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Los desplazados azeríes de Karabaj piden volver a su tierra

Los desplazados azeríes de Karabaj piden volver a su tierra
Baku —

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Baku, 13 dic (EFE).- “¡Que no quiero verla!” La profesora Aide Hüseyinova, en la cincuentena, reprime el llanto cuando se le pregunta si quiere buscar la que fue su casa entre las ruinas de Agdam, una ciudad fantasma en los límites del Alto Karabaj, ocupado por Armenia en 1993 y reconquistada por Azerbaiyán en octubre pasado.

“Volver a Agdam me ha hecho llorar mucho, y no quiero ver mi antigua casa”, dice Hüseyinova frente a la mezquita de la ciudad, el único edificio aún en pie, con dos hermosos minaretes. El resto de la ciudad, que antes de la guerra contaba con 40.000 habitantes, está completamente destruido, hasta el punto de que ha recibido el mote de “Hiroshima del Cáucaso”.

Era una ciudad próspera, asegura Mehemmmed Memmedov Nezeroglu, un hombre de 58 años, que también ha regresado para encontrarse con una delegación de prensa ante la mezquita. “Había campos, fábricas, viñedos, producíamos champán”, imita el estallido de un corcho.

TIERRA QUEMADA

Las milicias armenias conquistaron la ciudad con duros combates en julio de 1993, pero nunca la repoblaron: toda una franja de unos 20 kilómetros de ancho quedó como tierra de nadie entre los montes de Karabaj con población armenia y los pueblos azeríes más cercanos.

“Era una política de tierra quemada” asegura Hikmet Hajiyev, asesor del presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, durante una entrevista con Efe en Baku. Estima en cinco o seis años el tiempo necesario para reconstruir las ciudades recuperadas gracias al acuerdo del alto el fuego firmado entre Baku y Erevan, con mediación rusa, en noviembre pasado, tras 45 días de guerra.

Un portavoz militar, que supervisa el desminado en la carretera que lleva a Agdam, lo detalla: “Sabemos que hay minas en la zona fronteriza, pero no sabemos si hay también en la propia región de Karabaj, si es así, podríamos tardar de cinco a siete años”, dice a Efe mientras su equipo coloca estacas y explota artefactos en los campos que sirvieron de primera línea de defensa durante 30 años.

Durante siglos, Karabaj, como todo el sur del Cáucaso, era zona fronteriza entre el Imperio otomano, el Imperio ruso e Irán, poblado por azeríes, es decir musulmanes de habla turca, y armenios cristianos. Las tensiones empezaron al derrumbarse el imperio zarista en 1917 y fundarse repúblicas de base étnica, pero se aplazaron al integrarse la zona en la Unión Soviética.

En 1988 empezaron nuevos combates durante los que Armenia no solo estableció su control sobre el territorio de Karabaj, de mayoría armenia, sino también sobre las zonas adyacentes, ocupando en total un 20% de Azerbaiyán.

TREINTA AÑOS ESPERANDO

“La guerra era terrible, pensábamos que íbamos a morir allí. Al final salimos vivos, pero los armenios destruyeron mi familia; a los familiares de una tía mía los tomaron como prisioneros, hasta hoy no he vuelto a saber de ellos”, recuerda la profesora Hüseyinova.

El conflicto produjo cerca de 400.000 desplazados. Uno de ellos es Ali Hasimoglu, orfebre y campesino de Füzuli, otro pueblo destruido durante la guerra y recuperado ahora, que al igual que Agdam quedó completamente destruido.

Entre las ruinas aún hay cajas de munición y cohetes que las milicias armenias abandonaron en su retirada ante las tropas azeríes en octubre, y en las carreteras de los alrededores hay tanques quemados y proyectiles sin explotar.

Hasimoglu vivió durante unos años en un campamento de desplazados y luego se estableció en Baku, la capital, en un edificio cedido por el Gobierno de forma gratuita. Y ahí sigue hoy con un hijo y un nieto: una familia de cinco personas en 12 metros cuadrados.

Se trata de un bloque de viviendas comunal de la época soviética: unas cocinas eléctricas en el pasillo y por cada planta un baño con tres cabinas para veinte familias. El hacinamiento es extremo, muy distinto a lo que hacen pensar las anchas avenidas, los hermosos edificios del siglo XIX y el cuidado casco histórico de Baku.

TRES GENERACIONES DE DESPLAZADOS

Hasimoglu tiene ahora un hijo de 31 años y un nieto de cuatro. Son tres generaciones de desplazados ya, pero el recuerdo sigue vivo: al pequeño le piden que repita la frase: “Karabaj es Azerbaiyán”, lema que se repite en todas partes en Baku.

“Podremos vivir juntos en el futuro, si los armenios abandonan su mentalidad de ocupación”, cree Ali Hasimoglu. Su hijo Mekan discrepa: “Los armenios nunca han abandonado sus rencor contra los azeríes. Una nación que no ha podido vivir en paz con sus vecinos en cien años no será capaz de hacerlo en otros cien años”.

También ante la mezquita de Agdam hay opiniones encontrados. “Si no nos hubiesen causado tanto dolor...” reflexiona Hüseyinova. Y Memmedov concluye: “No creo que azeríes y armenios podamos ser amigos. Para eso tiene que pasar una generación”.

Ilya U. Topper

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