La experiencia del PSOE, la valentía de Podemos y dos huevos duros
“Siempre puedes contar con que los norteamericanos hagan lo correcto después de haber probado todas las alternativas”. Esta frase adjudicada a Winston Churchill –de la que evidentemente no hay pruebas que confirmen que la escribiera o pronunciara– vale también para las relaciones entre el PSOE y Podemos desde 2015. Ambos partidos estaban llamados a llegar a acuerdos estables o a chocar con sus cornamentas en medio de gran estrépito. Todo dependía de las circunstancias y las enemistades personales y todas habían propiciado hasta ahora la segunda opción.
El acuerdo para formar un Gobierno de coalición si consigue la confianza del Congreso explora una vía inédita, no a nivel autonómico o local, que nadie sabe con seguridad si funcionará. Pero era la única viable para que se produjera un hecho que casi parecía revolucionario este año: que después de unas elecciones se forme un Gobierno.
Últimamente estamos bajando mucho el nivel de exigencia a la política. Nos maravillamos por lo más básico.
Antes de que las malditas hemerotecas empiecen a echar humo y a aumentar el grado de cinismo de los ciudadanos sobre la política, hay que convenir que es legítimo preguntarse por qué este acuerdo no fue posible en julio o septiembre. O qué ha ocurrido desde entonces. Parece bastante obvio que lo más importante tiene un nombre y un número: Vox y 52 (diputados). El partido de extrema derecha ya no será como antes una presencia incómoda en el Congreso pero no muy significativa, sino la tercera fuerza política del país. En el caso delirante de unas terceras elecciones, no se podía descartar un Gobierno de coalición del PP y Vox con Santiago Abascal de vicepresidente en caso de victoria de la derecha.
Por el camino, también se ha producido el fin de la carrera política de Albert Rivera y el PSOE se ha quedado sin mayoría absoluta en el Senado. Y los partidos firmantes del acuerdo han perdido juntos más de un millón de votos. Todo suma incluso cuando resta.
La amenaza de la ultraderecha, respaldada por 3,5 millones de votos, había pasado a ser un peligro inminente para los valores que dicen defender el PSOE y Podemos. Ya no valía responder con los típicos lloriqueos habituales en la izquierda, que si los de Podemos son unos radicales sin experiencia de los que no te puedes fiar o que los socialistas están vendidos a la banca y la patronal y no te puedes fiar de ellos. Había que pasar del campo de la propaganda al de los hechos.
“Lo único que no cabrá (en el futuro Gobierno) será el odio y la confrontación entre españoles”, dijo Pedro Sánchez poco después de firmar el acuerdo en la única referencia indirecta que se pudo detectar al éxito electoral de Vox. Pablo Iglesias, que sonreía como si hubiera vuelto a ser padre, se las prometía muy felices. Anunció que el Gabinete combinará “la experiencia del PSOE y la valentía de Unidas Podemos”. Siempre reserva para los suyos el papel más sexy. También es cierto que agradeció al PSOE su generosidad –nada de tonterías esta vez con la sonrisa del destino– y dijo ante Sánchez: “Contará con toda nuestra lealtad”.
Iglesias ha ganado el pulso sobre su entrada en el Gobierno. Eso sí, la recompensa no ha cambiado. Ser la pata secundaria de un Gobierno de coalición gestionando una parte minoritaria del presupuesto y condicionado por el hecho de que la política económica del Ejecutivo es responsabilidad de una tecnócrata que antes era la guardiana de la ortodoxia presupuestaria en la Comisión Europea.
Después de tanta euforia, mañana alguien le podrá decir: “Cuando Iglesias despertó, Nadia Calviño todavía estaba allí”.
Si hubiera habido reporteros en la sala cuando se anunció el acuerdo (los sacaron de allí y sólo dejaron tomar imágenes), podrían haber dicho “y también dos huevos duros” tras cada frase de Sánchez e Iglesias. “Una necesidad histórica”. Y también dos huevos duros. “Un momento ilusionante”. Y también dos huevos duros.
Ahora es el momento de que todos puedan pedir más. Huevos duros, café, infusiones, zumo, bacon, fruta, lo que sea. Luego llegarán las rebajas y el tiempo en que las costuras internas del Gabinete se vean puestas a prueba, porque eso siempre ocurre en un Gobierno de coalición. O cuando se imponga la realidad y ambos partidos tengan que limitarse a ofrecer lo posible, no lo deseable.
Un Gobierno de coalición es un mecanismo que funciona cuando sabe gestionar las frustraciones.
Parece mentira que hace casi cuatro meses los líderes del PSOE y Podemos protagonizaran la investidura más tumultuosa que se recuerda con acusaciones, desprecios mutuos y ceños elevados a la máxima expresión. Socios potenciales a pedradas. Pero la política a veces da una segunda oportunidad, y una tercera aunque sea más difícil. En la tarde del martes, ambos acabaron abrazados y haciéndose ojitos.
Después de que Rosalía marcara el camino con el ya célebre “Fuck vox”, a Sánchez e Iglesias no les quedaba más remedio que ponerse a batir palmas. No podía ser que una artista de 26 años mostrara más visión política que dos (presuntos) amos del universo.