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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

La derrota de la España que lleva la bandera en la pulsera del reloj

Ambiente de funeral en la intervención sin preguntas que dio Casado en la noche electoral.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Tanto Pablo Casado como Inés Arrimadas dijeron en campaña que Pedro Sánchez era “un peligro público”. Los españoles les tomaron la palabra y decidieron que lo que era un peligro público era la estrategia del Frente Nacional que sumaba a conservadores, liberales y ultraderechistas en el empeño de poner fin a tanto rojerío separatista. Las elecciones de Andalucía pusieron en marcha un discurso en el que PP, Ciudadanos y Vox decían tener en su mano la mayoría absoluta con el apoyo de la prensa de derechas, es decir, casi toda. La patria les llamaba y ellos decían que no iban a fallar.

El escrutinio dio 147 escaños en total a Pablo Casado, Albert Rivera, Santiago Abascal, Inés Arrimadas, Cayetana Álvarez de Toledo y Rocío Monasterio. Un premio muy escaso para la España que lleva la pulserita con la bandera rojigualda.

“Hay gente que me va a votar y todavía no lo sabe”, dijo Casado en una entrevista en los últimos días de campaña. Esa gente se lo pensó muy bien y propinó al palentino de 39 años una derrota humillante, épica en sus dimensiones, de las que se quedarán para siempre en su célebre currículum. El PP pierde tres millones y medio de votos al quedarse en 4,35 millones. El mismo partido que recibió once millones en 2011 con ese Rajoy al que tanto desprecia la dirección actual del partido. Parece que fue hace siglos, en otra era geológica.

Era la época de otro tipo de dirigentes del PP. Con Casado, llegaron los famosos de la tele, los telegénicos como receta contra el ascenso de Vox. Y al frente de ellos la marquesa Cayetana, enviada desde Madrid para meter en cintura a los catalanes. Álvarez de Toledo, con su gesto altivo, encabezará la delegación de diputados catalanes del PP en el Congreso. Ahí está ella y nadie más.

La caída es de tales dimensiones que ahora el PP tiene que mirar hacia atrás, no hacia delante. Ciudadanos se ha acercado a 200.000 votos de diferencia, a menos de diez escaños. Fue una buena noche para Rivera, al menos en cuanto a los resultados de su partido. Le toca otra legislatura en la oposición, aunque es de suponer que no dudará esta vez de la legitimidad del Gobierno. No es que el ascenso de votos haya sido gigantesco –800.000 más–, pero sí fundamental para dar un buen salto en escaños. Y para vender de forma más convincente que su objetivo es convertirse en el líder de la derecha.

No es tan Vox como lo pintan

“En un bar sale el votante de Vox que todos llevamos dentro”, dijo en televisión el columnista de El País Rubén Amón. El electorado de izquierdas se movilizó para negar la mayor. No son como los de Vox por muchas copas que se hayan bebido.

La movilización en las urnas concedió a Vox más de lo que se podían imaginar hace dos años y menos de lo que creían tener a su alcance hace dos semanas. Es el fin de la excepción española de no contar con una fuerza parlamentaria de extrema derecha. Era inevitable si se producía, como así ha ocurrido, el hundimiento del PP, que ha dejado una gran bolsa de votos a su derecha. A su derecha y por todos los lados.

Pedro Sánchez volvió a salir con bien de una situación comprometida. No partía de una posición desesperada, pero se vio obligado a conceder un adelanto electoral que las tres derechas exigían como si el destino imperial de la patria lo requiriera. En el fondo, tiene el mismo problema político que antes. Necesita encontrar algún tipo de acuerdo con ERC que sirva para encauzar la crisis de Catalunya por la vía del diálogo, no por la de la eliminación de la autonomía, como exigían las derechas. Catalunya no va a desaparecer como problema político por muchas veces que se vote. Quien lo piense sólo tiene que fijarse en el millón de votos de ERC y sus quince diputados.

Dicen que fue una campaña plana la del PSOE, y que eso podría acarrearle un susto, como en Andalucía. En realidad, todas las campañas de la socialdemocracia europea son aburridas. Su prioridad es decir a la gente que debemos conservar algún tipo de Estado de bienestar asaltado desde varios frentes. Hay pocos líderes socialdemócratas que tienen credibilidad y votos para sostener ese mensaje en la UE, y Sánchez es uno de ellos, uno de los pocos que tienen poder de verdad.

Se anunció una nueva remontada de Podemos. Llegar a 50 escaños lo habría confirmado (42 es algo menos). El nuevo Pablo Iglesias, un padre de familia que recita la Constitución, tendrá que saber rentabilizarlos. Para la nueva legislatura, necesita algo más que el salario mínimo para convencer a sus votantes de que merece la pena pactar con los cautos socialdemócratas, capaces de ponerse el flotador hasta para nadar en una piscina.

Estas elecciones ponen fin a la campaña electoral permanente que se inició con la moción de censura. La derecha trató a Sánchez como a un okupa en Moncloa, alguien que no tenía derecho a residir allí. La foto de la manifestación de Colón supuso la firma de su gran cruzada para acabar con los infieles. Al final resultó ser su testamento. No fue la batalla de Las Navas de Tolosa, sino la de Little Big Horn con Casado en el fúnebre papel del arrogante general Custer.

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