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Sobre personas particulares

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Y olé, con gran poder, asesoramiento muy reputado y desparpajo insolvente y altivo, odio ibérico a espuertas, es decir cainita, exentas de enterarse de nada que pueda perjudicarlas, víctimas de esa ausencia de básica ética, siquiera de andar por casa, para poder argüir con mucha insolencia que, efectivamente, cada quisque se empareja con quien quiere y se mete en la cama con quien le apetezca.

Pues claro que sí, sobre todo si uno o una, incluso con cargo público de responsabilidad, se llama a andadas, si resulta y se comprueba que las ranas y los sapos de turno chapotean en sus charcas “muy particulares”, a cuenta del erario público, defraudando al resto de la ciudadanía pagana, porque ellas solo son “personas muy particulares”.

Mi madre y mi padre se corregían, se incentivaban, se complementaban, cuando algo no procedía desde la altura decente que caracterizaba su comportamiento cotidiano, y se daban el alto, si hiciera falta, que a veces sí que lo hubo, porque eran decentes, responsables, honestos y valientes, y además porque se querían mejores, y ni en sueños, hubieran podido permitirse actuar como “particulares” si sus parejas no hubiesen estado a la altura de sus exigencias morales.

Porque, en realidad, mi padre y mi madre eran de una pieza, como muchos otros conciudadanos y conciudadanas de este nuestro solar patrio, capaces de conducirse por la vida con entereza y ejemplaridad, responsables el uno del otro, con respeto y exigencia mutuos.

Como para que ahora, como sucedió con la infanta Cristina que, con su “formación profesional exquisita” no se enteraba de nada y firmaba lo que le ponía a la firma “su santo”, ahora resulta que la presidenta madrileña, por antonomasia y despecho desatado, muy suelta ella por lo tanto, va y aduce que ella es y su pareja conviviente son “personas muy particulares”, como debe ser como “el patio de la canción, también muy particular”, y que, en consecuencia se han de considerar “inatacables” siquiera por consideración de la plebe consentidora. Porque ellas y ellos “lo deben valer mucho más”

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