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¿Cómo debe ser la educación para la convivencia y la libertad?

Más de mil manifestantes contra el veto al hiyab en la universidad belga

Francisco Manuel Saurí Mercader

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En su artículo del 5 de noviembre, titulado ¿Por qué no pueden ejercer su derecho a la educación sin renunciar a sus convicciones religiosas?, Youseff Ouled trae a primer plano una serie de cuestiones no resueltas en nuestras sociedades supuestamente liberales.

En primer lugar, Ouled señala que todos los centros educativos que se apoyan en la normativa de no poder llevar una capucha o un gorro en clase para prohibir el hiyab, esconden islamofobia detrás. Aquí creo que hay que precisar. Yo no puedo saber si algunos centros han tenido una motivación islamófoba para poner esas normas, pero estoy seguro que no en todos ha sido así. Como docente de enseñanza no universitaria, he estado presente en más de un debate al respecto y, en los casos que he presenciado ya hace muchos años, el asunto se originó por modas identitarias norteamericanas o latinoamericanas. Como ya soy viejo, dichos debates llegaban a traer a colación la antigua regla europea de cortesía de que los varones se quitasen el sombrero al entrar en un edificio.

No voy a negar la historia islamófoba de España. Me inclino a pensar que no hay que remontarla a la “Reconquista”, sino a las guerras contra el turco, los corsarios berberiscos o los corsarios moros. Por no hablar de las desastrosas aventuras coloniales de España en el Magreb. Al fin y al cabo guerras, y la guerras deshumanizan al enemigo. En El Quijote, Cervantes no manifiesta precisamente una buena opinión sobre los moros; pero claro, él estuvo preso en Argel. Y no sé si quedarán supervivientes de alguna intervención de las tropas “Regulares” en la Guerra Civil usando los métodos aprendidos, precisamente, de los españoles en su guerra colonial.

En la actualidad, señala Ouled, en ciertos casos se señala a la población musulmana como una amenaza desde postulados islamófobos. La tentación de traer a colación aquí el terrorismo islamista debe servir para señalar que no es lo mismo un mahometano que un terrorista islamista; de la misma manera que, en su momento, ser CAR (católico, apostólico, romano) no implicaba pertenecer al IRA (Irish Republican Army).

Obviamente, se trata de situaciones que la educación y la voluntad de convivencia sólo pueden superar con el tiempo y el trabajo. Por ello, es preocupante que el sistema educativo pueda estar tan mal adaptado a esta situación. Señala Ouled que el problema es que los centros de este país se presentan como espacios inclusivos que respetan la diversidad y fomentan la multiculturalidad, la educación aquí se presenta como libre, accesible y respetuosa, pero no es verdad.

Por eso vemos que es inadmisible una actitud como la de la funcionaria que afirmó “al igual que yo en tu país no puedo ir destapada, tú tampoco puedes ir aquí tapada”. Es inadmisible, precisamente porque se supone que nuestro estado tiene como una de sus patas los derechos civiles y políticos y no la sharia. La cuestión es qué tipo de sociedad queremos construir: una sociedad de puros, una sociedad que meramente tolera al diferente o una sociedad que fomenta una diversidad auténtica razonable. Si queremos lo último con arreglo a los derechos civiles y políticos, no es posible la citada respuesta. Tampoco los privilegios obvios de la confesión mayoritaria que no tienen nada que ver su arraigo actual sino con su historia de religión oficial.

Y si, en efecto, queremos esa sociedad diversa, tampoco podemos decir que no es lo mismo llevar gorras o capuchas que hiyab puesto que el segundo es una exigencia religiosa y los primeros no lo son. ¿Por qué tu religión es más importante que mi identidad como miembro de un colectivo determinado? Tal posición es una petición de principio que una democracia liberal no se puede permitir. Si todos somos iguales, si la concepción del bien que tiene cada persona tiene el mismo valor que el de otra, no puede hacerse esa distinción: o todos moros o todos cristianos.

Y con ello llegamos al meollo del problema. Parece que hay un conflicto entre el derecho a la educación pública y la libertad de pensamiento, conciencia y religión de los musulmanes practicantes cuando se prohíbe ir con hiyab a clase. Pero esto es la punta del iceberg. ¿Y los problemas con la comida? Seguro que cada cual podrá añadir otro problema relacionado que conozca. Y además añadir a determinados católicos que no quieren que se hable de sexo si no es por alguien de la misma confesión o a ciertos ateos que exigen la exclusión de la religión en las aulas, etc. Y además, no estamos hablando de adultos que eligen una forma de vida sino de menores que deben seguir las instrucciones de sus progenitores. Y también hablamos de una escuela que debería educar para la convivencia de todos ellos y para su libertad como personas o, por lo menos, eso es lo que se supone.

Por ceñirnos al caso, no cabe ninguna duda de que estamos hablando de musulmanas cuya concepción del islam descarta que las mujeres estén sujetas a violencia o al miedo a la violencia a manos de familiares, parejas, conocidos o extraños. Es un islam razonable. Es verdad que ese islam, o el catolicismo tradicional, implica que las personas que lo practican incentivan desigualdades entre sus miembros o limitaciones de los derechos: las mujeres tienen menos oportunidades porque son mujeres; tienen más cargas y menos beneficios en la familia; tienen los papeles sociales menos ventajosos y más subordinados; los cuidados a los que se las obliga son incompatibles con la independencia económica, el desarrollo de los propios talentos o la asunción de poder cultural, económico o político. Pero aunque es así, no puede dejar de considerarse que es una concepción del bien razonable porque en ese islam de aquí cualquier persona puede separarse del grupo sin represalias más allá de su exclusión del grupo y durante la permanencia en el grupo no se permite que las mujeres estén sujetas a violencia o al miedo a la violencia. En consecuencia, se trata de una forma de vida que una sociedad liberal no puede sino aceptar plenamente: una concepción del bien razonable puede ser muy diferente de lo que se considera ilustrado, progresista o feminista; o si se prefiere, una concepción del bien razonable puede ser muy diferente de lo que nuestras tradiciones han mantenido, las escrituras señalan o el guía espiritual dice. 

Pero el problema educativo es si dado el tipo de educación recibido, muchas de las mujeres no puedan, en realidad, poner en cuestión sus creencias y aceptarlas o rechazarlas como personas libres. Las religiones, ideologías o creencias razonables deben mantener que sus creyentes y adeptos sean creyentes y adeptos autónomos. Y deben convivir con los creyentes y adeptos de otras religiones, ideología o creencias. ¿Cómo debe ser la educación para la convivencia y la libertad? Buena pregunta. Habrá que hablarlo.

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