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Un gobierno de izquierdas, para eliminar las tensiones centro-periferia
A la hora de escribir esta reflexión se desconoce aún, si el esfuerzo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias por configurar un gobierno de izquierda va a tener éxito. Solo parece que haya una alternativa para que ese sueño sea posible, el apoyo por activa (voto afirmativo), o pasiva (abstención) de ERC y probablemente también de Bildu y BNG.
Las otras dos posibilidades tendrían consecuencias demoledoras para la izquierda a medio y largo plazo. La primera sería la implicación de la derecha extrema en un gobierno del PSOE, que en buena lógica exigirían fuera en minoría. Eso llevaría a una situación de inestabilidad, de duro confrontación entre las izquierdas estatales y periféricas con su consecuente debilitamiento, en especial del socialismo que sufriría el desgaste de la sensación de traición que invadiría su base social.
Ese gobierno duraría justo hasta que las encuestas consolidaran un vuelco, justo en el instante que esa derecha extrema dejaría caer el gobierno para arrasar en unas nuevas elecciones. La duración no sobrepasaría el año de mandato para Pedro Sánchez.
La otra alternativa sería ir a unas nuevas elecciones anticipadas que con toda probabilidad darían la victoria a la suma de las tres derechas lo que tendría las mismas consecuencias que la anterior pero bastante antes. Visto el panorama así las izquierdas de ámbito estatal, PSOE y Podemos, no les queda otra opción que conseguir añadir a su pacto al resto de las izquierdas periféricas, más un partido centrista y pragmático como el PNV.
El terreno está ya sembrado después de las primeras conversaciones-negociaciones entre socialistas y ERC. Esta vez la larga sombra de los respectivos jefes, Pedro Sánchez y Oriol Junqueras, planea sobre los equipos negociadores donde resulta relevante la ausencia de la anterior protagonista por parte de los socialistas Carmen Calvo.
¿Qué puede significar su sustitución por Adriana Lastra? Probablemente que esta vez la cosa va en serio. Que Sánchez quiere llegar a acuerdos, ya que Lastra se ha significado durante los últimos meses como una firme defensora de un gobierno de izquierdas con el apoyo de ERC y PNV.
Esta opción está tropezando con fuertes presiones y resistencias desde dentro y fuera del PSOE. Dentro, ciertos barones, especialmente los presidentes de Aragón, Javier Lambán y de Castilla la Mancha, Emiliano García-Page. Más toda una recua de antiguos dirigentes caducos, desde Felipe González a Alfonso Guerra; pasando por la parte más derechosa y casposa de partido como Joaquín Leguina o Francisco Vázquez.
Resulta curioso que gentes que ejercieron el poder con mano de hierro, no permitiendo ni una sola disidencia durante su mandato, ahora se alcen frente una decisión; que conviene recordar fue tomada casi por aclamación en la reciente consulta entre las bases que obtuvo nada menos que un 97 % de votos favorables.
Convendría recomendarles a estos señores que antes de criticar lo que está haciendo Pedro Sánchez dedicaran unos segundos a analizar este dato demoledor. Pero no son las únicas presiones que se están sufriendo en esta parte de la orilla. Porque el IBEX, los grandes bancos, la patronal y los poderes fácticos internos y externos están utilizando todas sus armas, especialmente las mediáticas, para intentar obstaculizar el éxito de las negociaciones.
Eso en esta orilla. Porque en la otra también sufren la presión de los detractores, de quienes insensatamente como el habitante de Waterloo consideran que “cuanto peor, mejor”. Que incluso con una derecha radical en el gobierno de España sería más fácil conseguir esa quimera de la República de Catalunya. Solo le falta al iluminado de Carles Puigdemont pronunciar las célebres palabras de Churchill durante la segunda guerra mundial exigiendo a sus ciudadanos “sangre, sudor y lágrimas”.
La situación en la orilla catalana es cuanto menos compleja, con un calendario de nuevo diabólico, en especial en esta semana en la que entramos. El próximo jueves 19 la justicia europea tendrá que decidir sobre el recurso presentado por Junqueras que podría lograr su inmunidad, después durante el fin de semana ERC desarrolla su congreso, que debemos recordar se desarrolla de manera asamblearia.
También en el ámbito de la antigua Convergencia las aguas bajan revueltas. Existe un sector de su militancia y de dirigentes de la antigua formación que comienzan a considerar a Puigdemont y Torra como un lastre que les lleva a un callejón sin salida. Las últimas reuniones internas se están saldando con tensiones cada vez más evidentes y no se puede descartar nada en estas circunstancias.
Comienzan a temer que el posible pacto PSOE-Podemos-ERC les acabe alejando del poder, si en las próximas elecciones autonómicas en Catalunya los números les salen a ese tripartito. No parece descartable que sea así con un cada vez más sólido Pere Aragonés al frente del mismo. Todo este panorama nos lleva a una reflexión final.
Este país (ponga aquí cada cual lo que desee) se va a tener que enfrentar en los próximos años a tres retos fundamentales, más otro a nivel global. Por un lado a consolidar un gobierno de las izquierdas que trabaje por recuperar el Estado del Bienestar debilitado por la crisis desde 2008. Un trabajo ingente que fortalezca el sector público, educación, salud, servicios sociales, una mejora en el empleo, no sólo en cuanto al número sino también respecto a la calidad.
El segundo reto será hacer frente a la crisis, o mini crisis que anuncian que nos viene desde ese punto de vista. Demostrar que con un gobierno de izquierdas se puede afrontar mejor, especialmente para las capas más desfavorecidas de la sociedad y también para la machacada clase media, que como lo hizo la derecha con Rajoy a la cabeza en la anterior.
Por último, el reto quizás más difícil. Que al igual que José Luis Rodríguez Zapatero consiguió que su mandato nos trajera la paz, o al menos que dejara construida y lista la pista de aterrizaje para la misma, ésta sea la legislatura que solucione las viejas tensiones centro-periferia heredadas desde la I Transición. Y señalar la I tiene sentido si somos capaces, como pide a gritos la situación actual, de ser ambiciosos y afrontar una II esta vez dirigida por la izquierda.
Que al final de la legislatura a este país no lo conozca ni la madre que le parió, parodiando a Alfonso Guerra, que al menos construyamos las bases para llevarlo a un Estado Federal Plurinacional desde la consideración de que somos una nación de naciones. Construyendo un sólido edificio, una “casa común”, donde todas y todos, vascos, catalanes, gallegos, o madrileños, nos encontremos cómodos.
¿Es un reto ambicioso? Por supuesto, pero ahora que tanto se critica a la clase política actual recordando a la que tuvimos la suerte de tener durante la I Transición, sería una manera perfecta de reivindicarse y pasar a la historia como gentes sólidas y de principios, que en un momento difícil fueron capaces desde la valentía, audacia y generosidad solucionar los problemas de este país.
Para ello necesitamos resolver algunas incógnitas. ¿Tendremos en este periodo el Pedro Sánchez que resultó victorioso en sus segundas primarias, o el que pactó con Cs y miraba constantemente al PP? ¿Estará el Pablo Iglesias sensato y generoso de las últimas semanas, o el prepotente de hace unos meses?
¿Volverán los Junqueras y Rufián que coincidían con Torra en que no debía permitirse el acceso al poder de la derecha y para ello se debía apoyar a Sánchez, a los de los últimos días que acobardados por JuntsPerCat se muestran reacios a hacerlo? ¿Aparecerá el Otegi más sensato y pragmático, o el mesiánico y trasnochado?
De las respuestas a estas preguntas depende el futuro del país, o sería mejor decir los países que conforman esta bella, rica y plural nación de naciones. Veremos.
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