre el tronco del alcornoque y lo protege de las más rigurosas inclemencias, incluido el fuego, no perjudica en absoluto al árbol: al contrario, contribuye a su saneamiento y mejor desarrollo, dando origen a una de las labores más antiguas de nuestros campos. Una actividad que hoy en día fija una gran parte de población en el medio rural (más de 100.000 empleos directos en España y Portugal), dinamiza su economía y contribuye a la conservación de nuestra biodiversidad, permitiendo a su vez el desarrollo de otros sectores como el de la artesanía o el turismo de naturaleza. Un excelente ejemplo de simbiosis entre hombre y naturaleza, de desarrollo sostenible que, sin embargo, en los últimos tiempos se ha visto amenazado por el auge de los tapones de plástico y las cápsulas metálicas de rosca.

Al parecer, el uso de las cápsulas, que se han hecho muy populares en mercados emergentes como Australia, pretende atraer al sector del vino al público joven. Por su parte, quienes defienden el uso del tapón de plástico afirman que este material sintético impide la transmisión al vino de una molécula aromática presente en la corteza del alcornoque conocida con el nombre de TCA, causante del indeseable 'gusto a corcho' que (según sus cálculos) puede afectar a un 5% de las botellas selladas con tapones naturales.

Sin embargo, fuentes del sector corchero indican que la proporción de tapones con TCA es mucho menor y que, en todo caso, los tapones de polietileno pueden transmitir al vino sustancias mucho más perjudiciales no solo para el sabor del vino, sino para nuestra salud. Yo sinceramente creo que el debate entre si es más sano tapar el vino con corcho o con plástico no aguanta un asalto, por lo que sobran comentarios.

Pero es que además mi propósito al escribir estas líneas desde el corazón del Parque Natural de los Alcornocales no es recusar el uso del tapón sintético. Aunque su uso aporte alguna ventaja a la viticultura, aunque resulte más 'fashion' un tapón rojo, verde o violeta. Lo que pretendo desde aquí es poner en valor todos los argumentos a favor del corcho que, desde la conservación del medio ambiente, razonan y defienden su uso. Unos argumentos que van mucho más allá de las oportunidades de mercado.

Me refiero a la relación histórica entre el corcho, el vino y la conservación de la naturaleza. Descorchar una botella hoy (como lo era destapar un ánfora hace miles de años) es una tradición que ha hecho posible la explotación sostenible de uno de los bosques más representativos del ecosistema mediterráneo: el alcornocal, en bosque silvestre o en dehesa.

De prosperar la tendencia a usar tapones sintéticos la industria del corcho puede desaparecer y con ella nuestros alcornocales: arboledas autóctonas y centenarias que dan cobijo a joyas de nuestra biodiversidad tan amenazadas como el águila imperial, el lince ibérico o el buitre negro.

Algunas organizaciones de defensa de la naturaleza como WWF solicitan la colaboración de todos para salvar a nuestros alcornocales. ¿Cómo? Pues muy sencillo: rechazando los vinos tapados con plástico o a rosca y apoyando a las bodegas que siguen fieles al corcho.

Para ello las botellas de vino con tapón sintético deberían indicarlo en la etiqueta. Así se evitaría el engaño y el coraje que nos da a muchos consumidores encontrarnos con un tapón de plástico al ir a descorchar. ¿Por qué no lo hacen? ¿Por qué no se atreven? Pues porque seguramente, ante el creciente interés por la protección del medio ambiente y la naturaleza, muchas de esas botellas se quedarían en la estantería.

Personalmente soy de los que tomo nota de los vinos que usan tapón de plástico y no vuelvo a comprarlos. Les invito a hacerlo. Les animo a que al escoger un vino piensen también en la naturaleza y lo elijan siempre, siempre, con tapón de corcho. Ah! y si quieren cargarse de razones para hacerlo, pongan rumbo sur y visiten el Parque Natural de los Alcornocales, seguro que comparten mis argumentos.

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