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No lo entiendo

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La Justicia no es un campo de fuerza que todo lo permea. No es el fin de todas las cosas, sino que es casi siempre un criterio de parte, un juicio de la realidad sesgado por intereses. Por alguna razón, esperamos la conciliación de todas las contradicciones de la vida en un acto final de justicia y equidad que dé reconocimiento a nuestras cuitas. Pero nada está más lejos de la realidad.

Nada ha podido ser tan injusto como lo ocurrido con Podemos. Un partido que nació de manera casi espontánea, sin estructura ni rigidez, sustentado en la vitalidad y la ilusión de personas imaginativas y ávidas de formas nuevas de entender y hacer política que, además, consiguieron alinear a todas las fuerzas de izquierda en un movimiento que ha dado, en tan poco tiempo, unos frutos increíbles.

Pronto se evidenció como un gran riesgo para ciertos sectores, que emplearon todos sus recursos para poner coto a ese movimiento que estaba creciendo y generando un mar de adhesiones entre la población.

Partidos de la derecha, el centro y la ultraderecha; prensa de todos los colores; redes sociales; fuerzas y cuerpos de la seguridad del estado; jueces y un sinfín de recursos se pusieron en marcha para frenar, con los medios que fueran precisos, el avance de una fuerza que amenazaba con romper un equilibrio de milenios. Nada importa que todo fueran historias inventadas, o indagaciones judiciales absurdas, o artículos sesgados, o redes sociales envenenadas. Lo importante era trasladar a la ciudadanía un relato torcido del nuevo partido, un relato que, en el más puro estilo fascista, había de ser personalizado, demonizando a sus dirigentes hasta unos niveles de nausea.

Era una maquinaria muy potente a la que enfrentarse, dirigida a un objetivo, los ciudadanos, cuya opinión se ha demostrado flexible como un junco. Y todo lo que fue ilusión, empuje y ánimo, se transformó en incomprensión, animadversión y odio. Ha sido una batalla cruenta y una derrota sin discusión. Han ganado esas poderosas fuerzas y hemos perdido todos.

Lo que me sorprende hoy es que, si en cierta medida habíamos salvado los muebles con la creación de Sumar y habíamos sido capaces de mantener una cierta unidad de la izquierda, todo haya saltado por los aires (¡otra vez!) por razones que me cuesta entender.

Sumar nació porque Pablo Iglesias así lo decidió. Quizá fue un error. Desde luego, no fue un acto de pureza democrática, pero también fue consecuencia de un análisis certero de la realidad. Era preciso reaccionar a un ataque despiadado, salvando en lo posible lo ya logrado. Sumar no fue fruto de una acción concertada de los distintos movimientos que ahora lo componen, sino que se gestó como un movimiento de defensa de un espacio que corría un gran riesgo de quedar quemado de haber seguido con Pablo Iglesias como líder.

Y luego han comenzado las desavenencias. Ocurre siempre cuando se depende de un liderazgo tan fuerte como el ejercido por Pablo Iglesias que, una vez nombrada Yolanda Díaz como su delfín para poner en marcha el nuevo proyecto, no pudo controlar el método para hacerlo. Pero esos son los riesgos de haber seguido un criterio puramente personal, el de Iglesias, en la gestación de Sumar.

Soy un admirador de Pablo Iglesias. Me gusta su manera de analizar la realidad y plasmar alternativas lúcidas. Creo que ha sido un político de gran talla. Y se ha visto sometido, junto a su familia, a un acoso insoportable que no ha recibido la protección debida en un estado de derecho. La injusticia hacia ellos ha sido inaudita. Y estoy convencido de que Podemos tiene razones y argumentos de peso que justificarían internamente su decisión de pasar sus diputados al Grupo Mixto del Congreso. Pero, visto desde fuera, y con la perspectiva de una persona de izquierdas con, digamos, suficiente experiencia vital, no se entiende. Todas esas razones no pueden compensar la pérdida que supone romper la unidad de la izquierda. Lo siento, pero no lo entiendo.

Desde los inicios de la democracia en España, nunca hemos estado en mayor riesgo de involución que ahora. Nunca antes se ha hecho tan necesaria la unidad de la izquierda. Y, sin embargo, volvemos a caer en el error de ir separados. Por muchas razones que puedan esgrimirse para justificarlo, el resultado será, como en la municipales y autonómicas del 28M, el fracaso de todos. Y eso significa el fracaso de toda la ciudadanía.

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