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Pedro Sánchez entra con fuerza en el santoral ultraderechista

Santiago Abascal celebra los resultados de Vox en la noche del domingo.

Iñigo Sáenz de Ugarte

En el panteón de honor de la extrema derecha, figuraba hasta ahora por derecho propio Francisco Franco. Esa gente no es mucho de cambiar sus referentes, pero debería hacer un hueco a Pedro Sánchez, cuya decisión de repetir las elecciones aparentando que la culpa la tenían todos menos él ha permitido a Vox convertirse en la tercera fuerza del país con 52 escaños. El partido que quiere ilegalizar a sus rivales políticos, acabar con el Estado de las autonomías, derogar la ley de violencia de género y expulsar al mayor número posible de inmigrantes supera los tres millones y medio de votos.

27,9% de votos en Murcia, donde es primera fuerza. 34,6% en Ceuta. 21,9% en Castilla La Mancha. 20,3% en Andalucía. 18,4% en la Comunidad Valenciana. 18,4% en Melilla. 18,3% en Madrid. 17% en Aragón.

España ya no es la excepción europea en cuanto al crecimiento de la ultraderecha, sino uno de sus alumnos con notas más destacadas.

En 1985, François Mitterrand tuvo lo que parecía una gran idea. La típica maniobra que en los medios se define como maquiavélica. Aprobó en la Asamblea Nacional una reforma para que el sistema electoral pasara de ser mayoritario a dos vueltas a proporcional. Confiaba en que la aparición del Frente Nacional en el Parlamento redujera los escaños de la derecha. El partido de Jean-Marie Le Pen obtuvo 35 escaños en los comicios de 1986. Eso no impidió la victoria de los conservadores. Jacques Chirac fue elegido primer ministro y se inició la cohabitación con el presidente socialista.

Sánchez nunca ocultó que unas segundas elecciones eran una carta que estaba sobre la mesa, en especial desde que las autonómicas, locales y europeas tuvieran como consecuencia un Podemos más debilitado. Tras esas elecciones, un asesor de Moncloa estaba tan crecido que tuiteó: “Todo tuyo, Errejón”. Sólo había que esperar a que un nuevo partido salido de las tripas de Podemos diera el empujón definitivo a Pablo Iglesias. Más dosis de Maquiavelo adornadas por estrategas que piensan que 'El Ala Oeste de la Casa Blanca' es una serie de televisión basada en hechos reales.

El PSOE aspiraba a aumentar el número de escaños, no de forma espectacular, pero sí lo suficiente para dejar claro que no compartiría el Gobierno con nadie. Desde el primer momento, anunció que no quería saber nada de los independentistas catalanes y hasta concedió al PP una victoria simbólica al proponer la vuelta del delito de convocatoria ilegal de referéndum al Código Penal, como estaba exigiendo la derecha. Adiós al Sánchez plurinacional, llega el Sánchez envuelto en la bandera española.

El resultado de la jugada maestra ha consistido en perder tres escaños y unos 700.000 votos, según los resultados preliminares. No es un desastre como el de Mitterrand, pero sí un revés que sólo la clac más aduladora podrá ocultar. En cuanto a fortalecer a la extrema derecha, Sánchez sí está a la altura del presidente francés.

Minucias. Sánchez salió poco antes de la medianoche para celebrar el triunfo en lo que denominó la “repetición automática de elecciones”, como si la vuelta a las urnas hubiera procedido de la activación de un mecanismo imparable. Se produjo una escena repetida a la de abril –entonces muchos de los reunidos en Ferraz gritaban “Con Rivera, no” y Sánchez se reía–, cuando unos cuantos comenzaron a entonar “Con Iglesias, sí” y después “Con Casado, no”. En ambos casos, el líder socialista sonreía y pedía: “¿Me dejáis terminar?”. Tampoco tuvo mucho que decir: la responsabilidad de “desbloquear la situación política” es de todos partidos.

Pablo Iglesias sí concretó lo que quería. Lo mismo que antes de estas elecciones. Los resultados de Podemos han vuelto a ser malos al perder en torno a medio millón de votos y caer por debajo del 10% de votos. En todas las elecciones posteriores a 2015, Podemos ha perdido apoyos y no hay razones para creer que haya tocado suelo. Aun así, Iglesias sigue exigiendo formar parte de un Gobierno de coalición.

Ni Sánchez ni Iglesias parecen creer que estén obligados a ceder. Ninguno hizo autocrítica de ningún tipo en la noche del domingo. Eso sí, los dirigentes de Podemos tenían cara de estar en un funeral.

En principio, estas elecciones dejan todo como estaba con la izquierda dependiendo de los votos de ERC para contar con una mayoría suficiente para gobernar. En teoría, porque un muy contento Pablo Casado ofreció una frase intrigante: “Vamos a ver qué plantea ahora Pedro Sánchez”. Permanezcan atentos a sus pantallas.

En el apartado más previsible de la jornada, el abismo se comió a Albert Rivera, Inés Arrimadas, el perro Lucas y sus tácticas de marketing. En realidad, se tragó a todo el partido, reducido a diez escaños. No fue suficiente para que el líder anunciara su dimisión. El lunes, se reunirá con los demás dirigentes que le han aplaudido y jaleado en todos sus cambios de estrategia. Como es habitual en política, no sería raro que le suplicaran que siga en el puesto.

Jugar a repetir elecciones resultó ser una de esas cosas que salen de despachos donde todos creen ser muy inteligentes. Aquellos cuya integridad física está en riesgo ahora por el envalentonamiento que sentirán los fascistas pagarán las consecuencias de estos juegos de salón. Seguro que algunos se limitarán a decir que son los daños colaterales de la política.

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