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CRÓNICA

Gandhi no llevaba un bazuca pero pocos gobiernos europeos quieren ser como él

Sánchez sale del pleno del Congreso en el debate del miércoles.

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A Feijóo le molesta que Pedro Sánchez viaje tanto fuera de España y prodigue sonrisas y abrazos entre los dirigentes extranjeros a los que conoce. Le molesta que haya fracasado la campaña europea del PP para que otros gobiernos vieran a Sánchez como una amenaza para la democracia. Sobre todo, le molesta que presuma de su actividad política en el extranjero.

Quizá Sánchez esté encantado de conocerse (los presidentes lo suelen estar), pero aún le gusta más tener influencia en el exterior y que su opinión sea tenida en cuenta. La respuesta a la pandemia y la crisis posterior demostró que tener peso en Bruselas tiene consecuencias positivas en la economía española. Así que lo raro es que Sánchez no nos lo esté recordando todos los días. Sí hay un tema del que no le gusta hablar mucho y es el de Marruecos.

El debate del miércoles sobre la última cumbre europea y las relaciones con Marruecos era una oportunidad para que se hablara de política internacional en el Congreso. Hasta cierto punto. Feijóo siguió con sus cosas. Menos de cinco minutos después del inicio de su discurso, ya estaba sacando asuntos de política nacional. Sánchez convirtió su réplica en una sesión de control de la oposición con especial énfasis en las limitaciones de Feijóo. Se desprecian tanto que les parece mal no recordárselo mutuamente siempre que tienen la oportunidad.

Las guerras de Gaza y Ucrania obligaban a todos a mostrar un poco de respeto por esos asuntos. Se consiguió a medias. “Aquí cada uno empieza hablando de lo que quiere, empezando por el presidente del Gobierno”, dijo Aitor Esteban. Aun así, se debatió de forma extensa sobre la destrucción de Gaza por Israel. La duda era si Sánchez aprovecharía la cita para anunciar el reconocimiento del Estado palestino por España o que al menos le pondría una fecha concreta.

No lo hizo y lo que se escuchó fue una reiteración de lo ya conocido por sus declaraciones anteriores. “España está preparada para reconocer al Estado palestino”, dijo, recibiendo el primer aplauso de los diputados socialistas. En realidad, lleva preparada mucho tiempo. Por tratarse de una medida simbólica –Palestina ya cuenta en Madrid con una embajada reconocida como tal–, podría haberse tomado años atrás. Sánchez quiere darse unos meses con la intención de ver si se suman otros países de la UE a una posición en la que se encuentran España, Irlanda, Bélgica y Malta. Las posibilidades de que se una Francia son escasas y las de Alemania, prácticamente nulas. 

Feijóo intentó describir el reconocimiento por España como un gesto que tiene que ver con el ego del presidente. “Abandone la arrogancia de pensar que usted solo va a solucionar un problema de 80 años”, dijo. Sánchez no está tan loco como para haber dicho eso.

El líder del PP recordó que la solución de dos estados para Israel y Palestina estaba en el último programa electoral de su partido. Pero la condiciona a que exista un “proceso negociador”, que es imposible desde hace años, fundamentalmente por la negativa del Gobierno que preside Netanyahu. “Yo no le digo que no reconozca al Estado palestino. Yo le digo que no lo haga solo”, fue su respuesta. Afirmó que lo más urgente es un alto el fuego en Gaza, la liberación de los rehenes israelíes y el envío de ayuda, que es algo que también han defendido Sánchez y casi todos los líderes europeos.

El presidente optó por menospreciarlo y lanzarle preguntas que sabía que no respondería: “¿Cree usted que en Gaza se está respetando el Derecho humanitario?”. La clave era hacer ver que no se atreve a corregir en público a José María Aznar, al que llamó “el amigo de Gadafi” por aquello de ser más hiriente.

Sánchez iba sin freno. Ya un poco harto de las insinuaciones de Feijóo sobre su esposa, se mostró condescendiente: “Hoy ha venido a esta tribuna cargado de injurias. Yo le doy un consejo: trabaje”.

A la hora de pegar duro, Feijóo decidió sumergirse en lo más profundo de las conspiraciones: “Es mi obligación decir que resulta verdaderamente preocupante pensar que pudo haber cambiado la política con Marruecos por lo que tiene en sus móviles”, refiriéndose al espionaje realizado por los servicios de inteligencia marroquíes. Otro ejemplo en el que el PP no tiene pruebas y tampoco escrúpulos.

El debate permitió a Feijóo recuperar el asunto de Venezuela con el fin de cargar contra la izquierda. Cuánto tiempo sin que se escuchara esa palabra en el hemiciclo. Casi desde que Delcy se dio una vuelta por Barajas. “¿Qué hará para que Venezuela vuelva a ser una democracia plena?”, preguntó a Sánchez. Teniendo en cuenta que los tribunales del país, controlados por el Gobierno, han prohibido la participación de la candidata que ganó las primarias de la oposición y de su sustituta, parece que cualquier país extranjero lo tiene difícil para intervenir con garantías de éxito.

Pero algunos han hecho oír su voz. Los gobiernos de izquierda de Brasil, Chile y Colombia han reaccionado contra esos vetos para las elecciones presidenciales de julio con opiniones críticas con las que cuestionan cómo se puede celebrar un proceso electoral limpio si la oposición no puede elegir a sus candidatos. Sánchez no dijo ni media palabra sobre esa crisis. Presumió de que su Gobierno ha facilitado la llegada a España de 120.000 venezolanos, un hecho no menor, pero que no puede sustituir a una declaración de principios.

“No hay explicación jurídica ni política para prohibir que un adversario sea candidato”, dijo Lula a finales de marzo. Sabe de lo que habla, porque una investigación judicial amañada le llevó a la cárcel. Es la clase de afirmación que Sánchez podría haber expresado en el Congreso, pero no lo hizo.

Con sus socios de izquierda, el presidente no tuvo intercambios tan ásperos, pero eso no quiere decir que piensen igual. De entrada, el presidente se negó a hablar en detalle sobre su visita a Marruecos. Como sólo le va a crear problemas con Sumar, Podemos y los nacionalistas por la cuestión del Sáhara, prefiere limitarse a unas cuantas generalidades. Lo cierto es que su política exterior no suscita ningún entusiasmo a su izquierda.

Íñigo Errejón ofreció una larga lista de las discrepancias de Sumar. El objetivo en Ucrania “debería ser buscar una solución política para poner fin a la guerra”. Defendió que “el camino no es la escalada belicista que recorre ahora Europa”. Pidió suspender el cumplimiento del acuerdo de la OTAN en 2014 de destinar el 2% del PIB al gasto de Defensa.

En la misma línea, Oskar Matute, de EH Bildu, reprochó las declaraciones alarmistas de la ministra de Defensa sobre el peligro de una guerra con Rusia. “Usted ha mencionado cinco veces a Putin. No ha mencionado ni una sola vez a Netanyahu”. En Podemos, Ione Belarra también se manifestó contra el aumento del gasto militar: “El rearme no frena la guerra, la alimenta”.

Sánchez era consciente de que hablar de la guerra y la paz al mismo tiempo genera contradicciones. Es lo que mencionó Matute al apuntar que “queda raro vestir los ropajes de Gandhi con un bazuca en la mano”. Lo que ocurre es que los gobiernos europeos están más por reforzar la industria militar para hacer frente a Rusia que por promover iniciativas diplomáticas de éxito incierto. A Errejón, el presidente le dijo que él no tiene la intención de meter miedo a la gente. “Nunca me ha oído hablar de la Tercera Guerra Mundial o de una economía de guerra”, dijo, un mensaje que utilizó en la última cumbre europea y que no sonó igual que los últimos avisos de Margarita Robles.

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