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La ley del aborto y su incumplimiento

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Según la Ley Orgánica 2/2010 del 3 de marzo, entre otros apartados se acuerda que está permitida la interrupción voluntaria del embarazo o aborto inducido en España, para todas aquellas mujeres que lo deseen. Pues bien, en la actualidad, año 2021, se antepone la objeción de conciencia de los médicos dentro de la Sanidad Pública y de algunas clínicas privadas, haciendo imposible que las mujeres puedan abortar libremente.

En nuestra sociedad, la desventaja de la mujer es abismal, no se piensa en sus deseos, condiciones o autonomía. El machismo está presente en todo lo concerniente al sexo femenino. El embarazo y la maternidad son hechos que afectan profundamente a sus vidas y, por tanto, es sólo y exclusivamente, decisión suya el poder interrumpir el embarazo dentro del plazo establecido por la Ley.

Es muy triste pensar que en una sociedad que presume de avances en todos los campos, nuestra Sanidad actúe como si la mujer cometiera un sacrilegio a la hora de no querer continuar con su embarazo. Teniendo a la Ley de su parte es un derecho adquirido, derecho a tener el control y a decidir responsablemente sobre la salud sexual y reproductiva, libre de presiones, discriminación y violencia, a pesar de que en estos días escuchamos hablar de los múltiples objetores de conciencia existentes en el Sistema de Salud Público y en otras clínicas que se han apuntado a la no realización del aborto.

Es fácil ver que en estos tiempos que estamos viviendo, donde la política adquiere un papel protagonista bajo el paraguas de una extrema derecha recalcitrante y atávica, estén saliendo de repente y, como de debajo de las piedras, tantos objetores de conciencia declarados en determinados Centros públicos. Y me pregunto, ¿no serán los Centros los que vetan la Ley del aborto, al igual que están vetando la Ley de la Eutanasia? Es un lastre que nuestra sociedad tiene y debe afrontar. Las Leyes se hacen para cumplirse.

Quiero contar una experiencia muy desagradable que, con apenas 28 años me ocurrió en el año 1982. Ya tenía una niña de 3 años, pero me apetecía ir a por un segundo hijo. Estando embarazada de 2 meses y medio, comencé a manchar justo al día siguiente de haber estado celebrando la feliz noticia. Me encontraba bien e ilusionada, pero el final de aquél embarazo no llegó nunca a ser posible. Me mandaron reposo absoluto, y, a pesar de seguir todos los consejos de mi tocólogo, una noche la hemorragia hizo que tuviera que desplazarme a las urgencias de la Maternidad de la calle O’Donnell.

Con el pánico agazapado en mi cuerpo, me dirigieron a una sala repleta de mujeres en cuyos rostros podía apreciarse la misma angustia y el mismo miedo que yo sentía.

No pudiendo hacer nada que contuviera la hemorragia, se lo comenté a una de las enfermeras que por allí pasaban y, su contestación, ante mi grito de ayuda, fue que me tocaba esperar como a todas.

Cuando por fin llegó mi turno para que me viera un médico, pasé sola a otra sala, sin la compañía de mi marido que se quedó fuera con su propia angustia. Con un desprecio inusual, el médico me mandó colocarme en el sillón ginecológico para examinarme. Y con la misma arrogancia, me dijo que tenía que quedarme ingresada y que me pusiera el camisón que se suponía había llevado de casa.

Aquel médico terminó de romperme en pedazos cuando vio el camisón que había llevado, alegando que no era decoroso en absoluto presentarse en un hospital con una prenda de tirantes. Hundida en la miseria traté de defenderme diciendo que, como había salido corriendo no pude entretenerme en buscar algo más adecuado. Aún quiso humillarme y denigrarme más, haciendo hincapié e insinuando que la gran mayoría de las mujeres que allí se encontraban, probablemente se habían provocado el aborto. A la vez que pronunciaba estas palabras hirientes, me tocó con su mano el tirante del camisón, con un gesto de desprecio. Su mensaje en ese trato vejatorio era muy claro. “Yo me había provocado el aborto” fue su sentencia, como la mayoría de las mujeres que se encontraban en la sala de espera.

A las pocas horas me hicieron un legrado. Hasta que esto ocurrió, el trato por parte del personal fue de dejadez, alegando que tenía que esperar hasta que dejara de sangrar. Era evidente que todos me habían “sentenciado y condenado” consiguiendo que me sintiera culpable por todo lo que me ocurrió.

Actualmente es increíble que estemos viviendo situaciones similares a la que he contado. Hemos retrocedido años con respecto al aborto y a otros temas que se presuponían ya superados. Tener que volver a reivindicar las leyes que ya están vigentes, nos demuestra la importancia que tiene el que no debamos permitir que ciertos colectivos se acostumbren a no respetar las legislaciones establecidas desde hace tiempo.

Con estas acciones, las consecuencias para la mujer son profundas, ya que afecta a su situación psicológica, intelectual y profesional, dañando su lucha por la igualdad y contra la misoginia tan establecida en la sociedad machista que nos toca vivir.

La política actual se está degradando a pasos agigantados, generando un malestar que roza la insurrección cuando se pasan por alto leyes que ya se aprobaron en su día y que están vigentes, le pese a quien le pese.

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