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CRÓNICA

El traje de moderación del PP acaba en la tintorería por culpa de Mañueco

Gallardo y Mañueco en las Cortes el 23 de diciembre.

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Alfonso Fernández Mañueco no es lo que se suele considerar un político brillante. Un requisito para tal condición debería ser siempre reaccionar con rapidez ante cualquier amago de crisis. En caso de dirigir un Gobierno de coalición como el de Castilla y León, eso obliga a dejar claro cuanto antes cuál es la posición del Gabinete, no sea que el socio esté provocando incendios por su cuenta. En la polémica sobre las medidas contra el aborto anunciadas por el vicepresidente, Juan García-Gallardo, de Vox, Mañueco tardó cuatro días en cerrar el asunto.

Gracias a sus dudas, la opinión pública probó un aperitivo de lo que sería un hipotético Gobierno presidido por Alberto Núñez Feijóo con Santiago Abascal de vicepresidente.

Es decir, la típica imagen que Feijóo no quiere que aparezca en la mente de los votantes.

La primera reacción de Mañueco fue señalar la semana pasada que el protocolo cuyo texto nunca fue dado a conocer resultaba casi irrelevante al no obligar a nadie, ni a médicos ni a mujeres embarazadas. Eso no aclaraba la confusión, porque entonces había que preguntarse de qué serviría escuchar el latido del feto u observar una ecografía 4D si en la práctica sólo lo pedirían las mujeres que sí iban a dar a luz.

Tal y como había dicho Gallardo en una rueda de prensa el jueves en la que estaba presente el portavoz del Gobierno autonómico, el objetivo era reducir el número de abortos. Es lo que se ha hecho en Hungría, el país europeo favorito de Vox.

El lunes, quedó clara la falta de autoridad de Mañueco cuando su número dos le desmintió al responder a las críticas lanzadas por el Gobierno central que incluían el aviso de medidas jurídicas. A todo esto, el protocolo fantasma seguía sin aparecer al no publicarse en el boletín oficial de la comunidad ni ser enviado a los hospitales. Gallardo afirmó en una entrevista y una rueda de prensa que el protocolo impuesto por Vox iba a ser “obligatorio para los profesionales sanitarios y voluntario para las gestantes”, que podrían rechazar someterse a esas pruebas.

El vicepresidente repitió varias veces las palabras 'imperativo' y 'proactivo' con lo que obviamente limitaba la capacidad de los médicos de negarse a participar. Los protocolos sanitarios se cumplen todos, avisó, lo que aparentemente incluye aquellos que nadie ha leído aún.

Para comprobar hasta qué punto Gallardo no se maneja bien ni siquiera en entrevistas no especialmente hostiles, hay que comprobar la conversación del lunes con Ana Rosa Quintana en Telecinco en el programa televisivo en el que más entrevistas se hacen a dirigentes de Vox. “Ana Rosa, no presuma usted cuál es mi opinión del tema porque nunca la he expresado y no creo que la conozca”, dijo Gallardo. Hay que tener valor para decir algo tan falso cuando él mismo había anunciado las nuevas medidas en una rueda de prensa.

“En este tema creo que usted ha hecho declaraciones suficientes para saber qué es lo que piensa”, le respondió Quintana. Ella también tuvo un momento para las revelaciones inauditas: “Es que ustedes no aprenden. Ustedes no tienen respeto por la libertad de opinión ni por la libertad de los medios de comunicación”. Un poco tarde para descubrirlo.

¿Podía ser Gallardo tan inepto como para anunciar medidas que no había pactado en su totalidad con Mañueco y el consejero de Sanidad? Tratándose del hombre que fue a una concentración motera en coche oficial para aparecer entre los asistentes con un casco en la mano asumiendo el estatus algo contradictorio de motero pijo, era perfectamente posible. ¿O el inepto era Mañueco por no haber cerrado la crisis el mismo jueves o viernes?

Al final, Génova no pudo limitarse a silbar y fingir que no pasaba nada. El marketing de la moderación con Borja Sémper prodigando sonrisas en las entrevistas corría el riesgo de verse borrado por un presidente autonómico que no se atrevía a decir a la extrema derecha quién manda en su Gobierno. El desgaste no podía pasar del lunes.

Mañueco se vio forzado a comparecer ese día, aunque tampoco pudo presumir de valentía. Dio una “declaración institucional” sin atreverse a responder a las preguntas de los periodistas. Habló durante cinco minutos y salió corriendo.

No se puede negar que fue claro en lo que desmintió (no tanto en lo que hará la Consejería de Sanidad). “No se obligará a los médicos a nada. No se obligará a las mujeres embarazadas a nada”, anunció. Todo lo que había dicho el vicemotero se quedó prácticamente en nada. En la práctica, el presidente confirmó algunas de las críticas hechas por el Gobierno de Pedro Sánchez al decir que alterar todo eso “puede derivar en coacciones directas o indirectas a la mujer embarazada”. Elemental, querido Mañueco.

Intentar presionar a las embarazadas que pretenden abortar para que se hagan pruebas con las que escuchar latidos tenía una meta clara para Gallardo, al igual que para su héroe, el húngaro Viktor Orbán. Convencerles de que deben dar a luz. Coaccionarles para que hagan algo que en principio no querían hacer.

El Partido Popular retrasó la rueda de prensa del lunes de Borja Sémper hasta que terminó la comparecencia de Mañueco. Eso permitió al portavoz del PP dar por hecho que la crisis ha concluido. También acusó a Vox de hacerle un favor al Gobierno: “Vox acude al rescate mediático de Sánchez. Vox es un chollo para el Gobierno de Sánchez y Podemos”.

Fue el PP el que decidió adelantar las elecciones en Castilla y León para deshacerse de Ciudadanos y el que luego pactó con la extrema derecha. Cualquiera que escuchara a Sémper pensaría que en ambos casos la responsabilidad fue del Gobierno de Sánchez.

El Gobierno central envió un requerimiento oficial el domingo a Mañueco para reclamarle que informe sobre sus planes y advertirle de que no puede tomar ninguna medida que vulnere el derecho al aborto. Para los socialistas, el dúo Mañueco-Gallardo entra dentro del apartado de beneficios caídos del cielo. Visualizar en términos siniestros una alianza PP-Vox será una táctica de uso constante en todo lo que resta de año. No tendrán que inventarse nada, sino esperar a que caigan los frutos del árbol de Castilla y León. Por cómo se ha comportado estos días Gallardo, más que un árbol, puede ser un bosque.

Lo más probable es que la Junta responda al Gobierno en los términos explicados por Mañueco en la rueda de prensa. Eso no anula el peligro que supone la presencia de Vox en gobiernos para el derecho a la interrupción del embarazo. A corto plazo, puede terminar ocurriendo que el protocolo de Castilla y León tenga tanto valor como el casco de moto de Gallardo.

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