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Así se preparó el presidente de la Eurocámara para la sentencia europea que convertía en eurodiputados a Puigdemont y Comín

El presidente de la Eurocámara, David Sassoli.

Andrés Gil

Corresponsal en Bruselas —

David Sassoli no es un izquierdista peligroso. Ni un populista que persiga el fin de la Unión Europea. Sassoli es un periodista metido a político del Partito Democratico italiano (socialdemócrata). Pero, a diferencia de buena parte de los cuadros del PD, Sassoli no viene de la cultura política del PCI, sino de un cristianismo de izquierdas más próximo a lo que representaba Romano Prodi, ex primer ministro italiano y ex presidente de la Comisión Europea.

Sassoli accedió a la presidencia del Parlamento Europeo casi de rebote. Fue fruto del pacto entra las principales familias políticas europeas: la presidencia de la Comisión fue para el PPE; el Consejo Europeo y el BCE, para los liberales; y el Parlamento Europeo y el jefe de la diplomacia, para los socialistas.

Inicialmente, el nombre que tenían los socialistas en la cabeza era el del presidente de su partido europeo, el búlgaro Sergéi Stanishev, pero era un nombre con muy poco reconocimiento en la Eurocámara. Así que al final cayó en los italianos, siempre prestos, en un momento además en el que la Lega de Matteo Salvini aún estaba en el Gobierno.

24 horas antes de que Sassoli tomara posesión de la presidencia de la Eurocámara, una multitudinaria manifestación de independentistas recorrió Estrasburgo para pedir la entrada de los eurodiputados electos pero no reconocidos entonces: Carles Puigdemont, Oriol Junqueras y Toni Comín.

Sassoli sabía que uno de los asuntos que iba a atravesar su presidencia era el relacionado con Catalunya desde el primer día. Y periódicamente se lo fueron recordando los eurodiputados con cartas en las que le pedían que abriera las puertas a los líderes independentistas.

Pero Sassoli no abría la puerta. Se remitía a unos informes elaborados por los servicios jurídicos de la Cámara en época de Antonio Tajani y repicados bajo su mandato. Es decir, que no eran eurodiputados de pleno derecho porque el Parlamento sólo reconocía a los electos ratificados por los procedimientos de la Junta Electoral Central: la jura del cargo en el Congreso de los Diputados.

Hasta tal punto estaba siendo la continuidad con los tiempos de Tajani, que el Parlamento Europeo se personó en la causa de Junqueras en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, y se alineó, como la Comisión Europea, con las tesis de la Fiscalía española: que Junqueras no tenía derecho a ser reconocido eurodiputado. Con un añadido: la vista de Junqueras en Luxemburgo se celebraba el 14 de octubre, día que se leyó la sentencia del procés que el condenaba a 13 años de cárcel e inhabilitación por malversación y sedición.

Pero el 12 de noviembre llegaron las conclusiones del abogado general de la UE. Y cayó como una bomba termonuclear en Bruselas, Estrasburgo y Madrid. De repente, el relato oficial de que ni Junqueras ni Puigdemont y Comín tenían ninguna posibilidad de pisar el Parlamento Europeo se resquebrajaba. De repente, la tesis oficial del Parlamento Europeo, arropada por populares, socialistas y liberales, se tambaleaba. De repente, la historia estaba a punto de entrar en un punto de inflexión.

Y Sassoli lo vio venir. Lo vio venir él y su grupo de más estrechos colaboradores. Ante ellos tenían dos opciones: el enroque, como le pedían importantes líderes políticos de los principales grupos de la Eurocámara, o dar un paso adelante en la línea del abogado general.

Seguramente Sassoli fue evolucionando en estos seis meses. El mismo Sassoli que dio el visto bueno al veto a Puigdemont y Comín en cualquier dependencia del Parlamento Europeo tras la reactivación de la euroorden en la línea de lo decidido por Tajani, un mes después tras las conclusiones del abogado general, decía: “Nosotros hemos actuado de acuerdo con la tradición, pero acataremos las decisiones judiciales que se produzcan”.

Era mediados de noviembre. Empezaban a cundir los nervios, pero pocos terminaban de creerse que las conclusiones del abogado general podrían convertirse en sentencia. De hecho, el propio abogado dejaba la puerta abierta a una salida salomónica: que el tribunal no se sintiera competente para decidir sobre Junqueras cuando ya había sido sentenciado.

Pero a medida que se acercaba la fecha del 19 de diciembre, día de la lectura de la sentencia, los nervios se multiplicaban.

En la cumbre de líderes de la UE, el Consejo Europeo del 12 y 13 de diciembre, Sassoli y Pedro Sánchez se vieron. Los dos despejaron el tema de la conversación, síntoma de la trascendencia de lo que se veía venir, y de que el propio Sassoli se estaba preparando para asumir que una sentencia favorable a Junqueras tenía aplicación automática en Puigdemont y Comín.

El 12 de diciembre a media tarde, cuando Sassoli comparece ante los periodistas dice una frase premonitoria: “Estamos listos para cumplir lo que se nos diga”. Es decir, esperaba tener que cumplir algo que hasta entonces no se había cumplido; sabía que cabía la posibilidad de que hubiera que tomar decisiones que no se habían tomado hasta el momento: entregar el escaño a los líderes independentistas.

Pero Sassoli no estaba tan acompañado con esta tesis entre los líderes de los principales partidos en la Eurocámara. Ni siquiera, inicialmente, por los servicios jurídicos. Ellos defendían que, un fallo como el que se acaba de producir, requería ser analizado por los servicios jurídicos y hasta por la comisión de Asuntos Jurídicos de la Eurocámara antes de tomar una decisión en firme. Incluso defendían que una respuesta a una cuestión prejudicial sobre Junqueras no tenía necesariamente que ser aplicada en Puigdemont y Comín, que aún tenían dos causas abiertas en Luxemburgo –una de ellas, el recurso contra el fallo sobre las cautelares del 28 de junio ha sido resuelto favorablemente para ellos este 20 de diciembre–.

Pero Sassoli entendía que una sentencia en la línea del abogado general, aunque para algunos fuera una tentación para seguir pleiteando, tenía una salida más directa.

Así se llegó al 19 de diciembre. A las 10.00 de la mañana, 17 minutos después de que el presidente del Tribunal de Justicia de la UE con sede en Luxemburgo leyera la sentencia en castellano, se reunía Sassoli con los presidentes de los grupos parlamentarios. En la reunión no hubo discusión sobre el asunto: se constató la sentencia y poco más.

La discusión, acalorada, llegó después, cuando el presidente del Parlamento Europeo decidió hacer una declaración en el pleno de Estrasburgo, a las 12.00. Pero pasaban los minutos y Sassoli no entraba en el plenario. Y los eurodiputados se impacientaban, protestaban pensando que iban a perder sus aviones. Pero Sassoli no entraba.

El presidente del Parlamento Europeo, con sus más estrechos colaboradores, estaba reunido con la cúpula del grupo socialista en la Eurocámara, presidido por la española Iratxe García. La tensión de la reunión previa se notaba en el gesto adusto de Sassoli cuando entró en el pleno: mandó callar, llamó al orden varias veces, y leyó una escueta declaración que decía dos cosas: instaba a las autoridades españolas a cumplir su parte con respecto a Junqueras y anunciaba que la Eurocámara haría lo propio “con la composición” del Parlamento, con asientos vacíos.

Sassoli terminó de leer el comunicado, dijo que no iba a permitir que nadie más tomara la palabra después y abandonó el hemiciclo. La suerte estaba echada y el presidente del Parlamento Europeo había decidido, junto con sus colaboradores y, esta vez con el sí de los servicios jurídicos, que ya no había impedimentos para que Puigdemont y Comín entraran en la Eurocámara, seis meses después de las elecciones.

Ese mismo día, el jueves 19, dos horas después de la lectura de la declaración, tomaba otra decisión fundamental: levantar el veto a la entrada por la euroorden. En aquel momento, Sassoli estaba dando por hecho que había decaído, que ya eran eurodiputados de hecho. Para esa misma tarde, la presidencia del Parlamento Europeo ya estaba preparada para que Puigdemont y Comín fueran a la sede de la Eurocámara en Bruselas. Sin esperar a más escrutinios de la sentencia de Luxemburgo, ni a que el Tribunal de la UE termine de decidir sobre el fondo de la causa de Puigdemont y Comín.

Pero lo hicieron a la mañana siguiente.

Hora y media después de que el TJUE anulara su decisión de impedir la participación de Puigdemont y Comín en la sesión inaugural del Parlamento Europeo el 2 de julio, y poco antes del mediodía del viernes 20 de diciembre, último día laborable del Parlamento Europeo hasta el 6 de enero, aparecían Puigdemont y Comín en la puerta del edificio Altiero Spinelli.

Les esperaba la eurodiputada flamenca de la N-VA Assita Kanko, pero en realidad sería la última vez que iban a necesitar un aval para entrar: el Parlamento Europeo les dio una acreditación temporal como eurodiputados hasta que terminaran de cumplimentar todos los trámites, cosa que pasará a partir del 6 de enero.

Y en el pleno de enero, que arranca el lunes 13, Puigdemont y Comín entrarán en la plenaria de Estrasburgo.

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