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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Vacuna de transparencia

Una enfermera prepara la segunda dosis de la vacuna Pfizer-BioNTech contra el coronavirus.

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Las poderosas grandes farmacéuticas privadas incumplen sus contratos, pero la culpa es de la UE porque no ha sabido negociar y otros han estado más ágiles y listos. Para justificar sus incumplimientos las empresas farmacéuticas alegan razones tan profesionales y científicas como la “mala suerte” o “problemas de distribución”, pero la culpa recae en la UE porque los burócratas de Bruselas no saben ni qué han firmado. Lo público siempre pierde, como en la Gran Recesión. Los productos tóxicos los crearon, comercializaron y rentabilizaron las corporaciones privadas, pero la culpa fue de los gobiernos por regular demasiado o demasiado poco, según iba el día. Así es liberal cualquiera, no tiene mérito.

Durante la primera ola padecimos el mercado negro y el estraperlo de mascarillas, guantes y cualquier medio de protección conocido, pero la culpa era de los Estados por no haberse organizado y haber acudido en desbandada a la subasta. Ahora que los estados europeos se habían organizado para comprar de manera ordenada e informada en los mercados, la culpa también recae sobre ellos por haberse organizado demasiado, en lugar de ir cada uno por su cuenta, operando con más rapidez y flexibilidad. En la comparación del mundo ideal del mercado con la realidad que debe gestionar el Estado, lo público siempre acaba declarado culpable.

No hace falta ser un lince para intuir qué puede haber pasado: las farmacéuticas han decidido que perdían dinero con los contratos suscritos cuando necesitaban dinero y avales públicos para desarrollar sus vacunas. Con viales de seis dosis vendidos como si contuvieran cuatro, Pfizer deja de ingresar unos cuarenta euros por vial. Cada vial que entrega a la UE, AstraZeneca deja de ingresar entre diez y quince euros más que le pagan encantados en otros países mientras presumen de lo listos que son. Es el mercado, amigo.

Hasta el neocon más convencido sabe qué suerte le espera al consumidor libre y soberano cuando acude a un mercado a comprar bienes no sustituibles en condiciones de nula o incluso falsa información. Todos aquellos que habían defendido y comprendido la extrema opacidad de los contratos firmados con las farmacéuticas, en aras de proteger sus derechos e inversiones, estarán a estas alturas convencidos de que buena parte de los líos y tensiones generados en torno al suministro de vacunas no se habrían producido si tales compromisos hubieran sido solo un poco más transparentes. No hacía falta revelar grandes secretos: bastaba con los plazos, las cantidades y los términos de producción. Necesitamos las vacunas contra el virus, pero, también urgentemente, una vacuna potente de transparencia.

Se van a renegociar, si no se han renegociado ya, los contratos porque solo así se resolverán mágicamente los “problemas de distribución” y se espantará tanta “mala suerte”. Puede que aún estemos a tiempo de exigir que, esta vez, se asegure la transparencia que exigen las condiciones mínimas de funcionamiento de un mercado para que sepamos, al menos, las características básicas de lo que compramos y cómo debe ser entregado.

Ya puestos, podemos también probar a exigir que se aclaren como deben las fases y contenidos del mítico plan de vacunación. Lo que sabemos hasta ahora no pasa de un PowerPoint y unos principios generales que supone una invitación para que se cuelen todo tipo de jetas y gorrones. Resulta inaceptable que, a estas alturas del siglo y la pandemia, ni siquiera los mayores de sesenta y cinco años tengan día y hora para su inmunización. Los demás nos conformamos con un rango de fechas orientativo. Somos así de responsables.

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