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Vota por un aire limpio

José Luis Gallego

Si tuviéramos algo de espíritu crítico convendríamos en que respiramos el aire que nos merecemos, lo que nos convierte en la especie más estúpida que puebla el planeta. Ningún otro animal es capaz de contaminar a sabiendas el aire que aspiran sus pulmones con altas dosis de partículas en suspensión, dióxido de nitrógeno o dióxido de azufre. Somos unos necios.  

Los datos del informe sobre contaminación del aire elaborado por Ecologistas en Acción así lo demuestran. Pero lo más inquietante de ese excelente trabajo (no sé qué haríamos sin los grupos ecologistas) no es su contenido en sí, sino el absoluto desdén que hemos demostrado al conocerlo, agachando la cabeza una vez más mientras nos decimos para los adentros que la cosa está fatal.

Esto no es estoicismo, esto es desidia, insensibilidad: una muestra más de la espiral suicida en la que hemos caído como especie. Nos echamos a la calle con la cara pintada para resaltar lo que nos diferencia del otro, pero somos incapaces de unirnos ante lo que nos amenaza a todos. Y no hay mayor amenaza que la contaminación del aire que respiramos: algo que nos está matando (25.000 muertes al año en España) y nos está arruinando (32.000 millones de euros anuales en costes sanitarios: casi un 3% del PIB). 

Hace unos años, cuando dirigí la serie Naturalmente para TVE, tuve la ocasión de entrevistar a la Dra. Inés de Mir, responsable de la unidad de asma del Hospital Materno Infantil Vall d’Hebrón de Barcelona. Lo que me contó esta especialista en la salud de nuestros cachorros no lo olvidaré jamás. Me dijo que la contaminación procedente de los tubos de escape no solo es un agravante del asma infantil, sino que actúa como precursor. Es decir que nuestros niños están enfermando de asma por culpa de la contaminación del tránsito. Lo dicho: suicidas.

La cosa es tan evidente que tan solo con examinar el cuadro clínico de un niño aquejado de asma, me explicó esta doctora, se podía determinar en qué distrito de la ciudad vivía e incluso si residía en torno a una de las grandes arterias del tráfico urbano (ambas rondas, Aragó, Balmes, Diagonal, Gran Via, etc). Espantoso.

La Agencia Europea de Medio Ambiente lleva años alertando a los gobiernos de que la contaminación del aire en las grandes áreas metropolitanas se ha convertido en un problema de salud pública de primer orden. Los grupos ecologistas no paran de elaborar informes que así lo demuestran y de señalar soluciones a nuestros gobernantes. Pero ¿saben que hacen los políticos? Pues cuando una estación de medición del centro empieza a recoger niveles alarmantes de contaminación se la llevan a las afueras, como aquella alcaldesa de Madrid de cuyo nombre no quiero acordarme. Es así de acollonante: son así de irresponsables. Por eso es importante que afilemos el voto antes de escoger la papeleta y pensemos, también, en el aire que respiramos.

Miren los flamantes carteles que cuelgan de las farolas pidiéndonos el voto. A quien de todos ellos creen que les preocupa lo más mínimo la calidad del aire que respiramos. Cuantas veces han permitido que les sacaran el tema en un debate de televisión. Efectivamente: nunca ¿Por qué? Porque no tienen respuestas, ni tienen la más mínima intención de buscarlas. Por eso es necesario que les exijamos un compromiso al respecto, que rebusquemos en sus programas, que les apremiemos a un posicionamiento claro ante un tema tan importante y que votemos en consecuencia.  

Porque mucho más allá de acudir al trabajo en bici, de usar el transporte público o de ir caminando al centro, lo que puede contribuir de manera más directa a mejorar la calidad del aire que respiramos es votar para ello.

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