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Esta vez Keiko puede ganar de verdad

La candidata a la presidencia del Perú por el partido Fuerza Popular, Keiko Fujimori. EFE/ John Reyes

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Mi país está roto, lo terminó de romper la pandemia. También está en una nueva encrucijada política. Cada cinco años las peruanas y peruanos lamentan su triste suerte, y acaban votando por el dichoso “mal menor” para salvar al país de algo más peligroso. Ese es el relato que muchos se tragaron. El mal mayor tenía apellido: Fujimori. Aunque algunos ya le llaman el mal a secas. No es por escurrir el bulto, pero en cada elección la sensación es la misma: la de que no decidimos nada, que somos conducidos inexorablemente a legitimar una y otra vez a la misma casta y al mismo modelo económico, es decir, a prolongar el fujimorismo, pero sin Fujimori.

El modelo no era otro que el capitalismo más salvaje ejecutado por una dinastía que hizo de la corrupción, el autoritarismo y la violación de derechos humanos su forma de gobernar; que destruyó todo rastro de institucionalidad, remató el país al mejor postor, actúo como una mafia, robó millones de dólares de las arcas públicas y dejó al Estado como un mendigo. Y claro, que redactó su propia constitución neoliberal, la misma que sentaría las bases del cacareado “desarrollo económico peruano”, que siempre llega para algunos pero es eternamente negado a otros.

Atado y bien atado el “modelo”, ¿quién querría volver a poner a un Fujimori otra vez en el poder? Nadie. Keiko Fujimori, la hijísima del dictador, hoy investigada por lavado de activos y por liderar una organización criminal —cargos por los que la Fiscalía pide 30 años de cárcel—  ya ha disputado dos veces la presidencia y en ambas ocasiones el voto “antifujimorista” ha sido suficiente para apartarla del poder y relegar a sus huestes al Congreso, desde donde, ciertamente, han cumplido con dedicación su papel desestabilizador. 

Hasta hoy. 

Este año por primera vez Keiko podría ganar de verdad, es más, la tiene fácil. Y la razón es que por primera vez la contienda no se va a dar entre dos candidatos de derecha. Es decir, por primera vez, el dichoso “modelo” se ve realmente amenazado.

¿Qué ha ocurrido en esta ocasión para llegar a esto? Que ninguno de los otros candidatos de derecha, figuras intercambiables en realidad que se han ido “quemando” sucesivamente, pudo superarla. Esta vez las derechas, desde la derechita del centro a la ultra fanática, hicieron todo mal, anduvieron dispersas, descompuestas, desarticuladas. Todos eran unos payasos, sin partido, oportunistas, amantes de la virgen, negacionistas del cambio climático, antivacunas, exfutbolistas, charlatanes, millonarios que no saben leer. En cambio, desde la izquierda emergieron dos candidaturas interesantes. Una, la que se llevó todos los focos, fue la moderna y feminista de Verónika Mendoza, que creció mucho pero fue debidamente atajada 24/7 por los medios de comunicación del régimen que la fulminaron. Y otra, a la que nadie hizo caso y rondaba el 2% de intención de voto hace dos semanas.

En cuestión de días, esa candidatura a la que nadie hacía caso pasó a liderar las encuestas y acaba de ganar la primera vuelta. Se llama Pedro Castillo, usa un sombrero de paja, no le teme al rojo y es un profesor rural, sindicalista del gremio educativo, radical de izquierda (ha tenido que salir a desmentir varias veces su filiación con los remanentes no armados de Sendero Luminoso), que ha copado un gran porcentaje del voto de las regiones más pobres de los Andes del Perú. Con una trayectoria intensa en movimientos sociales y alguna presencia en partidos tradicionales, ha llegado hasta aquí con un plan de gobierno que incluye cosas sensatas, que ya proponía Mendoza, como una nueva constitución que reemplace la fujimorista o devolver al país la soberanía de sus recursos, por ejemplo el gas (es nuestro, pero se vendió a multinacionales mientras en muchas regiones del Perú se sigue cocinando con leña y en otras mueren cientos de niños cada año por las heladas), o subir las partidas en educación y salud, hasta propuestas descabelladas como instaurar la pena de muerte, desactivar el Tribunal Constitucional y no reconocerle derechos a la comunidad LGTBQI+. Sí, porque para complicarnos un poco más la vida, Castillo es conservador como Keiko, está en contra del enfoque de género en la educación (siendo profesor) y es provida y profamilia. Para ser el representante de las minorías se olvida de unas cuantas. 

Pero esta es la izquierda que ha elegido la gente fuera de Lima, una izquierda tan anacrónica como anacrónico y tangible es el extremo abandono y el olvido del Estado. El voto antisistema (económico) ha sido el de Castillo, el voto de la gente que vive alrededor de los grandes proyectos mineros, igual de pobres que siempre mientras ve contaminarse sus aguas y sus vidas. La identificación con él es un llamado de atención al resto del país y debería ser una enorme lección para quienes viven gritando desde sus privilegios que la izquierda nos puede convertir en Venezuela como si más de medio país no viviera ya así. Y la idea de que su tiempo llegó, el olor a reivindicación histórica, anticolonial, la respuesta a unas élites miopes, racistas, clasistas y violentas, está en el aire.

Sin embargo, esta elección se lidera sólo con un 18% de votos de Castillo, eso está muy lejos de ser una mayoría. Y si hay algo que sabemos además de que “a Keiko le gana todo el mundo” es que al único al que puede ganarle es a Pedro Castillo. Aunque el entusiasmo en ciertas regiones por Castillo es real, también es real que la derecha se ha rearmado rápidamente al verse ante el abismo. Ha comprobado que, entre sus candidatos, solo Keiko ha logrado sobrevivir a sí misma y por tanto es la única en posición de neutralizar los discursos anticapitalistas que, en el contexto de la pandemia, por primera vez en muchos años no han caído en saco roto. O mejor aún, de señalarlos como soflamas filo terroristas. Gracias a esta alquimia, Fujimori se venderá ahora como la opción democrática frente al chavista, leninista, castrista Castillo.

Hemos llegado a una situación tal que el peruano promedio, no hablo siquiera de los que sufren pobreza extrema, debe asumir que si se enferma él o alguien de su familia gravemente de Covid, va a morirse inevitablemente por falta de camas UCI. Pero hay quienes siguen votando por la inamovilidad de “el modelo”. Por eso el voto de Castillo se ha convertido en la disidencia.

En estas elecciones, la derecha peruana se volvió un monstruo de cinco cabezas, de las que ha sobrevivido la más fuerte. Y si no aceptó que pasara una izquierda moderna, va a ser impía con la de Castillo. Éste podría quizá comportarse como un negociador y firmar algunos compromisos, pactar aquí y allá, en busca del voto de centro, firmar un pacto de no agresión con el feminismo y sobre todo captar el voto antifujimorista que solía ser amplio. Keiko, por su parte, no tiene que hacer nada. Me temo que hoy en día el Perú es más de derechas que antifujimorista. Y lo vamos a pagar caro.

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