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Un árbol envenenado

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Y su malogrado fruto. De eso va.

De nuestro gallego Gordias, con su sacro yugo, facciosas flechas y atávico pájaro. Un ladino africanista, ya momio, pero magreando el lomo a un siglo de impune perfidia criminal.

Y de aquella mascarada transición de nacionalismo bipartidista, al despertamos ahora en la mismísima casilla de salida. Donde un franquismo residual, indultado ayer como arreo instrumental de guerra fría, nos sigue amenazando hoy con su inherente involución letal. Un “coitus interruptus”, de momento, gracias a una curiosa paradoja (¡Ah, justicia poética!), una extraordinaria resistencia social, periférica y plurinacional, apoyando, contra la barbarie, a un débil frente progresista.

Porque aquí, en aquel alevoso tránsito nocturno --de acostarse dictador para levantarse demócrata y de mudar la camisa azul por la pajarita americana-- los pilares del estado siguieron intangibles como si nada hubiese pasado. Otro sí, con los poderes fácticos. Y eso explica la correlación de fuerzas de hoy día. Están ahí, estratégicamente incrustados, “impasible el ademán”. Sigue en vigor una ley de “punto final”. Se archivan los crímenes de “lesa humanidad”. Se aplaza la recuperación de la memoria, justicia y reparación de millares de víctimas del fascismo.

Y más peor (así a lo indiano). El auténtico “nudo gordiano” que blinda toda la mojiganga, subyace irresoluble en aquel burdo escamoteo al pueblo español de su legítima y última forma de gobierno. Este pueblo era mayoritariamente republicano el 18 de julio del ‘36. La gran nigromancia de la Transición consistió en la inficionada comunión de aquella gran hostia --¡transubstanciada torta!-- de la Constitución del ‘78. Con ella, cual caballo de Troya, al restaurar maquiavélicamente una adoctrinada y cuartelera estirpe borbónica, se amarró la reproducción por línea hereditaria, no solo de una anacrónica y discutible monarquía, sino también la de aquellos linajes “azul marinos”, intocables arrimos de un abisal, corrupto e inviolable “ESTATU QUO”.

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