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Pandemia, guerra, sequía
Pandemia, guerra, sequía... La racha de adversidades que estamos sufriendo hubiese sido imposible de imaginar hace menos de una década. Utilizo el presente continuo porque a esta altura de este verano del año veintidós del siglo veintiuno, ninguno de estos percances han marchado al cajón de la Historia.
La pandemia y la sequía son inevitables. Son fenómenos ante lo que poco podemos hacer, salvo enfrentarnos a ello. O tal vez, no. Quizás se trate de catástrofes naturales gestadas hace tiempo por el propio ser humano, y que ahora toca que la suframos. Algunos han negado, e incluso se han mofado del cambio climático que, cuando empieza a mostrar sus señales, ya lo tienen encima, y su discurso negacionista queda en el olvido, como si nunca nadie lo hubiese defendido.
Lo de la guerra es un asunto que no podemos achacar a la Madre Naturaleza. Aunque lo correcto es utilizar en este caso el plural y hablar de guerras.
Me pregunto si no influirán también las guerras en el cambio climático por aquello de la utilización de armas químicas prohibidas, por la destrucción de bosques, el deterioro de suelos fértiles...
Las sequías ya sabemos que son fenómenos cíclicos. La primera sequía que recuerdo se produjo en la primavera de 1983. La recuerdo porque compuse un pequeño poema al respecto y que, al releer sus versos, ahora me produce sonrojo. Dado que los periodos de sequía no tienen un ciclo cierto, aunque es verdad que lanzan avisos con tiempo suficiente, estos siempre se combaten con ampliar y construir pantanos. El problema es que la población va aumentando, lo que conlleva mayor consumo de agua. La cantidad de agua que consumimos hoy no es comparable a la sequía de mis recuerdos. Ocurre lo mismo con la construcción de autopistas y carreteras de circunvalación de las ciudades, que a los pocos años se muestran ineficaces por el aumento del parque
automovilístico. Buscamos la solución a estos problemas ampliando el número de carriles en las autovías en lugar de dirigir la solución a un aumento del uso del transporte público. Ni siquiera el precio alcanzado por los carburantes, frena la millonaria cifra de desplazamientos durante las vacaciones.
Apelamos a la construcción de mayor cantidad de pantanos y a la mejora de los ya existente, y no en buscar soluciones a la escasez de agua tomando medidas de ahorro aun en época de bonanza hidrológica.
En cuanto a la pandemia ( ¿o deberíamos utilizar también el plural?), pronostican los expertos que el fenómeno se repetirá más pronto que tarde. Ya ven, aún no hemos acabado de domesticar al virus de la Covid-19 y ya nos preparan el ánimo para soportar a los que están por llegar. Si a los virus se les combate con vacunas anticuerpos, la proliferación de virus desconocidos se convertirá en una guerra contra un enemigo invisible al que no se puede combatir con misiles tierra-aire.
Lo único evitable, de la triada mencionada, son las guerras. Ante esto sólo nos queda gritar NO A LA GUERRA, aunque sepamos de antemano que no nos van a hacer ni puñetero caso. Las guerras no son cíclicas, ni surgen en un laboratorio, ni son fenómenos naturales; estas son provocadas por intereses económicos que a la ciudadanía se nos escapa, por muy exegético que pretendamos ser.
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