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Lecciones de una vida en colonia

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Hace casi un año y medio que vivo y trabajo en Mayotte, una de las cuatro islas que forman el archipiélago de las Islas Comoras. A diferencia de las otras tres islas, que conforman el estado de las Comoras, Mayotte es un “departamento” francés desde 2011. Y esas comillas no son casualidad: mientras que a nivel teórico y político Mayotte es otro departamento más de la república francesa, sobre la práctica, la situación es diferente y, como mínimo, cuestionable. Mi experiencia me dice que hay que estar demasiado alejado de la realidad para no darse cuenta de que vivimos en una colonia, regida por las dinámicas crueles e injustas propias del neocolonialismo.

Cuando uno llega a Mayotte, esto no es tan evidente. Al principio, durante la fase del descubrimiento, te choca la basura de los barrios y los niños que andan descalzos por las calles, pero también los murciélagos gigantes y la barrera de coral con sus peces de infinitos colores. Se puede decir, que la miseria es visible y palpable desde el primer minuto; sin embargo, la naturaleza del trópico es tan espléndida que se hace fácil olvidar la parte más negativa de la isla. Hay, además, otro factor que facilita el hecho de obviar esa pobreza que te escupe a la cara: el estatus de colonizador y sus privilegios. Cuando uno tiene un buen trabajo, con un salario y unas condiciones envidiables, es más fácil buscar excusas para legitimar tu presencia en la colonia. Y reconozco que es difícil resistirse a ese dulce.

Sin embargo, con el paso del tiempo, corres el riesgo de que ciertas sensaciones se instauren dentro de ti y comiencen a desestabilizarte. No entenderás muy bien por qué, ¿será el clima agobiante de esta latitud? ¿El síndrome de la vida en una isla pequeña? De repente, llegará el día en el que te choques con la realidad y te des cuenta de que estás siendo testigo a diario de la injusticia y la opresión que conllevan la vida en una colonia. Y, dependiendo de tu ideología y sensibilidad, esto puede provocar que una gran contradicción se apodere de ti. Este fue mi caso, montado en una montaña rusa de emociones, no era capaz de apaciguar esa contrariedad que vivía en mí y que me generaba sentimientos muy negativos.

Durante este período todo es muy confuso y abrumador: ¿Qué hago aquí?, ¿está bien que obtenga tantos privilegios cuando al mismo tiempo y en el mismo lugar hay personas que luchan diariamente por sobrevivir? O, ¿estoy haciendo lo correcto? Son algunos de los cuestionamientos que aparecían.

Pero gracias a un gran amigo, se hizo un poquito de luz en este camino. Llegó a mis manos Retrato del colonizado precedido por retrato del colonizador del escritor tunecino Albert Memmi. Memmi, nacido en el Túnez de la colonia francesa, supo captar la esencia del colonizador y del colonizado y la relación fundamental por la que ambos actores se condicionan mutuamente. En este ilustrativo ensayo, sino respuestas para mejorar mi estado de ánimo, encontré una esclarecedora explicación a mi contradicción interna. Me di cuenta, de que formo parte de lo que Memmi categoriza como “el colonizador que se rechaza”. Me sentí identificado con el gran dilema con el que tiene que lidiar el extranjero que decide vivir en una colonia. Me vi reflejado en esa persona que no ve a su alrededor nada más que cinismo de la parte de sus compañeros europeos. Europeos que se quejan de los cortes de agua, de la violencia, de la actitud de los locales y de la inmigración. Esos mismos europeos, que parecen no ser conscientes que a unos metros de distancia de su casa con aire acondicionado, vive una familia en una chabola y que, si un día no hay gas en casa, se quedan todos sin comer. Esos europeos que, tan ciegos de privilegios, siguen justificando el hecho colonial y pidiendo más concesiones y derechos. Estos formarían el grupo de “los colonizadores que se aceptan” y, lamentablemente, cuentan por mayoría en Mayotte.

Personalmente, tenía claro que no formaba parte de ese grupo, entonces ¿con quién estaba yo? Memmi explica la imposibilidad “del colonizador que se rechaza” para salir de su contradicción, ya que, si bien no se siente parte de “los colonizadores que se aceptan” por sus diferencias ideológicas y razonamientos, tampoco conseguirá integrarse totalmente en el conjunto de los colonizados. Para formar parte realmente de esta comunidad, maltratada y desgraciada, la persona debe rechazar completamente a todos sus privilegios con el objetivo de situarse al mismo nivel social y económico. Esto supondría renunciar al trabajo, al sueldo, incluso a la lengua y las costumbres del grupo dominante. Una serie de esquemas que proporcionan una cierta seguridad mental e incluso material, y a los que no es tan fácil renunciar. De esta forma, mi posición quedaría en el medio: por un lado, no identificándome con mis compatriotas por su actitud neocolonialista, pero disfrutando al mismo tiempo de los privilegios que la colonia me aporta, y por otro, siendo consciente de la incapacidad para sentirme verdaderamente parte del grupo oprimido. Vaya disyuntiva.

Memmi no augura un futuro apacible para los colonizadores como yo. De nada sirve la buena voluntad ni el espíritu crítico viviendo en una colonia y beneficiándose de sus privilegios. Según el tunecino, o se deja la colonia para cortar de raíz con ese malestar o, poco a poco, se irán haciendo concesiones que legitimen tu presencia en el territorio, lo que, a la larga, te convertirá en un “colonizador que se acepta”.

Yo ya sabía antes de venir que mi experiencia en Mayotte tendría una fecha de caducidad. Lo que no sabía era que iba a tener que enfrentarme a este proceso de reflexión y cuestionamiento personal que genera una sensación tan contradictoria y angustiosa. Puede que esta coyuntura me lleve a descubrir una parte que no me agrade tanto de mí, pero, al menos, creo que esto me servirá para ser más consciente y un poco más sensible en mis futuras decisiones. Ojalá no sea el único que se marche de aquí con algo aprendido.

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