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CRÓNICA

Marlaska sólo tiene un apoyo político en este país, pero es el único que cuenta

Marlaska en la inauguración de una exposición fotográfica en Madrid el 7 de noviembre.

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En política, conviene tener muchos amigos o apoyos. Nunca sabes cuándo los vas a necesitar. Pero hay cargos en que sólo necesitas uno y no puedes perderlo bajo ningún concepto. Es lo que ocurre con Fernando Grande-Marlaska. Dado por muerto o por incinerado en varias ocasiones, aparecía al día siguiente en su despacho, como si sólo hubiera tenido que gastar una vida más. Con el nuevo Gobierno, algunos pensaban que de esta no salía vivo. Había cumplido su cometido y por tanto su utilidad. Cinco años y cinco meses después de su llegada al Ministerio, sólo podía aspirar al agradecimiento por los servicios prestados.

Había una persona que no compartía esa intuición y era el único que importa para estas cosas. Pedro Sánchez lo ha confirmado como ministro de Interior, lo que hará que en enero se convierta en el titular que más tiempo ha pasado en esa cartera. La conclusión no puede ser otra. El presidente está satisfecho con su polémica gestión y aún cree que puede servir de pararrayos en las situaciones difíciles. Que en Interior son casi todas.

Sobre su gestión, la opinión pública no piensa lo mismo. En la encuesta del CIS de octubre, la valoración de Marlaska le deja en el furgón de cola del Gobierno. Entre los que conocen su nombre, el 88%, recibe una puntuación media de 4,03, la tercera peor de todo el Gabinete. Sólo Irene Montero y Ione Belarra están por detrás. Otras ministras de perfil muy poco izquierdista (Margarita Robles, 5,29, y Nadia Calviño, 5,21) disfrutan de números mucho mejores que el suyo.

El mismo sondeo le concede lógicamente mejor valoración entre los votantes socialistas. Le dan un 6,21. Entre los de Sumar roza el aprobado con un 4,97. La opinión más negativa procede de los votantes de Vox (1,82), el PP (2,67) y EH Bildu (2,68).

Marlaska concita el rechazo de la derecha, la extrema derecha y los independentistas. En febrero de este año, eso hizo posible que fuera reprobado por el Congreso a causa de su gestión de la tragedia de Melilla en la que murieron 23 inmigrantes. La presentó el PP y la secundaron Vox, Ciudadanos, ERC, Junts y la CUP. EH Bildu y PNV se abstuvieron.

Como en otros incidentes ocurridos en la frontera, el ministro no aceptó la responsabilidad sobre ningún error y cuestionó las informaciones de los medios de comunicación. Afirmó que “ningún hecho trágico” tuvo lugar en suelo español, como si eso fuera lo más importante. Su nivel de compasión por los inmigrantes no parecía muy alto. Varios vídeos mostraron a un número alto de ellos, aparentemente inconscientes, tirados en el lado español de la frontera.

Marlaska insistió en que los que quieran solicitar asilo en España no pueden saltar la frontera de forma violenta. Siempre ha obviado que no tienen más alternativas. “En la práctica, no parece haber otra forma de entrar en Melilla y solicitar protección a las autoridades más que nadando o saltando la valla, arriesgando la vida”, dijo la comisaria de Derechos Humanos del Consejo de Europa en una visita a la ciudad española.

Ante hechos tan graves como los de Melilla, llueve para todos en el Gobierno. Sin embargo, la presencia de Marlaska en primera línea contribuyó en parte a que Sánchez se librara de muchos de los ataques. Desde luego, ni Unidas Podemos ni los partidos nacionalistas tenían ningún interés en defender al ministro. Más bien al contrario.

Al llegar a Moncloa, Sánchez lo nombró ministro, porque su perfil conservador y origen profesional como juez de instrucción en la Audiencia Nacional le diferenciaban del resto del Gabinete en una cartera en que la llamada razón de Estado se impone con frecuencia sobre los valores ideológicos de un partido. Marlaska había sido elegido antes vocal del Consejo General del Poder Judicial a propuesta del PP.

Curiosamente, el entonces juez negó que fuera conservador en una carta al director enviada a El País cuando se había presentado como independiente de las asociaciones judiciales a la votación para la elección del CGPJ en 2006. Lo extraño era el motivo aducido. Mencionó una entrevista en la que hablaba de su identidad. “Ya que se me tacha de pertenecer a un supuesto sector conservador duro me gustaría recordarle la entrevista (...) donde dentro de la normalidad que entiendo debe guiar toda convivencia democrática reconocí mi homosexualidad y cómo me había casado”.

La relación causa-efecto era discutible. Años después, ya como ministro, negó que fuera contradictorio ser gay y ser de derechas: “No, para nada. Somos tan iguales a los demás, es tan accidental lo de ser gay que no admite mayor comentario”.

Si Sánchez pensaba que su ideología muy, bastante o poco conservadora le iba a servir como protección frente al PP, no podía estar más equivocado. Precisamente por eso Marlaska ha sido uno de los ministros más atacados por la derecha en el Congreso.

Todo ese desprecio se acentuó cuando el ministro destituyó al coronel Diego Pérez de los Cobos, una de las estrellas policiales para el PP, al frente de la Comandancia de la Guardia Civil de Madrid. Marlaska se metió en ese agujero él solo con unas explicaciones mínimas del cese y versiones que fueron cambiando o ampliándose. El Tribunal Supremo anuló el cese del coronel por no estar suficientemente motivado. La gente suele confiar en que no pillen a un magistrado por cuestiones de forma.

Para los sindicatos policiales, que se han radicalizado en los últimos años con el aumento de la influencia de Jusapol, Marlaska es otro enemigo. Es toda una sorpresa, ya que durante la anterior legislatura se llevó a cabo la equiparación salarial con las policías autonómicas, puesta en marcha por el Gobierno de Rajoy, que ha supuesto un inmenso aumento de sueldo para los agentes. Además, se han incrementado las plantillas con miles de puestos más. Ninguna otra profesión entre los funcionarios del Estado ha disfrutado de tales ventajas.

Apostando a tope por la desinformación, Jusapol denunció que Marlaska estaba promoviendo la reforma de la ley mordaza con la intención de perjudicar a los agentes, cuando estaba ocurriendo todo lo contrario.

Por ese lado, da igual quién sea ministro. No importa que vista traje ignífugo o vaya achicharrado por la vida. Marlaska seguirá siendo objeto de la furia de la derecha y de la desconfianza permanente, cuando no rechazo, de la izquierda y los nacionalistas. Por todo ello, es posible que sea el perfil perfecto para Sánchez en la cartera de Interior.

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