Venezuela no existe
Con los años me he ido percatando de que la educación que me brindaron los hermanos Maristas fue de lo más deficiente. No solo hablaban de Dios como si fuese real, es que también lo hacían con Venezuela. A saber qué perversos intereses movían a aquellos curas. Recuerdo que nos contaban camelos como que Venezuela estaba en América del Sur, y que limitaba con Colombia, Brasil y Guayana. Tonterías.
No fue hasta hace poco que descubrí la verdad. Y lo hice gracias a la tan denostada prensa española. En un principio, lo confieso, me costó comprenderlo. No entendía por qué Venezuela era a veces una cosa y a veces otra distinta y hasta opuesta. Era incapaz de comprender por qué en el 'Periódico A' los supermercados sufrían un brutal desabastecimiento, con colas y más colas de gente esperando para comprar poco más que nada, mientras que en el 'Periódico B' un señor posaba alegremente ante un expositor de champanes que ya lo quisiera para sí el rincón gourmet de El Corte Inglés.
Tampoco entendía por qué tantos españoles, que jamás en su vida han pisado aquel país, tomaban postura por una u otra fotografía de forma tan visceral. Y, cuando mi confusión no podía ser mayor, los grandes partidos nacionales introdujeron Venezuela en la agenda como si fuese un asunto doméstico más. Empezaron a mencionarla a diario, la ponían de ejemplo y de contraejemplo, de tesis, de antítesis y de síntesis. Invitaron a destacados venezolanos, que fueron recibidos como héroes por algunos y como villanos por otros.
Me costó, como digo, pero por fin entendí que Venezuela es una cuestión subjetiva, un paisaje que se adapta a los deseos del observador. Venezuela es un test de Rorschach hecho país que refleja los sesgos y prejuicios de cada cual. Hay quien, al mirarla, ve una hermosa mariposa y quien ve un charco de sangre. Y, como ocurre con las imágenes de Rorschach, ninguna de las dos interpretaciones es correcta. Ni tampoco falsa.