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Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

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Cosas de orientales, cosas de científicos

Descifrar los enigmas de la leucemia, reto de un equipo hispanoluso

Alberto Penadés

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Cuando es posible que uno haya actuado estúpidamente debe siempre preguntarse por qué. Creo que una de las pocas contribuciones que podremos hacer los no epidemiólogos es intentar encontrar esa respuesta, y opino que se debe buscar sin hacer juicios políticos innecesarios, que pueden oscurecer algunas causas que tal vez no sean ni partidistas ni específicas de España (1).

Hay razones para pensar que esto es una cuestión de ignorancia como Estado, de falta de aprendizaje. Cuatro de los cinco lugares que estuvieron más afectados por el SARS entre 2002 y 2003, aparte de China, fueron Hong Kong, Taiwán, Singapur y Vietnam (el otro fue Canadá). En el resto de los países de Asia , incluyendo a Corea y a Japón, la epidemia fue tan ajena como en Europa. Estos son también los países que han tenido más éxito en la contención del Covid-19, con gran diferencia, dado su nivel de exposición. De hecho, el éxito parece haber sido prácticamente total. (Corea, que si estuvo afectada por el MERS en 2015 -el segundo después de Arabia Saudí- actuó más tarde pero ahora se pone como ejemplo de contención en una fase más avanzada). Entiendo que armar un argumento sobre estados buenos y malos parece no mejorar mucho al de gobiernos buenos y malos, pero hay hechos por ahora ineludibles. Me parece que desdeñar implícitamente cada uno de estos casos como excepciones explicables por peculiaridades suyas y no por su reacción es empecinarse en el mismo tipo de sesgo de decisión que ha sido el pensar que Italia podría ser un caso particular, o que a nosotros nos ayudará el clima o cualquier otra cosa especial. Un sesgo posiblemente agravado por cierto eurocentrismo, o racismo, o como se quiera describir. Un sesgo que en el contexto donde esperaríamos una actitud muy conservadora -la incertidumbre- parece que ha justificado cierta ilusión de control.

Algunas de las explicaciones que es posible escuchar para desatender la relevancia de los casos de éxito mencionados parecen paradójicas y precipitadas: islas, lugares pequeños, etc. Taiwán tiene 25 millones de habitantes y más de un millón viven permanentemente o por razones de trabajo en China continental. Su grado de conexión es colosal. Hong Kong es uno de los lugares con más densidad de población del planeta, adyacente a la segunda provincia más afectada de China; tres de cada cuatro de los 5,6 millones de habitantes de Singapur se consideran étnicamente chinos y unos 20.000 viven en China; Vietnam tiene 1200 Km de frontera con China, y una relación también muy intensa, aunque casi siempre poco cordial, con quienes les dominaron durante un milenio.

Tres de ellos están muy desarrollados, pero también Corea, donde la epidemia avanzó inicialmente con fuerza, o Japón; mientras que Vietnam es mucho menos rico. Tres son autoritarios o semi-autoritarios, pero Taiwán es una democracia plena. Taiwán tiene una de las mejores sanidades públicas del mundo (está en el ranquin de Bloomberg pero no en la OMS, de la que está excluida), pero la sanidad de Hong Kong es privada y la de Vietnam es mucho más deficiente.

La explicación tiene que ser el aprendizaje a partir de la epidemia del SARS, acuciado tal vez, en algunos casos, por las especiales relaciones con China. En el caso de Taiwan parece evidente: la OMS, o más bien China, les dejó fuera del canal de información en el caso de la epidemia del SARS -Taiwan no es miembro de la OMS porque no es reconocido por China como estado, etc,- y se produjeron muchos contagios, especialmente entre el personal médico, que los taiwaneses consideraron innecesarios. Aprendieron.

El mismo día 31 de diciembre de 2018, cuando China dio la primera información, en Taiwan actuaron en los aeropuertos y se pusieron a buscar viajeros y a preguntarles sus síntomas; y enviaron a sus especialistas al terreno para confirmar la información porque no se fiaban. Desde el comienzo basaron su estrategia en modelos estadísticos, usando big data, que dieran con los individuos de riesgo: uniendo la base de datos de sus patrones de movilidad con la del sistema sanitario, cosa que al parecer lograron hacer en un solo día. A los usuarios de la red de móviles locales los controlaron por el teléfono. Hicieron confinamientos controlados de la población de riesgo, cerraron los colegios, fijaron los precios de las mascarillas, aseguraron su provisión y crearon una campaña cívica contra acaparadores. De todo esto ha hablado la prensa internacional, pero a mediados de febrero ya se podía leer un informe en una revista médica A día de hoy sus pocos casos son gente que ha traído el virus de Europa. Con nosotros no contaban.

Sobre Vietnam no se escribe tanto, y no he encontrado un informe profesional, pero es igualmente sorprendente. Además, porque ya fue el primer país seriamente afectado por contagio local en la epidemia del SARS que logró contenerlo y el primero en librarse. Ante el nuevo coronavirus, su sistema sanitario se puso en marcha con el primer contagio, con una búsqueda activa de personas infectadas. Cuando tenían 13 casos ya habían desarrollado un sistema de detección rápida (del que están bien orgullosos ) que hacía la prueba en 70 minutos y a un tercio del coste de la prueba estándar. Al encontrar un primer foco local lo aislaron drásticamente. Es verdad que no fue una población grande, pero hablamos de aislar una localidad por tener a solo dos o tres enfermos. También cerraron los colegios desde el inicio, prepararon al personal sanitario y empezaron una campaña cívica fuerte, cambio de hábitos, teletrabajo, etc. Todo cuando apenas había casos; y sigue sin haberlos.

Cuando estas cosas sucedían los occidentales nos deleitábamos mirando a un tropel de máquinas rodantes practicar la excavación sincronizada en Wuhan mientras se organizaba una expedición para “rescatar” a nuestros nacionales, rompiendo su cuarentena. Aquella inmoralidad, aquella estupidez -en términos de riesgos y de costes, cuanto menos- nos puede dar alguna pista sobre nuestro desdén hacia lo que hacen y lo que saben hacer en Asia oriental. Ni siquiera podríamos concebir una operación de rescate vietnamita o taiwanesa a Milán o Madrid, y no creo que sea porque los consideramos demasiado inteligentes como para hacer esa tontería.

Hablando sobre esta cuestión entre los miembros de Piedras de Papel (que no es que estén de acuerdo conmigo), cierto racismo se ha apuntado como una posibilidad. Otra ha sido la sombra de las prácticas científicas en la política. La evidencia que respalda algunas de las medidas tomadas por estos países (y, al final, por nosotros) como el cierre de escuelas, no alcanza los niveles de solidez que se aceptan normalmente en la ciencia. “Esto es mucho más complicado de lo que se creen algunos” es el pensamiento natural de un científico, lo primero que dirían al intervenir en debates políticos que les conciernen; y algunos parece casi lo único que saben decir. De hecho, puede que más cuanto más saben y cuantos menos sesgos tienen. Pero nadie dijo que los científicos sean mejores que otros tomando decisiones, y menos cuando faltan datos. Igual -no lo sé- se necesitan más perfiles técnicos que académicos, o simplemente más políticos que les hagan a todos las preguntas correctas y decidan sin escurrir el bulto.

Para los que no somos ni políticos ni epidemiólogos las preguntas son otras. ¿Por qué no somos capaces de aprender, si es que lo hacemos, si no es en carne propia? ¿Por qué la incertidumbre justifica la inacción y no el prudente criterio de intentar mejorar los peores escenarios posibles? ¿Por qué estos sesgos de acentuar lo excepcional de cada caso en lugar de los precedentes y los modelos? ¿Es necesario que el aprendizaje se produzca en lugares del estado no visibles o más aislados, como el antiterrorismo? ¿Bastaría con un reclutamiento más eficaz de especialistas, o dotarlos de más independencia para que no se encojan de hombros si les preguntan por una manifestación en plena epidemia? ¿Cómo, en definitiva, aprende un estado?

Me gusta vivir en una democracia en la que las preguntas de “esto quién lo paga” y “esto quién tiene derecho a mandarlo” están siempre en la mesa. Soy consciente de que tres de los cuatro casos de éxito mencionados son autoritarios, pero aun así me gustaría una democracia con más inteligencia colectiva (2). Eso, por cierto, es responsabilidad de todos, porque cuando la verdad puede estar ahí fuera, avasallar o dejarse avasallar en eso que llamamos los debates polarizados hará que el Leviatán, más que obesa serpiente con portes de tirano, nos quede con forma de borrico.

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(1) No hace falta tener el engreimiento de creer que uno habría actuado mejor que los responsables políticos y profesionales que han tomado (o dejado de tomar) algunas decisiones a lo largo de las pasadas semanas, ni conviene asumir que algún otro partido o líder lo habría hecho mejor en España. (Ojalá pudiéramos creer en eso). La exigencia de responsabilidades es algo que esperemos que hagan los ciudadanos o sus representantes a su debido tiempo. Y esperemos que haya transparencia en la rendición de cuentas. Personalmente, estaría dispuesto a dejarme convencer de que las decisiones han sido aceptablemente buenas a la tenue luz de la información disponible, tanto como de pedirle al gobierno que dimita.

(2) No estoy seguro que valga la réplica de que “ahora somos todos muy listos”. Si se mira un lugar con tan escasa inteligencia colectiva, en apariencia, como Twitter, durante el fin de semana 7-8 y solo buscando opiniones sobre la oportunidad de celebrar el 8 de marzo, tengo la impresión de que cualquier persona que citaba información -cualquier tipo de información que no fueran solo otras opiniones- y que no tuviera responsabilidad directa de gestión, decía que era algo como mínimo imprudente. Espero que un análisis intente confirmar este tipo de cosas, cosa que a mí me excede, por el valor de prueba que pueden tener.

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