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El concepto Grinch

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O el consumismo desaforado, al día siguiente de haberse acabado el mollar de las fiestas reivindicativas del consumismo más atolondrado, entre bolas de colorines, rituales bobos, felicitaciones y fiestas voluptuosas, de inmejorables deseos, comida, bebida y oropeles baratos, o no tanto, bajo las luces de neón que aún tiritarán unos días más, en esta vorágine capitalista que ha vuelto a florecer, efeméride a efeméride, ahora que ya se anuncian las rebajas para el mismo día dos de enero, en adelante.

Aunque resulte que el precio de las uvas sin pepitas, cuánta delicadeza, se hayan ofrecido por un ojo de la cara.

¿Se acuerdan del cuento de Theodor Seuss Geisel, publicado en 1.957, con el título de ¡Cómo el Grinch robó la Navidad!, donde es amenazada la Navidad, símbolo, ya por aquellas fechas, del desenfreno comercial con desproporcionados beneficios para los mercados.

Aunque uno resulte un aguafiestas, ahora que andamos con la resaca a cuesta, de nuevo rascándonos el bolsillo, acudiendo a los créditos de poca monta con las facilidades con que nos lo ofrecen, aunque tengamos los armarios llenos y aún creemos que podrá caber algo más. Porque las ocasiones las pintan calvas, y es una oportunidad que no se puede perder, una vez más, por enésima ocasión.

Aunque resulte que: “esta orgía capitalista parece no ofender los sentimientos de Abogados Cristianos, ni los de la jerarquía católica que estos días hace caja con sus locales llenos, los cepillos bien repletos y la maquinaria del adoctrinamiento a pleno rendimiento. El Grinch odia la Navidad como reacción al ostracismo del diferente en una sociedad más pendiente de lo accesorio que de lo esencial”. Verónica Barcina.

Así que vuelta a empezar, de hoz y coz al fango del consumismo que simule satisfacernos, en instantes cada vez más cortos, necesitando dosis más frecuentes, hasta llegar a la insatisfacción irremediable porque siempre habrá algo más que poder comprar. Porque está establecido el sistema sin que chirríen las bisagras, defendiendo la felicidad enlatada que nos proporciona poder acudir a los nuevos templos, los mercados “libres”, a hozar y a consumir, a odiar y temer, a los pobres de solemnidad que nos agrien la fiesta del consumismo enaltecido, desde el gasto indecente en máquinas de matar hasta gota a gota del no se llega a final de cada mes, aunque uno se mate a trabajar en condiciones, asimismo, de precariedad “indecente”.

Mientras los amos y señores engordan “sus sacas”: recuerden que, al cabo, todo irá “¡a la saca, a la saca!”

El kilo de los limones en la subasta y para el agricultor ronda los catorce céntimos, mientras que su precio en el súper no bajará de dos euros el kilo.

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