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¡Cuerpo a tierra! Feijóo promete concordia

Ayuso y Feijóo en el mitin del PP del jueves en Madrid.

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Cada vez que Alberto Núñez Feijóo dice que siempre contará la verdad, Dios mata a un gatito, pero antes lo hace pasar por el detector de mentiras. En el último día de campaña, lo reiteró en una entrevista publicada en El Mundo. “Los españoles, si me eligen, nunca me elegirán para que les mienta. Al contrario, les voy a contar la verdad, aunque sea dura”, dijo. Esa misma mañana, se había visto obligado a su pesar a seguir tirando del hilo de la historia de la que nunca quiso contarlo todo, aquella según la cual no sabía a qué se dedicaba Marcial Dorado en los años de su amistad, porque “antes no había internet ni Google”.

Feijóo admitió en la Cope que algo sí podía decir sin consultar al buscador: “Cuando yo le conocí había sido contrabandista, nunca narcotraficante”. Era el líder de una de las tres organizaciones criminales más importantes de Galicia dedicadas al contrabando. Poca cosa para Feijóo, como también para el PP gallego en la época en la que disfrutó de la generosidad de esos clanes delictivos. Dorado fue condenado años después por blanqueo de fondos del narcotráfico.

La semana final no ha sido la que Feijóo había soñado. Desnudado por las preguntas de Silvia Intxaurrondo en TVE, tuvo que echar el cierre a una de sus mentiras más frecuentes, utilizada en el cara a cara frente a Pedro Sánchez, la de que el Gobierno de Rajoy había revalorizado las pensiones a la altura del IPC. Ya le habían hecho notar antes que no era cierto, pero sus asesoras pensaron que podía estirar el bulo hasta el final de la campaña. Gran error.

Su relación con los hechos también termina distorsionando los detalles más pequeños. Para responder a las acusaciones tras el debate con Sánchez, dijo que contaba con once folios con las mentiras del candidato socialista. Unos días después, en el mitin de Zaragoza esa cifra de folios saltó de forma mágica a la cifra de dieciocho. Cada entrevista o discurso de Feijóo es un salto a lo desconocido.

En la cita con El Mundo, explicó que su gran objetivo es “recuperar la concordia entre los españoles”. No, si son catalanes. Lo hará cambiando la ley para asegurar el control conservador del CGPJ a través de la mayoría de los votos de los jueces. Iniciará la derogación de las principales leyes aprobadas en esta legislatura. Volverá a aplicar la política de mano dura contra los independentistas catalanes, lo que hará que aumente la confrontación hasta los niveles en que ERC y en especial Junts siempre se han sentido cómodos.

Es una nueva oportunidad para los indepes, alicaídos por la ruptura entre ambos partidos que ya ni siquiera se soportan lo suficiente como para formar parte del mismo Gobierno.

Santiago Abascal ya está excitado por el olor a napalm. Hace unos días, previó que se avecinan “tensiones peores” para Cataluña que en 2017. Para él, serían mucho mejores.

Con la intención de alejar de los votantes la idea de un pacto PP-Vox, la única que le podría garantizar la mayoría en el Congreso, Feijóo insistió el jueves en reclamar la abstención socialista en la investidura: “Si el PP saca más votos que el PSOE y Sumar juntos, creo que el PSOE debería facilitar la investidura del PP”.

Esto funcionaría así: el PSOE permite a Feijóo convertirse en presidente y luego el PP pacta con Vox en el Congreso para dinamitar todas las leyes promovidas por el Gobierno de Sánchez. Una oferta apasionante para los socialistas.

Feijóo va aún más lejos y apuesta por provocar un incendio interno en su gran rival, siempre dentro de la concordia, claro está. Ha decidido que le convendría ser él mismo quien elija al futuro líder del PSOE. “Si Emiliano García-Page fuese secretario general, no sería tan incisivo preguntándome si es posible que el PSOE se abstuviera”, comentó.

“No vamos a fiar nuestra autonomía política a los intereses de ningún otro partido político”, había dicho Page unos días antes. Debe medir sus palabras si no quiere acabar como Susana Díaz y ser derrotado en unas primarias socialistas por el primero que pase por allí.

¿Está desesperado Feijóo o es sólo que en los últimos días de campaña hay que tirar todas las flechas posibles con la esperanza de que alguna acabe en la diana? “Votamos a Felipe en el 82”, dijo en su último mitin sólo unas horas después de que la gente pudiera leer que, en su opinión, “sería bueno para la UE que Meloni (la primera ministra italiana de extrema derecha) acabara en el Partido Popular Europeo”. Felipe, Meloni, Biden, Putin, qué más da. El caso es fingir que él será lo que tú quieras que sea.

No se acaba ahí el baile de disfraces. Lo que resulta muy loco es que en el mitin de Madrid del jueves el líder del PP pidiera el voto a “aquellos que acamparon en Sol el 15M, porque a la mayoría los acaban de echar de su partido”.

Un momento, ¿el partido del 15M? Veamos de quién está hablando Feijóo: “Ahora resulta que a nuestros amigos Echenique, Montero, y el que quería ser presidente de la Comunidad de Madrid, Pablo Iglesias, los han echado de su partido, los han echado de sus listas, se avergüenzan de ellos”.

Acabó con un llamamiento directo: “A esos indignados, les pedimos el voto”. Es raro que Díaz Ayuso, que le estaba escuchando, no le tirara un zapato para ver si despertaba de su delirio.

En ese mitin, el candidato del PP fue más incisivo para burlarse de Yolanda Díaz por su “maquillaje”, comparándolo con el de las cifras del paro. Es curioso que en veinticuatro horas Feijóo, Díaz Ayuso, Cayetana la marquesa de la mirada triste y hasta la FAES coincidieran en reírse de la líder de Sumar, a la que no habían prestado mucha atención hasta ahora. ¿Se les había olvidado o han visto un tracking de última hora que les ha dejado preocupados?

Aún tuvo Feijóo esta semana la opción de otra declaración fuera del manual del favorito para ganar unas elecciones. De repente, el candidato que acusaba al Gobierno de aumentar de forma exagerada los niveles de déficit y deuda alertando de que se acercaba el momento en que llegara Bruselas con las rebajas ahora levanta la bandera blanca y empieza a lloriquear. “España no puede bajar el déficit en 13.000 millones en un año. No es posible”, dijo.

En realidad, el crecimiento económico sí ha permitido ese descenso e incluso superior, según le ha recordado la socialista María Jesús Montero.

Es más ocurrente la argumentación de Feijóo: “Las autoridades europeas que estuvieron mirando para otro lado durante cinco años y dejando que España se endeudase sin límite (...) tienen que dejar al nuevo primer ministro buscar una senda de deslizamiento hacia la consolidación fiscal, pero no un corte abrupto de la misma”.

La Comisión Europea puso los límites fiscales en estado de hibernación a causa de un acontecimiento que Feijóo ha olvidado –la pandemia– para permitir el gran aumento de gasto público con el que atenuar el impacto de los confinamientos en la actividad económica. Luego, aceptó que la inflación y la guerra de Ucrania suponían serios quebrantos en las cuentas de los gobiernos. No es que estuvieran mirando a otro lado, sino que observaban muy de cerca el impacto económico de una emergencia mundial.

Ahora que cree estar cerca del poder, Feijóo pretende que Bruselas le deje deslizarse por esa senda. Como si estuviera pilotando una planeadora de Marcial Dorado. Su justificación no es una pandemia que ya no existe, sino su deseo de eliminar los impuestos que afectan a las rentas más altas. Bajar impuestos y reducir la deuda al mismo tiempo no es el tipo de acrobacia fiscal que la Comisión Europea suele aceptar como estrategia viable.

Qué larga se le ha hecho la campaña a Feijóo.

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