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Ni vieja ni nueva, es la mala política

Isabel Díaz Ayuso y José María Aznar en la Convención Nacional PP

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17 años y siguen igual. No han cambiado. Otro marzo de bochorno. En 2004 fueron los asesinados por el terrorismo y en 2021, los fallecidos por la pandemia. España anda sobrecogida y sin expectativa cierta sobre cuándo acabarán los contagios, el goteo de muertos, la ruina económica y las colas del hambre. Y ellos, a lo suyo. Otra vez la mentira. Entonces era ETA y no el yihadismo. Y ahora dicen que ha sido no por un interés personal o partidista, sino por un deber patriótico para proteger la libertad de los madrileños y librar al mundo del “socialcomunismo”. Mintieron entonces y mienten ahora. Es la misma derecha.

Antaño fueron Aznar, Acebes y Zaplana y ahora son Ayuso, Casado y Egea. Pero las tretas son las mismas. La presidenta de Madrid no ha convocado elecciones porque piense en los madrileños, ni en los españoles, ni siquiera porque en el horizonte medio se fuera a convocar una moción de censura para desalojarla de Sol. No estaba en el chapucero guion “monclovita”, donde por cierto nunca previeron algo tan básico como los instintos de defensa y supervivencia. Lo ha corroborado Inés Arrimadas, que informó a Pablo Casado de la operación murciana, a quien dio además su palabra de que no habría réplica madrileña.

Ayuso no ha convocado por Murcia, sino porque está convencida de que desde que ha abrazado el discurso de Vox y ha hecho de la confrontación con Sánchez el eje de su estrategia en unas elecciones puede obtener mucho mejor resultado que hace dos años, desprenderse de un socio al que desprecia, certificar la muerte de Ciudadanos en Madrid y gobernar en solitario. O con el apoyo externo de los de Abascal. A diferencia de Casado, ella no tiene remilgos con la ultraderecha porque son lo mismo. La derechita valiente, la desinhibida, la agresiva, la provocadora, la que hilvana ocurrencias, la de las trincheras, la que no tiene complejos y la que está dispuesta a dar la batalla cultural contra la izquierda.

Ayuso es todo eso. Y más. Es esa mujer que considera al concebido no nacido un miembro de la unidad familiar, la que añora los atascos de Madrid, la que teme que Podemos dé las casas a sus amigos okupas cuando los madrileños se vayan de vacaciones y la que acaba de declarar, con un par,  que “los hombres sufren más violencia que nosotras”, en claro desprecio a las asesinadas por violencia machista.  

La presidenta madrileña se ha convertido en un émulo de Trump, justo ahora que EEUU comenzaba a cerrar la página del peor inquilino que ha tenido la Casa Blanca: las mismas proclamas patrióticas, la misma arrogancia machista, las mismas mentiras y el mismo tono reaccionario. Y está segura de que la suya es la única forma de frenar el ascenso de Vox y salvar la hegemonía de la derecha. 

Y esto aun siendo consciente de que a quien deja en la estacada es a Casado. Al hombre que “ene” veces dijo estar dispuesto a transitar por la senda de la moderación, el centro y el diálogo le acaba de cambiar el guion que había escrito para apartarse de la ultraderecha y el neofranquismo. Y lo sorprendente es que él haya aceptado de forma entusiasta que si antes era Abascal el estandarte que marcaba el paso al PP,  de pronto ahora sea Ayuso con el trazo que le marca Miguel Ángel Rodríguez.

Ella es, sin duda, para una parte del electorado, el nuevo icono de la derecha doctrinaria y la frivolidad sin complejos porque le han susurrado al oído que la forma de conectar con los electores ya no entiende de patrones ni códigos aplicados antes a la política convencional. Hace y dice lo que le da la gana o la primera boutade que le escriben porque la verdad no importa y porque lo de argumentar sin papeles nunca estuvo entre sus habilidades. 

Lo que tenemos ante nuestros ojos no tiene que ver ya ni con la nueva ni con la vieja, sino con la mala política y sobre todo con un partidismo desaforado que no alcanza a ver aún la fatiga crónica que puede provocar en la ciudadanía la política adolescente, la inestabilidad y el sobresalto diario mientras los madrileños, como el resto de españoles, lloran a sus muertos por la COVID-19 y no concilia el sueño ante el temor de ser contagiado, tener que cerrar su negocio, entrar en un ERE o no tener acceso al IMV. 

Y conste que en este enésimo episodio, la foto que nos deja la izquierda madrileña también es la de un bloque fraccionado y asustado que corre a registrar una moción de censura sólo por el pavor que le provoca la idea de pasar por las urnas. Estrambótico todo. 

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