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Las generaciones nacidas con Lukashenko sueñan con un nuevo presidente

Las generaciones nacidas con Lukashenko sueñan con un nuevo presidente
Minsk —

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Minsk, 2 nov (EFE).- “Quisiera despertar un día con un nuevo presidente”, afirma a Efe Anna. Nació en Minsk, capital de Bielorrusia en 1996, y solo ha conocido a Alexandr Lukashenko al frente del país. Al igual que muchos otros nacidos durante los últimos 26 años, sueña con una vida mejor, sin el “Batska”.

“Hace muchas promesas, pero todo lo que dice es mentira”, afirma, en referencia al sempiterno mandatario, que volvió a asumir la presidencia tras las elecciones del 9 de agosto, calificadas de fraudulentas por la oposición y Occidente.

ECONOMÍA EN LLAMAS

Como muchos otros jóvenes que han nacido a la sombra de Lukashenko, Anna no cuenta con el apoyo de su padres, que están convencidos de que sin el “Batska” (padre en bielorruso, apelativo con el que muchos se referían antes al presidente) la economía del país se irá a pique, algo que ya sucedió para ella.

Y es que se las tiene que arreglar con un salario de maestra de escuela que no llega a los 200 euros al mes y no puede ni soñar con tener techo propio.

Aunque los salarios crecen nominalmente, la inflación y la devaluación constante lastran el nivel de vida de la población.

Durante las casi tres décadas de mandato de Lukashenko el país se ha enfrentado tres reformas monetarias, y si en 1994 la deuda externa ascendía a 1.200 millones de dólares, en junio de 2020 alcanzó los 18.000 millones.

En una década el rublo bielorruso se devaluó en más de un 90 %.

Es por eso que Anna se suma todos los domingos a las manifestaciones antigubernamentales, con la bandera rojiblanca que tanto incomoda a Lukashenko.

GUERRA DE SÍMBOLOS

Una de las primeras iniciativas promovidas por el actual presidente tras asumir el poder fue establecer la bandera rojiverde como insignia del Estado en lugar de la rojiblanca, que se ha convertido en símbolo de la oposición en las marcha multitudinarias contra el mandatario.

Para Ekaterina, de 26 años, el rechazo a la bandera rojiblanca se debe “a la obsesión de régimen” de vincularla con los colaboracionistas bielorrusos que la utilizaron durante la II Guerra Mundial.

La bandera de la Independencia bielorrusa, surgida a principios del siglo XX y sustituida por la bandera de la República Socialista de Bielorrusia tras la revolución bolchevique, fue recuperada por el país después de la desintegración de la Unión Soviética e identificó a Bielorrusia hasta el referendo promovido por Lukashenko.

FIN AL MIEDO

Otra de las cosas que más irrita a los jóvenes nacidos durante este último cuarto de siglo son las constantes referencias a una posible guerra como argumento político para imponer el miedo a los cambios.

“Debemos seguir en ejemplo de los países más desarrollados en vez de simplemente alegrarnos que nadie nos bombardee”, comenta a Efe Liza, de 25 años.

Está muy cansada de vivir en una “plaza sitiada” y quiere que su país se convierta en un ejemplo para otros, que reciba más turistas y deje de ser la “última dictadura de Europa”.

Casi toda su familia la apoya, menos el abuelo, que aún cree en Lukashenko y defiende que a lo mejor “no viven muy holgados, pero podríamos estar peor”.

Liza no pierde la paciencia y le dice que “se puede y se debe vivir mejor que ahora”.

Y es que en otros países “la libertad y la posibilidad de un trabajo remunerado no son el detonante de una guerra”, estima.

Tras las elecciones de agosto, decenas de miles de ciudadanos salieron a la calle para manifestarse pacíficamente, pero han sido recibidos con un uso excesivo de la fuerza, gases lacrimógenos, granadas aturdidoras, balas de goma y cañones de agua.

“¿Qué es esto, si no es una guerra?”, se pregunta Liza.

EL EXILIO COMO SALIDA

“Mi padre me dice todo el tiempo que hay que escapar de aquí, pero yo no quiero. Que se vayan los policías, ellos son los criminales. Yo no he hecho nada malo”, comenta a Efe Irina, de 25 años.

De las 25 personas con las que estudió en la misma aula, ocho ya se fueron: tres ingresaron en universidades extranjeras, cinco emigraron después.

Según Irina, la mayoría se va debido al sentimiento de desesperanza, pero ella quiere “ver cómo se derrumba el régimen y construir una nueva Bielorrusia”.

“Al menos, no por ahora”, acota.

En apenas quince años, la población bielorrusa se redujo en casi 1,5 millones de personas, que han partido del país después de cada elección, unos para vivir mejor y otros por el acoso de las autoridades.

Pero quedan otros tantos, que siguen soñando un nuevo país, con un presidente electo democráticamente y la esperanza de una vida distinta y, sobre todo, mejor.

Nasta Zajarévich

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