Racismo con descaro
El otro día mientras esperaba un trámite administrativo, tenía un rato libre y entré a un establecimiento de belleza en el que hacen manicuras. Mi pareja iba conmigo, pero en cuanto se pusieron a la faena de arreglar las pocas uñas que tengo, él salió a darse una vuelta y yo me quede allí. Según salió por la puerta, las chicas que allí trabajaban empezaron a comentar lo atractivo que les parecía mi pareja, entre otras cosas hablaron de su piel, de sus rasgos (todo ello aliñado con unos gestos dignos de ver en directo). A esta animada conversación entre ellas –entre las trabajadoras de dicho establecimiento en el que yo era clienta– sumaron a otra señora que allí estaba con sus uñas, alertándola del “morenazo que tiene esta chica”, como si se tratara de un accesorio de ropa que llevara puesto. Yo por su puesto no había sido invitada a esa conversación, simplemente fuimos el contenido, como si estuvieran comentando el programa este de las cenas con cita. Después del aparente piropeo a mi compañero, y a mí por la suerte que tengo por tenerlo, la chica que estaba arreglando mis uñas me preguntó: “Oye ¿quieres hacer vientre de alquiler?, es que tener un mulatito siempre ha sido mi sueño”. Quizás porque me quedé en shock, quizás porque había dormido poco, me callé. Esbocé una sonrisa nerviosa y me marqué una actuación digna de ser premiada en los Goya. Cambiando de tema, pero callé.
También me pasó, poco antes de esta escena del salón de belleza, un episodio bastante curioso con un conductor. Él se dirigió a mi pareja para preguntarle de dónde era, cuánto tiempo llevaba aquí, qué hacía con su vida, por qué viajaba a Madrid, cómo es que hablaba tan bien castellano (esto último me daría para otro artículo) y un largo etcétera de preguntas sin parar. Ah, ¡se me olvidaba! Preguntó también, cómo no hacerlo, acerca de su pelo. Pero este hombre he de decir que no se lo tocó, tal vez porque iba al volante. Pobre conductor inocente, nunca sabes cuando llevas a una activista con mala leche en el asiento trasero de tu coche. ¿Pero qué nos pasa? Entrevistar a alguien, extranjera o no, con toda impunidad es irrespetuoso. Sé que a veces es desde la ignorancia y la buena intención, pero vale ya. Preguntar tanto es irrespetuoso. ¿Que a qué voy a Madrid?, “vamos a traficar” me hubiera gustado contestarte, a ver qué cara se te quedaba. ¿Es mera curiosidad? Lo pongo en duda. Y si lo es, más consultar a Google y menos interrogar a la gente sobre sus intimidades como si las personas extranjeras nos debieran pedagogía. ¿Acaso me preguntó a mí sobre mis mechas? No, claro que no.
Ahora viene lo mejor. De los creadores de Yo no soy racista pero…llega Es que los moros son otra historia. Como dice una buena amiga “al elefante por partes”, voy poco a poco. Después del interrogatorio que finaliza con un halago hacia la comunidad senegalesa porque “sois todos súper majos y sonrientes” (claro, todas sabemos que Senegal es un país de gente simpática; por dios). Decía que tras alabar su simpatía comienza a hablar de los moros. Malamente claro, tratra. Pobre conductor inocente…el nombre de la empresa que nos ha unido en este coche nunca tuvo más sentido: Bla, Bla, Bla. Y yo callo, callo y callo, como en el salón de belleza.
Imagínense que en un viaje, pongamos que están de crucero, cada noche comparten mesa para cenar con otras personas, y una pareja de la mesa les dice a usted y a su compañía: “Españolas, ¡qué majas! ¡Qué buena gente! Ahora bien las danesas…no tanto”. ¿Con qué cara se quedarían? ¿Alguna vez les ha sucedido algo parecido? A mí tampoco.
Les cuento lo que está sucediendo aquí. Estamos hablando de África como un país, como un saco de personas inmigrantes, unas buenas y otras malas. Las buenas nos caen bien, aunque parece que creemos que nos deben algo, por aquello de la pedagogía digo. A las malas les perdonamos la vida, o no. Habrá de todo, no quiero generalizar. Porque si generalizo y digo que mucha gente ha perdido la vergüenza a ser racista con descaro me llamarían radical, que me pasa a menudo, y encima negarían por no mirarse un poco lo suyo, responsabilizarse, aceptar e intentar reparar.
Les cuento estas dos situaciones para ilustrar lo que venía comentando al comienzo. ¿En qué momento la gente ha perdido la vergüenza a hablar así? Ya sé, en el momento en el que el racismo se ha hecho viral, en el momento en el que la gente se ha creído todos esos bulos. Que si los moros vienen a robar móviles, que si los senegaleses se pasan el día riendo, que si las negras son más fogosas. Vale ya. Yo creo en la inteligencia y en el poder de reflexión de las personas. Por eso escribo esto. Creo firmemente en que este descaro es reparable. Creo que hay personas que actúan desde la ignorancia y no saben que están haciendo daño, al mismo tiempo que están perpetuando un sistema y una sociedad racistas.
Y digo yo ¿soy una radical entonces? “Ya estás tú con tus cosas” me dicen a menudo. Pues sí, es verdad, todo el día con mis cosas. Fíjate qué cosas que me da por defender los derechos humanos de todas las personas, no solo los de las blancas. Que ahora que lo pienso…si solo son derechos para nosotras vamos a empezar a llamar a las cosas por su nombre y a referirnos a nuestros derechos como lo que son: privilegios. Porque no nos engañemos, que yo pueda comprar un billete de ida y vuelta a Marruecos desde el sofá de mi casa por treinta euros y que una persona africana tenga que pedir un visado prácticamente imposible de conseguir, es un privilegio. O a ver si pensamos que la gente está muriendo en el estrecho si hubieran podido cogerse un vuelo desde sus casas. Yo como blanca tengo el privilegio de viajar, como también tengo el privilegio de preguntar a destajo y me creo con el derecho de hacerlo ¡Y además pienso que tengo que ser respondida! Pues no señoras y señores, esto no es así.
Lo que iba diciendo, que fíjense qué cosas las mías, señalar y condenar el racismo y la xenofobia y a veces engancharme en conversaciones absurdas con el clásico cuñao, apelando al milagro cuando lo más rápido sería una lobotomía. Perdón, que luego me llaman radical.
Lo cierto es que lo soy ¿No deberíamos serlo si ello conlleva cuestionarse lo injusto, lo racista y lo que va en contra de los derechos de las personas? No sé, me paso el día dudando y cuestionándome las cosas, pero dicen que es un buen síntoma, así que les invito a hacerlo conmigo. Cuestionen el descaro en las afirmaciones dictando cátedra, cuestionen los porque sícomo manera de zanjar un debate, cuestionen los esto ha sido así de siempre como forma de justificación. De siempre han sido muchas cosas y eso no significa ni que estén bien hechas ni que no se puedan y deban modificar.
Cuestionen a ese conductor inocente, a la trabajadora del salón de belleza, al panadero, a su tía…cuestionen por favor, cuestionen, porque este descaro es un síntoma de que la sociedad está muy malita.
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