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Opinión - Ir al grano. Por Rosa María Artal

Los violentos

Varios agentes de la Policía Nacional durante una manifestación contra el encarcelamiento del rapero Pablo Hasel en la Puerta del Sol, en Madrid

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Estos días he recordado a un chavalito al que conocí a finales de la década de los 80 haciendo un reportaje para Informe Semanal de TVE. Tenía 5 años y era uno de los que vivía en la cárcel de mujeres de Yeserías, Madrid, al estar presas sus madres cumpliendo penas por delitos diversos. No guardé los datos, no sé su nombre, pero nunca le he olvidado. Un crío muy listo que se mostró notablemente interesado por lo que allí hacíamos, participativo. Casi al terminar me dijo con desparpajo: “a ver si el juez nos da la libertad”. Aquel pequeñajo me metió en el alma lo que significa la injusticia, la violencia y la libertad. Lo he visto en muchas otras ocasiones, entiendo que en este caso era una gran deferencia no separar a los hijos de sus madres aunque conllevara el marcar su infancia, de hecho le tocaría en pocos meses salir y vivir con familiares, pero oír a un niño de 5 años esperar de un juez la libertad sin haber cometido infracción alguna impacta y se queda por algún lugar de la memoria.

He recordado a aquel niño al ver salir y entrar en la cárcel de una forma tan arbitraria, tan desigual, a una serie de individuos. Por no hablar de los que no llegan a pisarla siquiera. Varios de los grandes corruptos del PP –ese partido del que la justicia investiga por cuatro décadas de caja B con dinero que entra en sus bolsillos y termina saliendo del erario público– están en la calle gozando de beneficios penitenciarios. Lo mismo que el cuñado del rey Felipe VI.

Y meten en prisión a un rapero por pronunciar o escribir lo que se ha considerado “ofensas a la Corona y enaltecimiento del terrorismo”. A las amenazas de muerte de ultraderechistas en tuits o a través de las ondas, la justicia española las ha venido considerando libertad de expresión. Somos noticia mundial, y no solo por eso. Por el encarcelamiento y por la violencia en la represión de las manifestaciones. Y es doloroso ver el diferente trato que el tema tiene en la prensa internacional y en la española generalista.

Llegadas las protestas por lo del rapero y según avanzan los días por otras causas, empiezan a manipularse groseramente hasta el salto cualitativo de calificar de “terrorismo” callejero lo que se espera para el fin de semana. Dado el desarrollo de los hechos, no suena limpio. Volvemos a constatar que se pueden manifestar entre sonrisas policiales los cayetanos y los nazis, y a palos invariablemente los que piden derechos y libertades. Y hay que determinar con claridad por qué. Claro que se cuelan diferentes colectivos cuando hay violencia. Y cualquier demócrata la rechaza sin aprovecharse de ella, como da la impresión de estar sucediendo.

De lo que no cabe duda es de que hay vídeos en los que se advierte violencia policial que no parece responder a ninguna provocación. De hecho un medio tan poco sospechoso como el Huffington Post contó que la policía les había dicho a los periodistas en la Puerta del Sol que se fueran. ¿Por qué? A los periodistas. Esto no ocurría antes.

 

Dado que le han tenido que extirpar un ojo a una mujer por la carga de los Mossos en Barcelona, que en Linares anda en peligro otro ojo de un señor al que apalearon policías fuera de servicio agrediendo también a su hija de 14 años, o que al día siguiente dispararon postas “por error” a otro hombre, llamar “los violentos” a los manifestantes quizás sea un pelín tendencioso. Y llamar terrorismo a lo que hasta ahora ha sucedido bastante más que tendencioso. 

Pero como todos estos hechos ustedes ya los conocen, si han seguido una información sin manipular, que la hay, es mejor volver a lo que es verdadera violencia.

Violencia es valerse de la voz que se goza en los medios para fomentar el miedo de los ciudadanos a su libertad y convencerles de que protestar por la merma de sus derechos es reprobable. Que es preferible callar y aguantar. Y que, siempre que se protesta, cualquiera puede ser confundido con delincuentes y hasta terroristas. Una coacción intolerable que debilita a las personas frente a los abusos. Es antidemocrático. Por muchas luces de estrellato que les alumbren.

Porque es violencia también mentir y desfigurar la información de acuerdo con intereses personales o del grupo que paga, ni siquiera por antipatía o fuerte animadversión. Dado que priva al ciudadano de conocer hechos que le afectan y propician una visión distorsionada de la realidad que puede influir negativamente en su vida.

Violencia extrema es asistir a la impunidad de la que gozan los autores de políticas que dañan a la sociedad, a su salud, que distraen dinero público para sus manejos. Solo porque se han pertrechado de escudos que enmascaran sus fechorías y altavoces que propagan falsas venturas y que inducen a los afectados a sufrir errores de apreciación.

Porque toda esta violencia va encaminada a la más cruel y decisiva de todas, que es el abuso que fomenta la desigualdad, la pobreza por tanto, la injusticia. Doblemente, ya que es el origen de muchas otras violencias repartidas por todos los derechos que nos asisten.

El niño de la cárcel de Yeserías me dio una de las lecciones que precisa todo periodista. Hay que ir a donde ocurren los hechos. Hay que mirar a la cara de las víctimas cuando se sueltan proclamas desde un micrófono en silla caliente o desde el teclado de un ordenador. Y hay que mirar lo que ocurre en las protestas y delimitar con claridad quiénes son los violentos y quiénes quieren convertir en violencia el derecho a protestar.

Y decidir si se ajusta al rigor vender productos tóxicos en lugar de informar.

Es posible conseguirlo siempre que la podredumbre no haya llegado al límite de lo irrecuperable.

Consentir la injusticia, participar de ella, equivale a ejercer violencia contra los ciudadanos. Y nadie decente debería ser cómplice si se tiene por tal. Pero, antes de nada, esto no se soluciona solo con actitudes, hay errores sin subsanar y conductas punibles. Y como no actúe el Gobierno con destituciones y menos ambigüedad, se los van a comer crudos y con ellos a la ciudadanía.

Se está volviendo complicado hasta decir lo que ocurre porque quienes más tendrían que velar por el rigor democrático, la justicia y la libertad se apuntan al bloque censor. Es tan escandaloso lo que está sucediendo estos días, los infectados debates sobre la violencia o sobre la normalidad democrática que se advierte a periodistas abandonando su zona de comodidad para ser testigos y denunciantes de las trampas como haría el Pereira periodista de Antonio Tabucchi. 

Espero que al niño de la cárcel le devolvieran la libertad que no había conocido y que la vida le haya compensado de aquel inicio traumático. Por él y por muchos como él y por muchos otros en diferentes circunstancias es por lo que intentamos informar con seriedad. Al menos no agredir a la sociedad con la violencia de las mentiras.

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