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Españoles en el Ejército Rojo: de la defensa del Kremlin a la toma de Berlín

Detalle de una placa en la capilla erigida en honor a los españoles caídos en Rusia, en el Parque de la Victoria en Moscú, Rusia. Defendieron el Kremlin, escoltaron a Stalin, combatieron en Carelia, resistieron el asedio de Leningrado y participaron en la toma de Berlín: unos 800 españoles combatieron en las filas del Ejército Rojo, donde llegaron a encontrarse con la División Azul.

EFE

Moscú —

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Defendieron el Kremlin, escoltaron a Stalin, combatieron en Carelia, resistieron el asedio de Leningrado y participaron en la toma de Berlín: unos 800 españoles combatieron en las filas del Ejército Rojo, donde llegaron a encontrarse con la División Azul.

“El Kremlin nos invitó al desfile militar en la plaza Roja, pero el coronavirus nos estropeó los planes”, explica a Efe Manolo Arce (1929), un niño de la guerra que ahora reside en Madrid.

Rusia no les olvida. El gigante gasístico ruso Gazprom corría con todos los gastos, pero debido al cierre de las fronteras no podrán viajar a Moscú para asistir a la parada del 24 de junio.

A Arce le hacía mucha ilusión. Y es que llegó a la Unión Soviética con apenas ocho años, se quedó inválido al volcar un tranvía en 1943 y ejerció de médico hasta que volvió a España en los años 60.

Stalin prohibió tajantemente que los españoles se alistaran -había unos 5.000 cuando los alemanes invadieron la URSS-, pero no pudo impedir que algunos lo hicieran, como el hermano de Arce, incluso falsificando su partida de nacimiento.

En su mayoría, los españoles -200 de los cuales murieron en acción- no llegaron a entrar en combate: actuaron en la retaguardia o en peligrosos actos de sabotaje bajo las órdenes de la NKVD, la policía política, como África de las Heras, que llegó a ser coronel del KGB, los servicios secretos soviéticos.

Una unidad española comandada por el capitán Peregrín Pérez Galarza e integrada por más de un centenar de soldados recibió la misión de proteger el Kremlin cuando los alemanes se plantaron a escasos kilómetros de la capital a finales de 1941.

CELESTINO, EL PRIMER REPATRIADO

No fue el caso de Celestino Fernández Miranda. Nacido en Lugo de padres asturianos (1924-2015), fue a parar a la URSS de casualidad. Y es que el estallido de la guerra civil le pilló en un campamento de verano y un profesor le embarcó para San Petersburgo.

“Se fue para 15 días y no volvió hasta después de cuatro años. La familia supo que se había ido porque grabó con un cuchillo la palabra Rusia en el pupitre”, recuerda su hijo, Pablo.

Después estalló la contienda mundial y los españoles formaron milicias populares. “Querían devolver el favor” al pueblo soviético, señala.

Ante tanta insistencia, la Tercera División de las Milicias de Voluntarios del Pueblo de Leningrado aceptó a 74 españoles, que fueron destinados a Carelia, donde los finlandeses intentaban cerrar el cerco en torno a Leningrado.

“Entraron en acción tras sólo 15 días de instrucción. Los combates en esa zona fueron tremendos. Sólo siete españoles pudieron regresar a posiciones soviéticas. El resto fueron dados por muertos”, señala Pablo.

Pero Celestino y otra veintena de españoles habían sido apresados y enviados a campos de concentración. Allí, la intervención del controvertido reportero italiano Curzio Malaparte, que lo descubrió, cambió su vida para siempre.

Malaparte le habló de él a Agustín de Foxá, escritor del régimen, que le entrevistó y escribió un artículo para ABC. Con un salvoconducto de Serrano Suñer, Celestino cruzó toda Europa en guerra. Fue el primer combatiente español en el bando soviético que fue repatriado en enero de 1942.

“Le querían utilizar como conejillo de indias. Les venía muy bien como herramienta de propaganda para que contara lo mal que se vivía bajo Stalin, pero él nunca habló mal de la URSS”, asegura Pablo.

ENEMIGOS DE LA DIVISIÓN AZUL

El comisariado político del Ejército Rojo utilizó también a los españoles para desalentar a los miles de miembros de la División Azul desplegados primero en la zona de Veliki Nóvgorod y después en los alrededores de Leningrado.

Con la ayuda de altavoces, José Antonio Uribes Moreno animaba en español a los divisionarios a rendirse.

“Combatió hasta finales de 1942, cuando fue herido y desmovilizado”, explica su hija Esther (1935), residente en Moscú.

Su tío, Venancio, fue instruido como espía en una división especial para operar en los territorios ocupados por los alemanes. “Su misión era demoler puentes, desconectar el flujo eléctrico y demás actividades de subversión”, señala.

Fueron enviados a la zona de Lvov, en el oeste de Ucrania.

Mientras, el marido de su tía, el canario José Falcón Ramírez, fue enviado a Crimea, donde debía contactar con los partisanos locales, que eran perseguidos tanto por los alemanes, como por los tártaros, a los que acusó de pasar a cuchillo a varios españoles.

LOS HERMANOS ARCE

Los alemanes también intentaron llevarse a César Arce de regreso a España. Se había quedado en Leningrado para contribuir a la defensa de la ciudad, pero en un bombardeo resultó herido.

Intentó escapar del cerco junto a otros 15 españoles, pero fueron apresados por los alemanes.

“Mi hermano se escondió en un montón de paja cuando hicieron una parada y fue rescatado por los partisanos”, explica Manolo.

No lo volvió a ver hasta el día antes de su muerte en un hospital para tuberculosos en Moscú (1946).

Manolo, que estudió medicina en Moscú, volvió a España, donde ejerció de radiólogo en La Paz e incluso fue llamado a El Pardo para tratar a Francisco Franco, que acabaría falleciendo tres semanas después.

EL CERCO DE LENINGRADO

También estaba invitada al desfile del miércoles Azucena Fernández, de 89 años, una niña de la guerra nacida en Bilbao en 1930.

“La guerra nos cogió en una casa de niños en Leningrado”, asegura.

Las autoridades soviéticas decidieron evacuarlos a los Urales, como con el resto de la población, pero los alemanes bombardearon el tren, por lo que tuvieron que vivir en los bosques durante semanas.

“Comíamos frutos silvestres”, asegura Azucena, que vivió en Siberia hasta el fin de la contienda.

Otras mujeres españolas contribuyeron a allanar el conocido como Camino de la Vida, la única vía de suministro de armamento y alimentos con Leningrado, donde varios millones de personas pasaban hambre.

Trabajaron como enfermeras y voluntarias de protección civil, sea apagando incendios o ayudando a los camiones a cruzar el helado lago Ládoga en dirección a Leningrado.

Los pilotos españoles, que ya tenían experiencia de la guerra civil, se labraron un nombre en la URSS. Uno de ellos, José María Bravo, fue elegido para dirigir la escuadrilla que escoltó a Stalin cuando éste viajó a la Conferencia de Teherán.

Según relata Pablo Fernández Miranda, un estudioso del exilio en la URSS, españoles como Manuel Alberdi González, Fermí Roca y el piloto Juan Lario también integraban las primeras unidades que entraron en Berlín en mayo de 1945.

Ignacio Ortega

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